viernes, 11 de mayo de 2007

Sonia 04: Hogar, dulce hogar (1)

Sábado 24 de febrero de 2007.

Me despierto a las 6 y media, sin necesitar que suene el despertador. Los de la mudanza vienen a las 8, mi vieja -los amigos no podían, mi hermano no le creo que se despierte temprano- a las 8 menos cuarto. Ordeno los canastos. Estoy, por así decirlo, triste.

Mi vieja llega a las 8 menos diez. Cuando ve el comedor, dice:
-¡Pero qué ordenado que sos para una mudanza!
Dado que ya lo había dicho Sonia 04, tengo que suponer que es cierto.
-Es que tengo bastante experiencia -digo.
Y es cierto: de casa materna a Italia -donde viví poco menos que un año-, de Italia a la casa materna, de la casa materna a un depto de un ambiente en el barrio de Once, del depto de Once al de Acuña de Figueroa, del de Acuña de Figueroa a este y, ahora, de este a Palermo. Hago la cuenta: en cinco años, 6 mudanzas. Un número preocupante.

Carlos y Octavio tocan el timbre a las 8 y diez. Carlos me saluda con una sonrisa, canchero, y dice:
-Bueno, en esto tenés experiencia, ¿no?
-No tanta como ustedes, pero... -sonrío. El tipo me cae definitivamente simpático.

Mi vieja se queda abajo, yo los ayudo desde el departamento a sacar los canastos y llevarlos al ascensor. En un momento, cuando sacamos el escritorio de la computadora del cuarto ad hoc, Carlos pregunta si del dormitorio hay que sacar algo.
-No, todo eso se queda -digo.

-¿Al final la heladera era tuya? -pregunta Carlos mientras la cargan.
Asiento.
-Mirá vos, con lo que rompió las pelotas.
De un tiempo a esta parte, casi cualquier elemento relacionado con Sonia 04 se relaciona con su extraordinaria capacidad de hartar al otro. Y aún no empezó la lluvia de comments en el blog.

Tomo el reproductor de DivX. Sonia 04, el sábado pasado, en la negociación económica, dijo que se lo quería quedar. Comprendí, en aquella frase, su deseo de molestar hasta último momento: no baja películas con la computadora; le dije que le dejaba todo lo que hubiéramos comprado en el supermercado -en los días anteriores, mientras yo estaba en el trabajo, Sonia 04 pasaba por el depto para llevarse comida de la alacena y la heladera, porque la habíamos pagado a medias-. Dejo, entonces, tacho de basura, escobillones, etc. Me voy sólo con lo que traje, menos con lo que Sonia 04 me dijo que tirase a la basura, más un reproductor de DivX. Objetos.

Miro el departamento vacío por última vez. Tendrían que haber sucedido tantas cosas, acá. Sucedieron tantas cosas, acá. Bajo las persianas. Cierro con llave.

Mi vieja, cuando bajo, mira asombrada cómo lograron acomodar las cosas en el camión diminuto, destartalado.
-Se ve que saben -me dice.
-Son profesionales -digo.

En el coche -voy con ella, la camioneta nos sigue-, mi vieja me dice:
-Bueno, ya está. Ya te fuiste.
-Y sí.

Llegamos al nuevo depto luego del recorrido José María Moreno-Acoyte-Scalabrini Ortiz-Charcas. La portera limpia. No es muy simpática, nada que ver con Waldo. ¿Cuánto habré perdido, al dejar aquel depto de Acuña de Figueroa? ¿Cuánto?

Subo primero. Abro la puerta. Corro los postigones. Entra el calor matinal. Mi hogar, pienso.

Carlos y Octavio van subiendo los canastos. A medida que lo hacen, yo los voy vaciando en el comedor. El depto es chico, si deseo acomodar las cosas con los canastos acá, no voy a poder, lo mejor es que se los lleven hoy mismo. Cuando estoy vaciando el segundo canasto -los libros apilados contra la pared, contra la ventana que cubre desde el techo al piso-, ya estoy cubierto de sudor. Entran Carlos y Octavio con más canastos -putean porque los ascensores son demasiado angostos-, sin una gota de sudor.
Profesionales, pienso.
Yo soy sólo un amateur con buena voluntad, en esto.
En tantas cosas.

Bajo, arreglo el precio con el chofer de la camioneta. Les doy una buena propina a Carlos y Octavio. Antes de partir, Carlos me tiende la mano y, cuando se la doy, tira de mi mano hacia él y cuando los cuerpos están cerca dice:
-No tengas esa cara, nene. Todos estos cambios son para mejor.
Y se van.

Mi vieja sube al depto. Dice que, con los muebles, le resulta más grande de lo que creía que iba a resultar. Agradezco la piedad.

Salimos al balcón, apreciamos el pasaje Virasoro, la tranquilidad.
-¿Te das cuenta que estás de regreso en Palermo, el barrio de tu infancia? -dice mi vieja.
-Vuelvo vencido a la casita de mis viejos -sonrío.
Y quizás sí, sólo se puede volver vencido para empezar de nuevo.

Vamos a desayunar a un bar y pizzería precioso, La Maie, en Virasoro y Güemes -con el tiempo, se transformará en sitio ineludible donde desayunar los domingos a la mañana, mientras leo el diario-. Nos atienden bien. Miro los clientes, nada que ver con los de Caballito. Es increíble, ambos son barrios de clase media, con características de ingreso similares, pero son tan distintos. Caballito, por así decirlo, es más propio de contadores y ramas profesionales clásicas. Palermo, es más de gente de sociales, humanidades. Parece que no, pero los seres humanos, tan libres, tienden a agruparse sin darse cuenta. Y yo pertenezco más a Palermo que a Caballito. Y Sonia 04 más a Caballito que a Palermo.

Mientras desayunamos, suena el celular. Atiendo. La madre de Sonia 04. Quiere saber cuándo voy a dejar el departamento.
Tendría que haber llamado Sonia 04 y no su madre, pero bueno, para qué discutir.
Le digo que ya dejé el departamento.
Un instante de silencio. Pregunta si yo tengo que volver a buscar algo. Le digo que no, que me cuidé particularmente de eso. Dice que, entonces, irá mañana a limpiarlo antes de entregarlo. No es asunto mío, la verdad, así que no presto demasiada atención. Cuando corto, mi vieja pregunta quién era. Le cuento.
-Qué casualidad -dice, aunque no quiere decir qué casualidad sino otra cosa; la dejo seguir-. No acabás de acomodar las cosas en el nuevo depto, no pasaron ni dos horas de que dejaste el otro, y ya te llaman para preguntarte cuándo ibas a dejar el otro. Y vos les habías dicho que a fin de mes y al final lo hiciste antes, ¿no?
Asiento.
-Qué casualidad -dice-. La verdad, parece que el portero -que miraba todo mientras cargaban la camioneta- les hubiera avisado. Como si ellos le hubieran pedido que les avisara. Y como si te hubiesen llamado ahora para evitar que si iban mañana cruzarse con vos.
-¿Te parece?
Ella se encoge de hombros.
-Qué asco de gente -dice.
Y no dice más.