Domingo 11 de febrero.
Despierto. Voy a comprar el diario. Facturas, también. Me preparo el desayuno. Luego de un rato, desde el dormitorio se escucha:
-Pipu...
Voy. Lo hacemos. Bastante mal, lo hacemos. Me cuesta concentrarme, ella acabó dos veces y yo ni asomo. Me cuesta, mucho. Ella dice que le arde, de tanto dale que dale. Termino con sus manos. En sus manos. En fin.
Es un día extraño. Sonia 04 me acompaña a Parque Rivadavia a vender libros -necesito dinero para el viaje a Nono el próximo fin de semana-, caminamos por Caballito, dormimos un rato. Al despertar de la siesta, Sonia 04 llora. Dice que su vida no tiene sentido, etc., etc. Lo mismo que las otras veces. Intento consolarla, pero me siento cansado. Mis palabras surten efecto, en Sonia 04, pero siento que las digo vacías de contenido, que expongo sistemas lógicos de satisfacción al consumidor, pero no al productor. No creo, en lo que digo cuando le digo que su vida puede tener sentido. Lo deseo, pero no lo creo. Deseo creerlo casi más que cuando deseé creer en Dios mientras mi abuelo estaba en terapia intensiva, poco antes de morir de un derrame cerebral. Ni entonces creí en Dios, ni ahora en mis palabras. Y mis palabras son, para mí, un ateo, un ateo que escribe, lo más parecido que conozco a Dios. Y, al igual que entonces, es como si estuviéramos en terapia intensiva.
En verdad, es como si no quisiéramos hablar. Por primera vez, deseo que me diga que nos encontraremos con alguna amistad, con alguien que nos saque de esto. No sé qué es esto, pero es algo que sé que no me gusta.
-¿Y si vamos de tus viejos? -propongo.
Sonia 04 acepta enseguida. Como si ella, también, hubiese estado esperando algo así.
El padre de Sonia 04 me asesora acerca de cómo viajar a Nono, dónde descargar el mapa, dónde conseguir un buen recorrido, dónde detenernos.
-Podemos parar en Alta Gracia -propone Sonia 04-, y conocer la casa del Che.
-¿Pero vos no querías vivir en un country, en una casa con pileta? -pregunto, medio en broma medio en serio.
Sonia 04 lanza uno de sus habituales graznidos. Evidentemente, sólo captó la mitad del tono.
Poco después llegan la hermana de Sonia 04 y los sobrinos de Sonia 04: todos ellos se van, junto a los padres de Sonia 04, a Las Gaviotas. Todo el mundo se va de vacaciones, pienso.
Ayudo a armar el baúl, a guardar las valijas que trajeron. En un momento, el padre de Sonia 04 me pregunta:
-¿Y el lavarropas? ¿Te gusta?
-Sí, funciona bárbaro -digo, por decir.
La madre de Sonia 04 pide pizza al delivery. No está mal.
Mientras volvemos, Sonia 04 pasa por la puerta de la casa de una de sus pacientes, quien da la casualidad que justo sale a sacar la basura. Entonces, comienza a contarme toda la vida de su paciente, y de su marido, y de los deseos de su paciente por separarse, y de cómo está reconstruyendo su vida para poder separarse. Me cuenta, asqueada, que el marido de su paciente tiene una relación enfermiza con su madre. Estoy a punto de preguntarle si se la cogió, pero me detengo: no creo que capte la ironía, la referencia a su propia pregunta al despertar el sábado pasado.
-¿Pero todos los que se van a analizar es parar separarse? -pregunto.
-Y, la mayoría.
-Qué feo laburo. Es como que te convence de que el amor es imposible, ¿no?
-¿Y vos qué pensás?
-Yo escribo. Todo es posible.
Volvemos a casa. Al dormirme, no sé que ésta es la última noche que dormiré con Sonia 04 en toda mi vida.