viernes, 11 de mayo de 2007

Sonia 04: Hogar, dulce hogar (y 2)

Sábado (cont.).

Voy con mi vieja al Easy. El mismo al que fui con Sonia 04 a poco de mudarnos. Esta vez, por suerte, no estoy con alguien que perderá más de una hora en probarse una blusa. Compramos varias cosas -el préstamo de mi vieja engorda minuto a minuto-. No podemos comprar la alacena para armar porque ella no sabe cómo reclinar el asiento trasero del coche. Mañana vendré con mi hermano.

Ordeno un poco el depto.

Me tiro a dormir la siesta. El calor impide disfrutarla.

Llama el Libanés. Al celular, no hay teléfono en el depto (gastos de instalación, más deuda con mi vieja). Le digo que venga y que, si puede, traiga el cuadro y la licuadora que dejé en su casa como salvaguarda.

El Libanés viene a la noche. El depto aún no está del todo acomodado. En verdad, no está nada acomodado.
-¿Y cuánto pagás, acá?
-$800 los primeros ocho meses, $880 los siguientes ocho meses, $950 los últimos ocho meses.
-Saladito, eh. Mucho más caro que el otro en el que estabas.
-No me lo recuerdes. Fue lo que conseguí.

Salimos a comer. El barrio, Palermo Soho, está repleto de mujeres. Tanto el Libanés como yo desviamos la vista cada fracción de segundo, extasiados.
-Che, esto es mejor que Caballito -dice.
-¿Viste?

-Y bueno, nene, ahora sólo te resta la reconstrucción -dice el Libanés.
Y tiene razón.
-Perdiste un depto. Espero que te sirva para que la próxima vez medites mejor antes de irte a vivir con alguien, para saber con quién te vas a vivir, que no sea una conchuda como esta.
-Es cierto. La próxima vez, si quieren vivir conmigo que vengan a mi depto. Yo no me mudo más por un buen tiempo.
-¿Lo decís por la forma en que encarás las relaciones amorosas, que es una cagada, o porque estás cansado de mudarte?
-Porque esoy cansado de mudarme.
-Forro -dice.
Luego, se ríe. Nos reímos.

Me acuesto temprano.

A las dos de la mañana, me despierta música a todo volumen. ¿Fiesta en otro piso? No. Me asomo, en calzoncillos, al balcón. A veinte metros, sobre Charcas, en una casona, imposible de sospechar, funciona un boliche. Los pibes, en la puerta, gritan. A eso se suman graves que hacen temblar vidrios.
Cosas de mudarse rápido, pienso.
Bajo a comprar algodón, consigo un kiosco -en Palermo casi todos están abiertos, un sábado a esta hora, intento mirar el lado positivo-. Vuelvo al depto. Me pongo algodón en los oídos. Son las tres de la mañana, y el boliche está más vivo que nunca.
Pienso en Sonia 04, que volvió a su depto como si nada.
-La reputísima madre que te parió -digo.
Y, pese al algodón en los oídos, me escucho a la perfección.