Martes (cont.).
¿Nunca conocieron a alguien que les dijo que tal libro le había cambiado la vida? Por lo general, desgraciadamente, se trata de libros de autoayuda, o de ficciones que pretenden arrogarse verdades universales. Los hay, también, que dicen lo propio en relación a buenos libros de ficción o a ensayos verdaderamente profundos. Sin embargo, en todos los casos, creo que la frase que sostiene que un libro cambió una vida habla más de lo que era esa vida que de lo que ese libro. ¿Cuán mal, cuán perdida tiene que estar una persona para que Paulo Coelho, Osho o Karl Marx le cambie la vida? ¿Cuánto valor tenía esa vida, que algo con tan poco valor, tan efímero como puede serlo la literatura (buena o mala, no viene al caso), la haya modificado? Bueno, la cuestión es que aquel martes, de regreso del almuerzo, me puse a hacer lo único que sé hacer en situaciones críticas: escribir. Escribir para ordenar ideas desordenadas, para organizar el caos que suele ser la vida cotidiana. Como hago hoy con el blog, pero en ese caso se trataba de un escrito para llevar al día siguiente a la entrevista semanal con Silvina, la terapista de pareja. Y ese escrito modificó el curso de los acontecimientos. Dado eso, voy a transcribirlo íntegro y sin introducir comentarios.
La sensación principal es que me equivoqué. Me equivoqué subiendo la apuesta ante los inconvenientes, y me equivoqué al suponer que las cosas podían cambiar tanto en las actitudes de Sonia 04 como en mi tolerancia y comprensión frente a ellas.
A diferencia de Sonia 04, yo sí creo que hay cosas normales. ¿Qué es lo normal? No casualmente, uno de sus sinónimos es “usual”. Lo más frecuente. Es cierto que cada persona es un mundo y tiene sus particularidades que la hacen única (supongo que eso es lo que estudia la psicología), pero también lo es que cada persona está atravesada por una serie de prácticas inmanentes que resultan de la influencia por parte de lo exterior (lo cual, a grandes rasgos, es lo que estudia la sociología). Lo frecuente, entonces, lo usual, lo normal, es bastante similar a lo social. ¿Por qué hago semejante voltereta teórica? La verdad, no lo sé: supongo que para asirme de algo, para sentirme menos anómalo.
Uno de los calificativos que se utilizó con más frecuencia para mi persona es “infantil”, y en todos los casos con carga peyorativa. “Infantil” por hablar por teléfono, por precisar muestras de afecto, por dar mucho, por ser sensible, por ser cabeza dura. Sí, soy todo eso. Si la etiqueta que corresponde a esas características es “infantil”, lo soy. Si la forma en que las supuestas teorías juzgan los accionares es, en este caso, con el veredicto de “infantilismo”, sea. En los últimos días, les pregunté a bastantes conocidos qué esperaban de una pareja. Asombrosamente, eran exactamente las mismas cosas que yo esperaba: afecto, comunión, deseo. En otras palabras: todas las personas a las que les pregunté acerca del tema son infantiles, lo que, extrapolación mediante, nos llevaría a suponer que vivimos en un mundo de seres infantiles en el que la anomalía son aquellos adultos que etiquetan.
¿Qué es lo que hace a una persona fría o distante? Una obviedad: la ausencia de las características inversas, es decir la calidez o la cercanía. Si salgo a la calle con mi pareja y no me toma de la mano, si en un tiempo decía “te amo” y eso desapareció, si caminamos por la calle y no me habla, si intento dar un beso y me responden que piensan en cortinas o lavarropas o directamente me corren la cara, tanto la calidez como la cercanía están ausentes. En un tiempo, esos hechos me llevaban a preguntarme si Sonia 04 me quería o no, y esa pregunta me generaba angustia. Hoy, con honestidad, es algo que prácticamente me tiene sin cuidado. Por un lado, porque sé que hay gente que quiere y al mismo tiempo es fría y/o distante; gente muy conflictuada consigo misma como para ocuparse de cuál es el efecto en el otro de lo que hace. Por el otro, porque esa pregunta dejó lugar a otras que, creo, son mucho más importantes, al menos para mi futuro.
Decía que, ante determinadas actitudes, yo me preguntaba si Sonia 04 me quería. Hoy, en cambio, ante los mismos detonantes, comencé a preguntarme otras cosas: ¿cómo es que la quiero, si es así? ¿deseo vivir con ella? ¿deseo formar una familia con Sonia 04? ¿deseo tener hijos con ella? ¿deseo que mis hijos se parezcan a ella?
La mera existencia de estas preguntas, más allá de sus respuestas, que de momento no poseo, me resulta angustiante. Quizás esas preguntas tengan que ver con el fin del enamoramiento, es probable. Y, cuando el enamoramiento termina, hay dos posibilidades: o se profundiza el sentimiento, o desaparece. Me resulta asombroso, sobre todo, que el enamoramiento haya durado tan poco, que ya no existan intentos de seducirme, que las cosas y los sentimientos y las satisfacciones se den por sentado como si tuviéramos una relación de años. La pregunta que surge es, entonces, ¿cuánto de eso hubo, con anterioridad? Tampoco tengo respuesta.
Cuando le hice a Sonia 04 un planteo similar a este, la respuesta fue “entonces todo eso de que me amabas era demasiado frágil”. Absolutamente siempre cada reclamo de mi parte estuvo censurado, la culpa fue del cartero y de quien enarbolaba la frase, y jamás existió una autocrítica por parte de Sonia 04. Sí en lo discursivo, claro, y eso sólo en algunos casos, pero no en las acciones. Si mis sentimientos desaparecieran sería mi responsabilidad, y no tendría que ver con la cantidad de desplantes que tuve que soportar. La culpa, siempre, es del otro.
Como dije, hay preguntas para las que no tengo respuesta: supongo que el tiempo las proveerá. Por mi forma de ser, prefiero soportar hasta el hartazgo antes que sufrir la duda acerca de si tomé una decisión apresurada al cortar una relación. Dejo espacio para el cambio, más allá de si tengo esperanzas en que eso suceda o no. Ya se verá si Sonia 04 en algún momento comprende que la casa de sus sueños, vacía aunque llena de muebles, comienza a perder significado.
Hay, además de preguntas, decisiones. La primera es que, así como Sonia 04 recibió el consejo de apoyarse en mí para superar sus problemas, yo me apoyaré en ella para que la pareja supere estos estragos; el motivo de esta decisión, este paso al costado si se quiere, es tanto darle espacio a Sonia 04 para que opere como ella cree, como así también para comprobar si ella puede hacer o no algo por el otro. La segunda es que renuncio al rol paterno: no más dedicarme a despertar con desayuno, insistir para que se levante de la cama y pueda llegar al trabajo, etc.; son, estas, actividades que siempre ejercieron los padres y la abuela de Sonia 04, y que competen a ellos y no a mí: no tiene sentido que yo comience cansado el día laboral por haberla levantado de la cama. La tercera es que esta es mi última participación en esta serie de encuentros: creo que se cumplió un ciclo, que los problemas que se detectaron se mantienen y que no hubo trabajo por parte de Sonia 04 fuera de esta hora semanal de terapia de pareja; la última semana, cuando yo citaba recomendaciones y/o comentarios que quedaban de los encuentros, la respuesta de Sonia 04 era la broma; dado que es inútil, prefiero no seguir participando.
Creo que la metáfora que en su momento dio Silvina resulta útil: somos una renga y un ciego. La diferencia, creo, está en que el ciego comienza a ver.