Martes 30 de enero de 2007.
Me despierto, preparo el desayuno. Sonia 04 tiene que atender a las 9, por lo que la despierto, café suyo en mano, a las 8. Ella remolonea, desayuna sin casi dirigirme la palabra. Yo, en el comedor, preparo las cosas para el trabajo. Sonia 04 se levanta de la cama, va hacia el baño y grita:
-Nos vemos a la noche, Pipu.
-No, mi amor, dejá que te acompaño hasta tu casa así estamos un ratito más juntos -hoy Sonia 04 va a Lanús, por lo que llegará tardísimo.
-No te preocupes, andá tranquilo.
-No, mi vida, si no es molestia. Me gusta, acompañarte.
-Bueno.
Se mete en la ducha. Termino de preparar las cosas para el trabajo (en verdad, para el libro que estoy preparando, lo cual hago en el trabajo). Escucho la ducha que se cierra. Sonia 04 sale del baño, y va al dormitorio. Mientras tanto, me fijo qué hay en la heladera, si tengo que comprar algo del supermercado a mi regreso para hacer la cena. Sonia 04 sale ya arreglada, termina de beber el café, lava la taza. Tomo mi mochila. Salimos del departamento. Esperamos el ascensor. Abro la mano más próxima a Sonia 04, cosa de que la agarre. Nada. Salimos del ascensor. Tanto ella como yo saludamos al portero, que limpia la vereda. Caminamos por José María Moreno hacia Guayaquil. Sonia 04 no emitió palabra alguna, mi mano sigue colgando, decorativa. Mientras esperamos que el semáforo cambie de luz, comprendo. Comprendo muchas cosas. Es una especie de remolino en mi interior, ideas que estaban sueltas y ante el desprecio reciente de Sonia 04 encuentran sus puntos de unión. Podría decir muchas cosas, en este momento. Sin embargo, sólo digo:
-Nos vemos a la noche.
Recién ahora ella gira hacia mí. Asombrada, pregunta:
-¿No me ibas a acompañar hasta el consultorio?
-¿Para qué? No me hablás, no me agarrás de la mano...
-No me empieces, Pipu.
-Andate a cagar, nena.
Giro. Siempre, hasta ahora, en estas situaciones, lo que hice fue dar varios pasos, considerarme un desalmado y, entonces, desandar el camino, volver al redil. Esta vez, en cambio, sigo caminando. Ni siquiera giro la cabeza para ver qué hace ella. Camino por José María Moreno, paso delante de la academia de policía, cuando llego a Rosario cruzo José María Moreno, camino media cuadra, me detengo en la parada del bondi, justo donde comienza el Parque Rivadavia. Llega el colectivo. Me subo. Pongo las monedas.
En todo este tramo, casi no pienso. Recién cuando me apretujo entre los muchos seres que padecen día a día el sistema de transporte público de Buenos Aires -la nueva meca de los turistas masoquistas-, recién entonces me detengo a pensar en lo que acaba de suceder, mi hartazgo, ciertas ideas claras que comienzan a reproducirse en mi interior y, entonces sí, a reproducirse hasta que se confunden, hasta que me confunden. Hay sólo una idea que resalta: que se vaya a la reputísima madre que la parió.
A eso de las once -pausa entre pacientes-, recibo un mensaje de texto de Sonia 04. No te arruines el día con esas cosas, dice, no vale la pena. Por primera vez desde el 9 de septiembre de 2006, no respondo su mensaje.
Al mediodía, almuerzo con el Flaco. Le pregunto por su casamiento, disfruto su felicidad, el hecho de que ambos se llevan bien, ambos se quieren bien. Hablar con él es confirmar que hay gente que vive tal como deseo vivir, y no tal como vivo. He pasado a ser un objeto más en el catálogo de Sonia 04. Y lo peor es que, más allá de su inhumanidad, su crueldad, su locura, yo le permití avanzar sobre mí hasta conquistar todos y cada uno de mis territorios para tomar posesión y, luego, ignorarme. Si en este momento tuviera capacidad para la ironía, diría que al menos no soy uno de los objetos que fue a cambiar. Aunque recuerdo ciertos equívocos, ciertas situaciones que nunca quedaron del todo claras, ciertas noches que despertaron mis sospechas de infidelidad, y no estoy tan seguro de que no haya intentado cambiarme, como a todos los demás objetos que rodean su vida.
Cuando él pregunta por Sonia 04 y la convivencia, soy breve:
-Mal, muy mal. Me llené los huevos.
Y es cierto.