Martes 16 de enero de 2007.
El día comienza tranquilo. En verdad, cuando comienzo el día ya estoy agotado. Ayer fue muy tensionante estar pendiente de tantas cosas. Quizás -no, quizás no: seguro- debería dejar que las cosas fluyan un poco más, en lugar de intentar controlarlas tanto. La Editora Mais Bonita, en sus raptos más fuertes de hippismo, dice eso: hay que dejar que las cosas fluyan. Dice que es filosofía zen, aunque no sé si lo zen puede catalogarse de filosofía. La cuestión es que, si hago algo semejante, si todo dependiera de Sonia 04, estoy seguro de que las cosas saldrían mal. Zen o no zen, esa es la cuestión.
Le preparo un café, desayunamos apurados: llega su paciente de las 9, y salgo hacia la Secretaría. Taxi.
Apenas arribo a la oficina, consulto las páginas amarillas. Luego, comienzo a llamar a empresas de fletes. La última mudanza la hice en bolsitas de supermercado, y no fue muy prolija. Esta vez, sí señor, canastos. No entiendo bien cómo, pero cuando me mudé de lo de mi vieja a mi primer depto los objetos eran pocos, luego cuando me vine de aquel a este de Acuña eran un poco más, y ahora la cantidad es enorme. ¿Será eso, la prueba de vida? ¿La acumulación de objetos para mudanzas?
A la décima empresa, me decido. Les pregunto si tienen dos peones y una camioneta grande para el sábado a las 7 y media de la mañana. Dicen que sí. Les pregunto si me pueden llevar canastos mañana al depto. Dicen que sí. Hecho, digo, entonces.
La nouvelle para Sonia 04. En siete días cumple años, por lo que en seis días tiene que estar anillada y envuelta para regalo. Seis días es igual a lunes, lo que significa que, como mucho, debería entregarla a una librería para que la anillen el sábado. El sábado me mudo. Ergo, el viernes. No, el viernes debería estar terminando los preparativos de la mudanza. Ergo, el jueves lo tengo que entregar en alguna de las imprentas que están cerca de la UTN. El jueves, por lo tanto, lo tendría que dedicar a pegarle una relectura e imprimirlo. Me quedan, entonces, miércoles y jueves. Dos días para terminar una nouvelle de unas ochenta páginas de las que tengo escritas sólo quince.
Tecleo, entonces. Tecleo tan fuerte que mis compañeros de oficina dicen que voy a romper la máquina, el escritorio, el universo todo. Tecleo con la impunidad de quien sabe que lo que escribe nunca se publicará. Tecleo con la impunidad de quien sabe que su lectora no es especializada, que si me compara con sus lecturas previas (Osho, Saramago, Gaby, su analista) seguro que salgo ganando, que puedo utilizar los recursos más elementales, básicos y sucios que igual pasarán de largo o, incluso, serán considerados originales. Tecleo, entonces. Tecleo, y el protagonista descubre que la paciente le interesa. Dos páginas, bien, un diálogo aparentemente inteligente. Tecleo, y el protagonista alterna encuentros con su ex y con su amigo. Cuatro páginas más, bien, voy a llegar, tengo tiempo. Tecleo, y el interés del analista por su paciente va in crescendo, y se la cruza en un cine (no la reconoce de entrada, primero le mira el culo y lo calienta, luego siente culpa de haberse calentado con una paciente), y el amigo/partner (Sonia 04 ni sospechará cuál es la función dramática tan elemental de estos personajes, colocados con apurada desprolijidad) sigue despotricando contra las mujeres, contra las mujeres putas. Bien, bien, ya voy veinte páginas.
Freno para almorzar, hablo con Sonia 04, nos decimos te amo, ella pregunta por los fletes, le digo que está todo arreglado, nos despedimos, termino de almorzar, no hago pausa ni para tirarme un eructo delante del Chancho (actividad que me encanta, pues él siempre responde con uno superior, lo que deriva en una escalada que ahuyenta al Tanguero y al Flaco, siempre más delicados que los dos confesos cerdos de la oficina).
Tecleo, y la trama comienza a lentificarse. Mierda. Tecleo, y no logro sacarla del pajonal. Recurso fácil: nuevo personaje. Profesor de salsa para el analista -y, de paso, guiño para la única lectora, que se sentirá homenajeada con algo tan sutil como el paralelo tango/salsa-. Inicio de liberación del protagonista, más sesiones con la paciente, alguna charla con la ex (se cruzan en un cine, ella ya está con otro), más puteadas del amigo. Tecleo, tecleo, tecleo. Voy cuarenta páginas. Trabajo más a destajo que periodista de diario amarillista minutos antes del cierre de edición.
