Sábado 17 de febrero de 2007.
Me despierto, solo, sin despertador, a las 8. En dos horas viene Sonia 04 con quién sabe. Poco antes, debería llegar el Libanés. Lo que más deseo, en este momento, es que la visita de Sonia 04 sea lo más breve y lo menos traumática posible. Estoy despierto, puedo hacer cosas, el movimiento se demuestra andando, por lo que me pongo a hacer. Corro la mesa del comedor -mi mesa, por suerte no le hice caso a Sonia 04 en cuanto a tirarla a la basura antes de mudarme-, dejo suficiente espacio y comienzo a apilar las cosas que, supongo, Sonia 04 deseará llevarse hoy. En poco menos de media hora, conformé un bloque vecino a la puerta del departamento en el que están sus almohadones, sus puff, el tender, su computadora -ya sin los archivos de sus ex, claro-. Es una pila considerable en tamaño, no tanto en cantidad de objetos -al fin y al cabo, ella había dejado la mayoría de sus cosas en su departamento que luego fue consultorio y ahora definitivamente es su departamento-. Me preparo un café. Me pregunto si deseará llevarse el lavarropas. ¿El sommier? Bueno, suspiro, que haga lo que quiera. Como siempre.
9 y media. Llamo al Libanés. Ayer lo despedí mientras se iba de partuza, temo que la resaca le impida venir, que deba enfrentarme solo al monstruo bi o tricéfalo -ya dije que no sé con cuántas personas vendrá Sonia 04-. El teléfono suena, él atiende enseguida.
-Quedate tranquilo, nene -me dice-, ya estoy saliendo.
Cuando el Libanés llega, casi diría que lo amo. Tiene dos ojeras que parecen restos de una golpiza, la mirada somnolienta, los labios entreabiertos de quien ha dormido poco y hasta le cuesta respirar. Pero no sólo me dijo que iba a venir, sino que sabe que, venir, es importante. Casi diría que lo amo. Pero no, lo quiero mucho.
Nos sentamos en el sommier del comedor, sólo resta esperar.
-¿Y anoche qué tal estuvo? -pregunto.
-Tomé de too -dice él-. Me debés un gran favor, eh.
-Claro, querido, claro.
Diez y pico, suena el timbre. El de abajo. Yo estoy meando, el Libanés no sabe cómo abrir, cuando llego a la cocina el visor muestra que ya no queda nadie en la calle. ¿Con quién vendrá?
Abro la puerta. Sonia 04. La madre de Sonia 04. El padre de Sonia 04. Sonia 04, a diferencia del miércoles cuando estaba bastante cocorita, hoy muestra un gesto cansado, dolido. La madre y el padre, siento, están con cara de culo. Supongo que no debe ser muy agradable, para ellos. Supongo que no es agradable para nadie que tenga más de sesenta años, tener que ayudar en una mudanza de una hija de casi cuarenta años porque no encontró a otra persona que la ayude.
Sonia 04 se sorprende, al ver que está el Libanés. Mejor.
Sonia 04 se sorprende, al ver las cosas apiladas. Mejor.
Sonia 04 y su madre se dedican a sacar las cosas hacia el pasillo. El padre, en cambio, está de pie junto a la puerta, contra la pared, inmóvil. Tal como diría después el Libanés: "el tipo tenía cara de que no sabía qué hacer, que no podía creer que le estuviera pasando eso, que su hija se hubiese mandado cagada semejante". No coincido con la última parte de la afirmación -sólo malcriando mucho, se logra alguien como Sonia 04-, pero sí, a la distancia, con las dos primeras.
La madre de Sonia 04 se maneja como si siempre hubiese hecho ese tipo de cosas. Imagino que ya debe haber hecho algo similar cuando Sonia 04 dejó la casa donde vivía con Rafael, cuando quería recorrer el mundo.
En un momento, Sonia 04 va al cuarto de las computadoras. Queda su escritorio. No lo traje porque no sabía cuánto se iba a llevar, si vendría con flete. Cuando ella desaparece por el pasillo, el Libanés me susurra:
-Elemental, me siento recontraincómodo, con esto de que estemos sentados. ¿Por qué no ayudamos y todo termina más rápido?
-Tenés razón, metámosle pata.
Vamos al cuarto. Al llegar, el Libanés le dice a Sonia 04:
-¿No querés que te ayudemos?
Ella hace el mismo mecanismo que en la última sesión de terapia de pareja. De repente los ojos están tranquilos, de repente -luego de que traga saliva, luego de que se esfuerza- se llenan de lágrimas.
-Dejá, si ya está todo mal... -dice.
-Bueno, te ayudamos igual -digo.
Y el Libanés y yo sacamos el escritorio al pasillo.
En un momento, Sonia 04 me dice:
-¿Podemos arreglar el tema dinero?
Vamos al cuarto de las computadoras. En la mía hay una base de datos con todos los gastos, discriminada por día y por quién efectuó los pagos. Le muestro. Los números no mienten. Los gastos cotidianos y de compras de productos baratos para el depto, estamos a mano. Yo le estoy debiendo: a) la mitad de los gastos de ingreso al depto ($1.930); b) la mitad del sommier y la biblioteca.
-Mirá -digo-, me parece que lo más práctico es que te quedes con el sommier y con la biblioteca, porque acumular más deuda de mi parte, sin saber siquiera cuándo te lo voy a poder pagar, me parece al pedo.
-Es que yo no quiero salir más perjudicada en esto, económicamente -solloza Sonia 04.
