Miércoles 17 de enero de 2007.
Me despierto, hago el desayuno. Estoy más relajado, pero el sueño no consiguió recuperarme del todo. Sonia 04 duerme, y al despertar no quiere desayuno. Mientras remolonea, tomo mi café sentado en la cama. La beso, me marcho.
El día laboral lo destino principalmente a terminar la nouvelle de regalo para el cumpleaños de Sonia 04. Cuando llego a la página 60, comienzo a resolver los conflictos que se fueron acumulando. La paciente se enganchó con uno del laburo, el protagonista/analista hace todo lo que puede por levantársela, en un momento incluso comienza a manipularla en las sesiones para que corte con el muchacho que conoció. También, comienza a aparecer por casualidad en los salones de salsa que frecuenta la paciente. Todo apunta a que el analista se va a quedar con la paciente. Sin embargo, mientras tecleo, comprendo que soy un escritor profundamente moralista. Me freno. Seguiré a la tarde.
Almuerzo con el Flaco. Me cuenta los preparativos de su boda. Es lindo, escuchar esas cosas. El Flaco estuvo mucho tiempo mal por una relación pasada, y le presentaron a esta chica a la que no conozco en persona pero con la que, por lo que me cuenta, está todo bien. Mientras él me cuenta las coincidencias, la facilidad con la que fluye la relación, me pregunto si él -al igual que yo con mis amigos- no estará ocultando los conflictos. Quizás, me digo mientras el Flaco habla y comemos unas hamburguesas con papas fritas, toda relación sea eso: un paraíso a los demás que, en la intimidad, es muy similar al infierno. Sin embargo, lo que escucho del Flaco no trasluce llamas ni ecos del averno. Hay relaciones que, sí, fluyen. Son, creo, las de la gente más simple o, en verdad, las de la gente que sabe lo que quiere, que tiene al menos algunas cosas en claro.
No es mi caso con Sonia 04, por supuesto. Pero, me digo, si continúo esforzándome todo puede salir bien.
Para quien las cosas salen bien es para el protagonista de la nouvelle. Tecleo, y el tipo a último momento recapacita, comprende el poder que está ejerciendo sobre su paciente, comprende que nada que se conquista de esa forma tiene que ver con el amor, ni con el deseo de bienestar del otro. Sobre el final, el protagonista se encuentra con el compañero de trabajo de su paciente y le aclara los tantos, y se retira del tema. La nouvelle parece que terminará en la soledad del analista, divorciado y desencantado de sí mismo. Sin embargo, hay una última escena, una especie de bonus track, en la que va a bailar salsa con su amigo y conoce a una pelirroja. La nouvelle termina con una declaración de principios: todo hombre debería tener derecho a acostarse, al menos una vez en la vida, con una pelirroja.
No es mi caso, por cierto.
Salgo del trabajo a eso de las cuatro de la tarde. Me apuro. Llevarán los canastos a las seis. La idea es no pedirme días por mudanza: ya bastante me estoy cagando en la banda horaria, como para generar algo que haga que mis jefes se fijen en lo que hago y dejo de hacer, un off side más grande que los provocados por defensas menottistas.
Seis de la tarde. No llegan los de los canastos. Se supone que tengo que estar a eso de las 9 en lo de Sonia 04, y para ello antes tengo que viajar y bañarme. Es decir, a las ocho no puedo ocuparme más de los canastos. O sea, espero que lleguen rápido.
Seis y media. Llamo a la agencia de fletes. El flaco -supongo, tiene voz de flaco- agradece que llamé, confiesa que se habían olvidado, dice que ya me mandan los canastos.
Siete menos diez. Suena el timbre. Los canastos. Cuando bajo a buscarlos, Waldo, el portero, me mira sorprendido:
-¿Se nos va? -dice.
De todos los porteros que me tocaron a lo largo de la vida, Waldo es, sin duda, el mejor. Chileno, anciano, irónico. Noto cierta desazón en él, que enseguida se me contagia.
-Me voy a vivir con mi novia -digo, mientras meto los canastos en el ascensor.
-Ah, entonces es un cambio para mejor -dice Waldo.
-Se supone -digo.
Comienzo por los libros. Con horror, descubro que he llenado uno de los seis canastos grandes y apenas metí dos hileras de la primera biblioteca. Es decir, los seis canastos no alcanzarán. Y no tengo tiempo, ahora, para pedir más. Además, cobran por canasto, la mudanza va a salir una fortuna. Mierda.
Con espanto, descubro que los canastos llenos de libros pesan como la conciencia de un católico especialmente masoquista. ¿Cómo van a hacer los peones para cargarlos? Vivo en el décimo piso, el ascensor llega al noveno, pobre gente... ¿Y si no pueden? ¿Y si tengo que suspender la mudanza?
Llamo a mi vieja. Me pregunta, enseguida, qué necesito de ayuda para la mudanza. Le digo que valijas.
-¿Cuántas? -pregunta.
-Todas -respondo.
Media hora más tarde, el coche de mi vieja estaciona ante el edificio. Waldo sigue mirando, sigue diciendo se nos va. Mi vieja me ayuda a sacar las valijas del baúl, se ofrece a venir el día de la mudanza, y en fracción de segundo imagino a ella junto a Sonia 04 y a los peones, y los canastos.
-No, no te preocupes -digo-. En ese sentido, todo bien.
Cuando llego a lo de Sonia 04, lo primero que le aclaro es que no cocinaré, que pidamos comida a Petra´s. Y que, si puede, le pida valijas a sus viejos.