sábado, 28 de abril de 2007

Sonia 04: El día de la mudanza (3)

Sábado (cont.).

Cuando despierto, escucho un ronroneo desde la cocina. Camino por el departamento con el cuidado de quien no reconoce del todo el terreno. Descalzo, esquivo canastos y me encuentro con que, en la cocina, Sonia 04 está abocada, ahora, a la limpieza de toda mi vajilla. Días atrás me dijo que la tirase a la basura, hasta que me planté y le dije que la mayor parte es regalo de mi abuela, que para mí es valioso, y tuvo que ceder. Lo que no cede ante el fragor de sus manos son los cubiertos, por suerte.
-¿Dormiste bien? -pregunta.
La beso. Un pico breve. Tengo ganas. Aunque esté toda embadurnada de espuma, tengo ganas. Ella esquiva mi rostro. No insisto. Voy al comedor.
-¿Qué vas a hacer? -pregunta desde la cocina.
Ordenar los libros, no puedo porque ella los quiere limpiar uno por uno, hoja por hoja. Ponerme a limpiarlos, menos: cada loco con su tema.
-Voy a acomodar los muebles -digo.
-No, dejá que lo hago yo así quedan bien -dice.

Vamos al supermercado. Carrefour Boedo. Donde antes estaba la cancha de San Lorenzo, pienso. Es la primera vez que vengo. Entramos. Tomo un carrito, empujo. Es la primera compra que haremos en conjunto, pienso. Comienzo a empujar.

Primero miramos lavarropas. Aún no compramos el que nos regalarán sus padres. Los que hay acá son, en general, objetos que en nada se parecen a los modelos que habíamos pensado como posibles. Cerca de este sector está el de herramientas.
-Necesitamos una caja de herramientas -dice Sonia 04.
Nunca tuve caja de herramientas. Como soy un nulo total en las tareas hogareñas, los instrumentos de los que suelo disponer son pocos: fundamentalmente, destornilladores Philips por si tengo que desarmar el CPU de la computadora. Sin embargo, Sonia 04 quiere comprar burletes y otras cosas. Y una caja de herramientas.
No sé si alguna vez fueron a un maximercado a comprar algo semejante. A la vista, son todas iguales salvo las Black & Decker, que por sus precios están absolutamente prohibidas. Primero, Sonia 04 se pone a mirar precios, luego modelos. En un momento, le marco uno que está de oferta que no parece mal.
-¿Te parece que de ese color?
Es una caja de herramientas negra. Todas las demás son negras. Se lo digo con la máxima diplomacia de la que dispongo. Ella tuerce los labios, asiente en silencio.
Los siguientes veinte minutos los dedica a comparar entre las cajas de herramientas de ese mismo modelo y estante. En un momento -yo ya no sé qué hacer con el carrito pegado a mis dedos- le digo que no entiendo por qué se preocupa tanto.
-Esta -señala una caja que ya separó- tiene una marca adentro, esta otra atrás, esta otra arriba...
-Ah -digo.
Diez minutos más, y luego tomo una cualquiera y la pongo en el carrito.
-A los diez minutos de que la usemos va a estar sucia y golpeada -le digo.
Ella asiente. Camina a mi lado. Suspira. Se frena. Toma la caja de herramientas del carrito, vuelve corriendo a la góndola, la deja, toma otra y regresa, también corriendo.
-Esta está mejor, Pipu.

Lo mismo con martillo, pinza, etc, etc.

Llegamos a la zona de textiles. Necesitamos sábanas, el sommier aún está pelado. Disponemos sólo de un juego de sábanas que nos regaló la madre de Sonia 04, que a mí me resultan impropios porque la base no encaja en el colchón y a Sonia 04 porque le parece feo. Los precios son bastante altos, Sonia 04 menea la cabeza.
-En el once están más baratas.
-Pero no estamos en el Once, mi amor -digo-. Necesitamos un juego para esta noche, ¿te parece?
-Sí.
Media hora más tarde, nos alejamos de la zona de textiles. No compramos sábanas. Sonia 04 las comprará en el Once, dice, donde están más baratas.

El método Elemental de recorrida de supermercado para no olvidar nada es bastante sencillo: consiste en no guiar el orden de la compra por los productos que vamos recordando, sino recorrer el supermercado de adelante para atrás, góndola por góndola, para ver productos y, al hacerlo, recordar si hacen falta o no.
El método Sonia 04 de compra en supermercado es relativamente simple: agrega los productos que ella quiere, y los que yo incluyo los saca del carrito y los vuelve a colocar en la góndola. En el mejor de los casos, lo cambia por otra unidad del mismo producto.
Lo juro.

Llegamos a la zona de helados. Hay una promoción: dice que llevando dos helados iguales de Frigor, hay un 30% de descuento. Le propongo a Sonia 04, entonces, comprar helado -no sea cosa que después los saque del carrito-. Ella mira la promoción, calcula mentalmente cuánto es un 30% y dice sí, sí, Pipu. Toma un pote de Chomps de crema y otro de chocolate, los introduce en el carrito.
-¿Te parece llevar cuatro potes de Chomp? -digo-. Vamos a engordar como chanchos...
-¿Por qué cuatro? Agarré dos.
-¿Pero no íbamos a aprovechar la promoción?
-Claro, estoy llevando dos potes de Chomp de medio kilo.
-La promo no dice dos potes de Chomp de medio kilo, sino helados iguales. Uno es de crema y el otro de chocolate.
-Pero Pipu, tienen el mismo precio, son la misma marca, pesan lo mismo, ¿cómo no van a ser iguales?
-Tienen códigos de barras distintos. Son distintos. De hecho, ¿por qué querés llevar uno de crema y otro de chocolate? Porque son distintos...
-Vas a ver que tengo razón -dice.
-Bueno, vamos a ver cuando lleguemos a la caja...
Entonces, sigue mirando la heladera. Toma una caja de bombón helado de dulce de leche y un almendrado.
-¿Pero no íbamos a aprovechar la promoción? -pregunto.
-Y claro, estoy llevando dos helados Frigor, ¿no?
Dios mío.

Llegamos a la caja. Le pregunto al empleado si los potes de Chomp de distinto gusto son considerados iguales, para la promoción.
-No -dice el empleado.
Le tiendo el pote de crema a Sonia 04, le digo que lo cambie por otro de chocolate. Ella apoya el pote, y toma el de chocolate: lo cambiará por uno de crema. Cuando está por irse, le hago una seña de que espere. Vuelvo a mirar al chico, le pregunto si el almendrado y el bombón son los mismo. El pibe me mira como si acabase de descender de Marte. Yo miro a Sonia 04. Ella tuerce los labios, y también se lleva esos helados.

Termino de colocar los productos del carrito en la banda transportadora. Sonia 04 lanza un grito ahogado. Yo la miro, preocupado. Ella señala los productos.
-¿Compraste una docena de huevo? -casi grita-. ¿Para qué tantos?
Suspiro.
-Por favor, dejate de romper las pelotas -digo.

Volvemos a casa en silencio. En el trayecto, me pregunto una y otra vez con quién carajo me vine a vivir.