martes, 1 de mayo de 2007

Sonia 04: La segunda es culpa mía

Jueves 25 de enero de 2007.

Por la mañana, acompaño a Sonia 04 hasta el consultorio, luego voy hasta el trabajo. Estoy agotado. La sensación que me recorre es esa: mi cuerpo no da más. Fueron demasiadas cosas en demasiado poco tiempo, y no me refiero sólo a la intensidad de la relación, a estos cuatro meses y pico, sino a las últimas semanas, que implicaron mudanza, etc. Para peor, su analista Gaby y nuestra analista Silvina sostienen que yo sostengo, o que debería sostener a Sonia 04, o que debería ser su punto de sostén. Y la sensación es que mi espalda no aguanta mucho más.

Siguiendo las indicaciones de Silvina, Sonia 04 decidió llevar su ropa que está en el consultorio, toda su ropa, al nuevo departamento. Para eso, llevamos todas las valijas, las colocamos en el anterior dormitorio y le digo que ella las arme y yo a la tarde, cuando salgo del trabajo, las voy a buscar y las llevo a casa. Salgo del trabajo, subte, paso por el departamento, y mientras ella atiende en Lanús, yo cargo las valijas por Guayaquil desde Doblas hasta José María Moreno. Dios salve al que inventó las rueditas en las valijas.

Sonia 04 llega de Lanús a eso de las 9 y media. La cena ya está lista. Mientras comemos, me cuenta que tiene una paciente nueva. Sus palabras textuales son:
-No sabés, tengo una paciente nueva, y me parece que le dije una barbaridad.
Parece que la nueva paciente es rusa. Una rusa muy linda, dice, como son casi todas las rusas que llegaron al país en los últimos años. Parece que la rusa está de novia con un pibe que, según ella, es muy celoso, que no la deja salir sola, que le prohibe tener amigas, que le prohibe trabajar.
-Una bestia, el pibe.
-Bueno -digo-, habría que ver si es exactamente lo que ella dice, ¿no?
Sonia 04 ignora su comentario, continúa el relato. Parece que el pibe le propuso a la chica casamiento, y que ella quiere trabajar pero él dice que no, que mejor dedique el tiempo a buscar departamento, así se van a vivir juntos.
-Y ahí se lo dije -dice Sonia 04.
-¿Qué le dijiste?
-Que el pibe le está pagando su futura cárcel.
-¿Cómo?
-Eso.
-¿No te parece un poco fuerte?
Sonia 04 tuerce los labios. Hago silencio para que continúe.
-Es un imbécil -dice-, un inseguro de mierda. Ella lo tiene que dejar.
-¿Pero eso es lo que dice el psicoanálisis, lo que dice la psicología o lo que decís vos?
Ella me mira.
-No sé -digo-, me parece una frase un poco terminante, en general. Y, si a mí me llegan a decir algo así en una primera sesión, salgo corriendo. Es tu subjetividad, no la de la paciente, me parece. Sí, la verdad que, tal como decís, cometiste una barbaridad.
-¿Y quién sos vos, para decirme eso?
-No sé, me estabas contando, me dijiste que habías dicho una barrabasada, y yo pensé que...
-¿Quién sos vos para opinar de mi trabajo?
-La persona con la que decidiste hablar.
-Yo te estoy contando mi día, no para que opines sino para que sepas cómo fue.
-Ah -digo-. ¿Y qué se supone que haga, yo, después de que me contás tu día? ¿Aplaudo? ¿Eso se me permite?
Ella me mira. Yo recuerdo la otra ocasión en que ocurrió algo similar. Respiro profundo.
-Mirá, Sonia 04, esto no es la primera vez que pasa. Ya otra vez me cagaste a pedos porque después de que hablabas de tu trabajo yo opiné. ¿Y sabés algo? Esta vez es culpa mía. La primera vez fue culpa tuya, porque yo no sabía. Esta vez, es culpa mía porque ya estaba advertido. A vos te gusta hablar y que te escuchen, pero, salvo Gaby o Silvina, no hay derecho a opinar. Me parece muy bien. Bueno, no me parece muy bien, la verdad, pero si esas son las condiciones que planteás, las acepto en nombre de la convivencia. Lo que te propongo, entonces, dadas esas condiciones, es que al final del día, cuando tengas ganas de hablar de lo único que te importa, entres al departamento, me saludes y vayas derechito al baño. Ahí te parás frente al espejo, si querés con la puerta cerrada así yo ni escucho, y le contás todo lo que fue tu día, todo lo que le dijiste a los pacientes y lo que te dijeron ellos. Te prometo, te juro que no te va a contradecir, tu reflejo.
Sonia 04 tuerce los labios. Yo me levanto de la mesa. Ni siquiera terminé de comer.

Estoy cansado. Hago diez millones de cosas por esta mina, y ella no acusa recibo. Es algo de una sola vía: yo doy, ella recibe y hace lo que se le canta el culo. Lo veo, ahora, por primera vez, con claridad. Es una nena caprichosa, como decía Gaby. Es la persona más egoista que conocí en mi vida, pienso. No acusa recibo de lo que hago por ella, y se maneja con impunidad. Y además yo tengo que ser ese hombre que la contenga, sobre el cual apoyarse. Hace menos de cuarenta y ocho horas yo era el tipo más maravilloso del mundo que, pese a todos los esfuerzos, le armaba un inolvidable cumpleaños. Hace menos de veinticuatro horas ella estaba feliz porque Gaby, su analista oficial, le decía que yo era un gran hombre. Hoy, nada. Hoy no tengo derecho a hablar. Hoy soy sólo un imbécil que espera con la comida hecha, que carga sus valijas, que tiene que escucharla. La sensación, incluso, es que cuando cogemos no cogemos: ella quiere ser cogida, que es distinto. Y no es que me sienta un objeto sexual, para nada. Esta noche, en este balcón, por primera vez me siento un objeto. A secas.

Más tarde, en la cama, leemos. En un momento termino, apoyo el diario junto al sommier -que por suerte no lo cambiaron, pese a los manejos de Sonia 04-, giro hacia ella y la beso en la frente.
-Te digo una sola cosa -digo-: ponete media pila o no llegamos a cumplir ni con los seis meses mínimos de alquiler que fija el contrato.
-¿Qué decís? ¿Cómo me podés decir algo así?
-Te lo estoy diciendo calmado, con buen modo y como forma de que esto no estalle. Ponete las pilas, porque me estoy empezando a cansar. Y a cansar del todo.
Ella balbucea algo, no se le entiende -tiene los labios torcidos-. Yo vuelvo a besarla en la frente, me doy media vuelta y cierro los ojos.
Igual, en dormirme tardo.