-Es que no te estoy perjudicando. Te voy a pagar la mitad de lo que costó entrar al depto, en serio. Si querés, no sé, asumo también la mitad de lo del sommier y la biblioteca, pero no sé cómo lo dividimos. ¿Lo serruchamos?
-No, dejá. Igual, ¿para qué quiero yo una biblioteca?
Recuerdo su rapiestant con obras de Osho. Sí, una biblioteca es un poco mucho.
-¿Querés que me la quede, y te la pago cuando pueda?
-No, dejá.
-Ok, entonces te quedo debiendo $1.930. ¿Está bien?
-Está bien.
En el comedor, la madre de Sonia 04, decidida, ya termina de ordenar las cosas en el pasillo. En un momento, Sonia 04 pregunta:
-¿Y el cuadro que me regalaste?
Su tono delata que ya sabe la respuesta. Su tono delata que ya sabe la respuesta pero desea exponer ante sus padres que su ex pareja es un villano, un miserable. Dado que no pienso volver a ver a esta gente en mi vida, la imagen de miserabilidad no me afecta.
-No está -digo, suscinto.
El Libanés contiene la respiración: tanto el cuadro como la licuadora están en su casa.
Sonia 04 asiente, como si le gustara haber llegado a este punto.
-O sea que me sacás todo -dice, bien fuerte-. Sería como que yo te pida todo lo que te regalé. ¿Y si yo hago lo mismo?
-Todo lo que me regalaste está a tu disposición. Si lo querés, te lo doy ahora.
Sonia 04 asiente, como si el haber llegado a esto le provocase un orgasmo.
-No, dejá. Quiero que quede en claro cuál es la diferencia entre vos y yo.
Y yo me quedo callado.
Sonia 04 va a la cocina. La madre casi sale corriendo detrás de ella. Se escucha que hablan en susurros. Sonia 04 regresa al comedor, y dice:
-¿Sabés qué? El celular sí lo quiero.
-Dale, no hay drama -digo-. Dejámelo un par de días, así tengo tiempo a ir a comprar otro y cambio el chip.
Se queda tiesa.
-Bueno, está bien.
Me preguntan por el depto, por cuándo lo dejo. Digo que creo que a fin de mes.
Y se van.
Casi en simultáneo, llama mi vieja.
-Tengo una buena y una mala noticia -dice.
-¿No podía ser sólo una buena?
-La mala es que los que ocupan el departamento que reservamos van a tardar quince días más en mudarse.
-¡Pero la puta madre! ¡Yo me tengo que ir de acá cuanto antes, no sabés lo que es esto!
-Quedate tranquilo, que encontré otro departamento. Hermoso, mucho más lindo. Vení ya mismo a verlo y lo reservamos.
-¿Tenés plata?
-Claro.
Me pasa la dirección. Anoto. Le digo al Libanés las novedades. Él se asombra.
-Elem, no ganás para sustos.
-Si sobrevivo esto -digo-, me dan un premio.
Salimos del edificio. Sonia 04 y sus padres están en la puerta, acomodando las cosas en el coche. No tengo la más remota idea de cómo meterán la biblioteca, pero bueno, allá ellos.
Abrazo al Libanés, le propongo vernos a la noche, dice que sí pero que ahora lo que más desea es dormir.
-Te estoy en deuda eterna -digo.
-Dejate de romper las pelotas.
Me subo a un taxi. Tengo que ver otro depto, reservarlo, escapar de acá cuanto antes.
Luego, el Libanés me contará que cuando me fui se quedó viendo cómo Sonia 04 discutía con sus padres, a los gritos en la calle, por cómo introducían las cosas en el coche.
El depto que encontró mi vieja es en Palermo. Charcas y Virasoro. Segundo piso. Dos ambientes. A la calle.
-¿Te gusta? -me pregunta, mientras la empleada de la inmobiliaria observa expectante.
Es caro. Es lo único que conseguimos en medio de tanto quilombo. Voy a estar ajustadísimo de guita. Estoy angustiado por todo lo que pasó recién.
-Sí, está bien -digo.
Pagamos la seña. El contrato se firmaría el próximo viernes.
Al llegar a lo de mi vieja -vamos a almorzar con mi hermano y mi abuela-, me siento en el sillón del comedor, miro por la ventana. Mi perra se sube al sillón, me tira lametazos. La abrazo. Me pongo a llorar.
Le envío un mensaje de texto a Sonia 04, quien quiere estar en el depto cuando yo me mude: "¿Estás segura que querés estar cuando me mude? Me parece que hoy ya cubrimos la cuota de lo desagradable, ¿no?".
Ella responde: "Lo de hoy fue muy doloroso para todos. Tenés razón, no voy a estar en la mudanza. Quedate con el celular."
Por la tarde, me encuentro con la Trotamundos. Le cuento casi todo lo que no le conté antes.
-Relación jodida -dice-, entre una mujer que se tiene que demostrar a sí misma que no es un monstruo y un hombre que se tiene que demostrar que puede formar una pareja. Vos te demostraste que no se puede, con un monstruo. Ella se demostró que no puede dejar de ser un monstruo.
Algo así como una moraleja, pienso.
-Pero estoy tranquila, porque te veo bien, entero -dice.
La miro. De repente, comprendo que tiene razón.
Por la noche, viene el Libanés. Le hago ver "Alta fidelidad". A Sonia 04 no le gustó. Al Libanés le encanta. Uno tiene que elegir mejor con quiénes hace ciertas cosas, aprendo.
jueves, 10 de mayo de 2007
Sonia 04: ¿Y si hago lo mismo?
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