martes, 3 de abril de 2007

Sonia 04: Tercer mesario

Sábado 9 de diciembre de 2006.

Le doy clase a mi alumna que quiere escribir el Harry Potter argentino. Sonia 04 se va, tiene que ir a la peluquería, a la manicura. Hoy salimos a cenar. Quedamos en que la paso a buscar pasado el mediodía: salió un aviso clasificado de un departamento que cumple medianamente con sus prerrogativas.

Paso. Salimos a mirar el departamento. No es barato, pero tiene tres ambientes, dependencia, cochera y doble circulación. Le digo a Sonia 04 que está en buen estado, que tiene un lindo balcón, y que incluso se ahorraría el dinero de la cochera de su depto en Doblas, el cual también podría alquilar y atender acá. Sonia 04 menea la cabeza.
-¿Viste? -señala hacia el balcón-. Tiene un edificio enfrente.
-Pero mi amor, si querés algo en los barrios que dijiste, que no tenga edificio enfrente será realmente difícil.
-Se va a poder, ya vas a ver -dice, muy segura.
Por un segundo le creo. Al siguiente ya no.

En su casa, lo hacemos. Bastante bien.

Salimos a cenar. Es su regalo de mesario, la cena. a dejo elegir. Puerto Madero, dice. No es un lugar que a mí me atraiga particularmente, pero lo dicho: ella invita.

Llegamos. Comenzamos a caminar por el lado que da a la ciudad. Un restaurante tras otro es bochado por Sonia 04. Algunos por los precios, la mayoría porque no tienen disponibles mesas con vista al río. Intento explicarle que, dado que no hicimos reserva, casi de seguro no conseguiremos esa clase de mesas que pretende porque, justamente, son las que pretende todo el mundo. En un momento llegamos a Córdoba, la salida de Buquebús, y decidimos hacer el mismo recorrido hacia atrás. Quizás se desocupó alguna mesa, digo, tratando de inventar esperanzas. No, no se desocuparon.

Hay, en Sonia 04, algo que me incomoda, que eleva mi inseguridad a niveles astronómicos: para mí el hecho de estar con ella es suficiente (ya sea para el departamento a alquilar o un sitio para cenar), para ella estar conmigo no. Recuerdo los mails con Edgardo. Miro el río. Está tan tentador.

Dice, Sonia 04, que hay un lugar muy bueno, de este mismo lado. Lo buscamos. Seguimos caminando. Llegamos a los Cinemark, le digo que yo trabajo acá cerca, que el restaurante que ella dice no lo conozco. Sí, es uno al que siempre iba con mis viejos cuando nos íbamos de vacaciones a Mar del Plata, dice. Completamos el recorrido, y ese restaurante no aparece. Regresamos sobre nuestros pasos, y descubrimos un local deshabitado desde hace tiempo: este era el restaurante que pretendía Sonia 04. Seguimos caminando, frenamos en Il Gatto, le digo que no hacen malas pastas y que los precios son bastante razonables para la zona. Nos asomamos. Vamos a pedir turno. La encargada entra en el local. Sonia 04 la sigue, decidida. Yo espero afuera, soy tímido para estas cosas. Sonia 04 sale.
-¿Te dijo cuánto tendremos de espera?
-No, no pedí mesa -dice.
-¿Cómo?
-Hay mucha gente. No me gusta. Y no tienen mesa con vista al río.
Miro mi celular -no uso reloj-: llevamos más de una hora caminando por Puerto Madero.

Vamos del otro lado, el más próximo al Río de la Plata. Acá hay mesas disponibles, pero precios prohibitivos. Hay un lugar que parece carísimo, Sonia 04 quiere entrar a averiguar, le digo que si deshechó otros este será imposible. Ella va adentro. Yo espero afuera. Sale.
-Carísimo -dice.
Miro el celular: llevamos una hora y cuarenta y cinco minutos, y ni siquiera nos anotamos en una lista de espera.

En un momento me siento.
-Pipu, no arruines la noche -dice Sonia 04.
-¿Que yo no arruine la noche? -digo.

Completamos el recorrido del otro lado hasta Córdoba. Cruzamos del otro lado, el mismo que recorrimos al inicio. Son más de las doce de la noche, y lo único que me alivia es que ya hay menos gente en los restaurantes. Continuamos el periplo -me duelen los pies, Sonia 04 está como si nada: van dos horas y pico de caminata en busca de un lugar para comer-. Llegamos nuevamente a Il Gatto. Se fue mucha gente. Le pido por favor de entrar acá. Ella accede. La chica nos conduce a una mesa. Da al río.
-¿Viste, Pipu? -dice Sonia 04-. Al final lo conseguimos.
-Sí, mi amor.

Sonia 04 llama al mozo. El tipo se acerca.
-¿Nos podremos cambiar de mesa? -pregunta Sonia 04-. Acá da de lleno el aire acondicionado.
El mozo le dice que la mesa con vista al río libre hay que limpiarla.
-No importa -dice Sonia 04-. Esperamos.
Vamos casi tres horas, desde que llegamos a Puerto Madero.

Cenamos. La comida, sí, está muy bien.

Salimos. Vamos a la Costanera en coche, pero hay mucha gente. Emprendemos el regreso. Le acaricio la pierna, le digo que hagamos algo que no hicimos nunca:
-¿Vamos a un telo?
-No, yo con vos a un telo no voy, porque te los conocés todos.
(una vez le hice ese comentario, más para mandarme la parte y demostrar que soy un pelotudo que otra cosa)
-¿Y qué tiene?
-Que yo no voy a un telo al que hayas ido con otra mina.
-¿No era que no importaba, si íbamos a lugares donde habíamos ido con otras personas?
Ella me mira. La dejé sin palabras. Disfruto el momento.
-Quedate tranquila, acá cerca hay uno al que va la gente del laburo al que no fui nunca. Dicen que está bastante bien.

El aire acondicionado del telo es acogedor. Sí, esa es la palabra exacta.

Lo hacemos. Mucho mejor que a la tarde.
Es increíble todo lo que pueden esconder, todo lo que pueden tapar dos cuerpos absolutamente desnudos.