Cuando miro el reloj, es la hora de salida. Salgo, claro. Salgo casi corriendo. Como Sonia 04 tiene que atender todo el día -iré a su casa, la esperaré allí-, quedamos en que voy a ir al local de Piero en Scalabrini Ortiz y Santa Fe para comprar el sommier y dos almohadas. Subte, qué calor que hace. Estoy mareado, ¿por el calor?, ¿por el vértigo?, ¿porque creo que la nouvelle es una mierda y quizás elimine cualquier posibilidad de que Sonia 04 me quiera?, ¿porque me olvidé de llamar a los padres de Sonia 04 para arreglar mejor acerca de la fiesta sorpresa?, ¿porque me olvidé de llamar a mi vieja para contarle que con el depto nuevo está todo bien, y seguro se ofende? No sé por qué, pero me mareo. Ahora que lo pienso, ayer me olvidé de tomar el remedio anticoagulatorio. Mierda. Se supone que no debo olvidarme. Mierda.
El subte se detiene, salgo apurado, entro en el local de Piero. No está el vendedor de la otra vez, sino su esposa. Le digo que quiero tal modelo de sommier con base de resorte y patas con rueditas, que quiero dos almohadas buenas -no de esas que venden los supermercados y a la semana ya tomaron la forma de mi pesada cabezota-. Ella se entusiasma, en especial cuando le digo que pago al contado. No tanto cuando le recuerdo que por el pago al contado había un descuento. Me pregunta si quiero probar el sommier. No, no quiero tirarme en otro sommier de un local de sommiers por el resto de mi vida. Pago la seña, $800. Queda un saldo que entregaremos al cadete, contra entrega. Pregunta el día, la hora. Digo sábado. ¿Hora? Calculo. Peones llegarán 7:30/8 (nunca son puntuales) + Carga de la camionete (máximo hora y media) + Viaje (media hora) = Ya estamos en el nuevo depto a eso de las 11 y media. Sí, 11 y media, le digo. Ella anota. Me fijo si anotó bien. Le doy la mano, en el mundo adulto de los recién juntados, cuando se hacen compras hay que estrechar las manos de los vendedores, descubro. Si uno es soltero, no estrecha manos. No sé por qué, pero no estrecha manos. En fin.
Salgo de la casa Piero. Suena el celular. Yo ya camino rápido para casa, tengo que empezar a ordenar las cosas para que mañana cuando traigan los canastos todo sea más fácil. Atiendo. Sonia 04. Pregunta si fui a dormiPiero, digo que sí, que ya tenemos camita, que me la voy a coger en todas las posiciones imaginables, que podría comprar el Kamasutra, incluso, aunque dado que soy escritor y con las caricaturas me defiendo bien podría yo hacer otro Kamasutra, digo, divertido pese al cansancio, al mareo.
-¿Cuánto te cobraron? -pregunta.
-Todo fue... -no me acuerdo, saco la factura, leo-. $1.290.
-¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿$1.290???????????????? ¿¿¿¿¿¿¿Vos estás loco, Pipu??????????
-¿Qué pasa, mi amor?
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Eran $1.240!!!!!!!!!!!!!!! ¡Te cagó cincuenta pesos, la vieja hija de puta!
Estoy mareado, ya lo dije. Me paso una mano por el rostro.
-Mi amor, son cincuenta mangos, en una compra superior a la luca eso es nada.
-No puede ser, no puede ser.
-Mirá, hagamos así: los pago yo, esos cincuenta mangos, y el asunto está terminado.
-No, no puede ser. ¿No podés volver al negocio?
-No, no puedo -en verdad pienso: no quiero.
-Ok, llamo yo.
-Pero no te lo tomes así...
Corta.
Camino, ya no tan rápido como antes, por Medrano. Los árboles de Palermo transpiran. Yo también. Más que los árboles.
Vuelve a sonar el celular. Sonia 04. Dice que ya llamó a dormiPiero, que armó un escandalete y que la mujer se disculpó, que nos va a descontar esos cincuenta pesos. Se la escucha contenta. Te quiero, me dice.
Llego a mi depto. Lo miro, es raro. Ya no viviré solo.
Miro los objetos. Los objetos, esas cosas que uno acumula, que testimonian -al menos en los aspectos más mediocres- nuestra existencia.
Me siento ante la computadora. Pongo una película porno. Es una de mis últimas pajas, pienso.
Luego, duermo.
Luego, a la media hora, me despierto, me baño, voy a lo de Sonia 04, taxi, preparo la cena, que está lista cuando ella llega, cuando ella llega y pregunta:
-¿Cómo fue tu día, mi amor?
-Bárbaro -digo.
jueves, 26 de abril de 2007
Sonia 04: Zen o no zen, esa es la cuestión
Etiquetas: El Chancho, El Flaco, El Tanguero, Sonia 04