miércoles, 25 de abril de 2007

Sonia 04: La firma del contrato (3)

Lunes (cont.)

Cuando entramos, en el hall de la inmobiliaria hay cuatro personas: una pareja de jóvenes, un pelado y un dandy. El dandy -canoso, bigotes negros, corbata demasiado cara para lo que es el resto de la ropa-, apenas nos ve, se pone de pie.
-Vienen por el departamento de José María Moreno, ¿no?
La pregunta me suena a que estará acompañada por un "hubo un problema". Sin embargo, cuando Sonia 04 dice que sí, el dandy nos señala al resto de los presentes y dice:
-Ellos son los propietarios.
Nos saludamos. Estrechamos manos. Las inmobiliarias son, en relación a los alquileres, una escenografía preparada para la división de clases sociales: propietarios e inquilinos se encuentran, estrechan sus manos con cordialidad aparente, pese a que sus intereses son exactamente contrapuestos. Unos quieren vivir de los otros.
-Pasen, pasen -invita el dandy, que enseguida reconozco como el empleado que la dueña de la inmobiliaria dejó a cargo mientras se iba de vacaciones.
Nos señala una oficina al fondo.
Y hacia allí vamos.

Un salón apartado. Una mesa redonda, superficie de oscuro vidrio opaco. Alrededor, los actores en cuestión. Yo estoy entre Sonia 04 y la madre de Sonia 04.
El dandy, de tono extremadamente correcto -¿será puto? ¿será de esos tipos casados que se hacen romper el culo por travestis palermitanos?-, de pulcritud extremadamente correcta, una mano a cada lado de los papeles, se pone a leer el contrato de alquiler. El contrato de alquiler que ya leímos por mail, que ya se le hicieron modificaciones a pedido nuestro en relación a la indexación -suerte que en este país kirchnerista según el Indec no hay inflación, recuerdo, y que el magnánimo secretario de comercio se comprometió a fijar el precio de los alquileres-. Le susurro a Sonia 04 lo que ya le dije cuando recibiera el contrato por mail: el contrato es decorativo, hay que firmarlo igual, diga lo que diga. Si establece algo que está por fuera de la ley, es inválido. No hay que hacerse demasiado problema. El contrato es la obsesión de abogados y contadores, no de gente de bien. Por la forma en que el pulcro dandy lee artículo por artículo el innumerable contrato, no es gente de bien. Le noto un tono chupamedias para con el pelado que estaba en el hall -quien resulta ser el padre de la chica integrante de la joven pareja-. No, no es un hombre de bien. Dudo que alguien que considera que operar bienes inmobiliarios es una tarea inmejorable, una forma fácil de hacer dinero rápido, sea una persona de bien. La madre de Sonia 04 es martillera pública -¿cómo se puede estudiar para eso?-, recuerdo.
En el contrato hay mal una cifra, un número. El dandy exclama ¡oh! -sí, sí, exclama ¡oh! con la boca en trompita, un sonido gutural y amariconado-, se levanta, va en busca de líquido corrector y, meticuloso, tacha, tapa, escribe a un costado y luego mira al pelado padre de la propietaria -luego descubriremos que el pelado padre de la propietaria es amigo de la dueña de la inmobiliaria, el mundo es un pañuelo- en busca de su aprobación. Al encontrarla, el dandy suspira con alivio.

Todo parece estar en orden. Yo lo que quiero es pagar de una buena vez, que nos den las llaves e ir al departamento.
Sin embargo, hay un inconveniente. Sonia 04 menciona algo que le dijo la dueña de la inmobiliaria: el departamento no tiene alacena en la cocina, y los dueños iban a comprarla.
-No, nunca dijimos eso -dice la joven pareja de representantes capitalistas del mercado inmobiliario.
La discusión es breve. Si bien la madre de Sonia 04 interviene proponiendo que alguien que no seamos nosotros se haga cargo de la alacena y los jóvenes tórtolos propietarios -tan distintos a los jóvenes tórtolos inquilinos, que se sienten incómodos ante el descubrimiento que ya llegaron a un punto de sus vidas en que los propietarios son más jóvenes que ellos, eso sí que es un síntoma de decadencia- sostienen que hubo un malentendido y yo digo que no se trató de malentendido porque entendimos muy bien que alguien iba a pagar, la cosa no llega a mayores. Ya se verá quién carajo paga la puta alacena.
-Además -dice el muchacho de la joven pareja de tórtolos-, nosotros no íbamos a comprar una alacena. Al fin y al cabo no vamos a vivir ahí, ¿no?
Lo expone como si lo que dice fuese lógico. Lo miro. Lo mandaría a la mierda, pero quiero que esto termine de una buena vez.

Todos menos el pelado y el dandy y yo exponen sus documentos. Todos menos el pelado y el dandy y yo estampan su firma. Mi turno en la obra teatral es cuando llega la hora del pago. Meto panza, meto mano en el bolsillo, extraigo los billetes que el dandy contará una y otra vez.
Luego, sí, el dandy le entrega las llaves del departamento a Sonia 04. Ella las toma, me mira.
-¿Ya está? -pregunto, delante de todo el mundo.
-Ya está -me dice ella, delante de todo el mundo.
Sí señor. Ya está.

(continúa)