domingo, 18 de marzo de 2007

Sonia 04: Se viene el estallido

Martes.

Ayer a la noche quedamos en que hoy Sonia 04 vendrá a cenar. Durante el día, espero sus mensajes. Uno, al mediodía. Salgo del trabajo apurado, paso por la redacción del diario, lo veo al Editor Más Fachero, me entrega un par de libros para reseñar, me pregunta por mi vida afectiva, le comento que estoy enamorado, no digo los problemas porque no da, aún no da, él se pone sinceramente contento: venía leyendo el blog, decía que era asombroso que yo estuviera solo, y además es realmente un buen tipo, a quien le debo mucho y jamás me pidió nada a cambio; está bueno conocer gente así. Mientras hablamos, lo llama la novia, el tono de él es mimoso, se nota por cómo hablan que también charlaron hace un rato, y que ambos disfrutan de eso. La reunión no se extiende demasiado, tengo que preparar el departamento para la llegada de Sonia 04 (la mujer que viene a limpiar lo hace los viernes, y hoy martes el depto ya está a la miseria), comprar los ingredientes para las milanesas a la napolitana con papas fritas... Corro casi literalmente hasta el subte, viajo, visito un supermercado chino, compro, entro al departamento. Levanto el tubo: señal de mensaje. Chequeo. Sonia 04, hace pocos minutos. Se despide hasta la noche, dice que va a llegar a las 9. Cuelgo. Lo primero que me pregunto es por qué no me llamó al celular, si deseaba ponerse en contacto y si sabía que a mí me gusta recibir sus llamados. En fin. Me pongo a limpiar, y descubro una vez más que por más que haga todo lo que me indicaron las cosas quedan igualmente sucias; ¿qué hace Silvia cuando viene a limpiar, que las cosas quedan limpias, un gualicho? Preparo las milanesas, pelo y corto las papas. Miro el reloj. Las ocho. Me baño, bastante apurado. Salgo de bañarme, preparo un poco más los ingredientes -corto el queso, preparo la salsa, enciendo el horno para colocar la comida cuando llegue Sonia 04-. 9 de la noche. 9 y media. 10 de la noche. Mensaje de texto. Sonia 04. ¿No bajás y me ayudás a subir los bolsos? Se supone que se quedará a dormir y mañana irá a lo de Diógenes y luego al curso que da Gaby, su psicoanalista. Con el horno encendido, bajo. Cuando llego a la esquina, donde usualmente estaciona su coche, ella ya está saliendo. La beso. La abrazo. Le digo te quiero. Ella me tiende uno de los bolsos, pesa una tonelada, no sé qué puede tener ahí adentro. En el trayecto hacia el departamento, le pregunto por su día, por cómo está. Sus respuestas son cortas. Entramos al departamento, entro en la cocina, ella va al baño, ni se aproxima a donde estoy. Sale del baño y me dice que va a hablar por teléfono con una amiga. Y entonces sí, el estallido.

-¿No podés hablar en otro momento? -digo.
Ella me observa, asombrada.
-Digo, recién llegás, en el día ni hablamos, estoy cocinando para vos... ¿No podés hablar con tu amiga en otro momento, en vez del rato que tenemos para nosotros?
Su rostro se transforma. Si en general la veo linda, en este momento, con los rasgos endurecidos, agudizados, me resulta horrible. Se sienta en una de las sillas, se cruza de brazos, muda. Voy a la cocina, las papas se están friendo, las milanesas están en el horno. Pasan varios minutos, y silencio. ¿Qué estoy haciendo? ¿Para qué me esfuerzo? ¿Para quién? ¿Qué le pasa a esta mina? Más minutos. En un momento, escucho desde el comedor.
-Yo no sé si nosotros vamos a poder vivir juntos.
Cierro los ojos. Soy calentón, un leche hervida, es algo que sé y que tiendo a cuidar particularmente con la gente que quiero. Puedo ser extremadamente hiriente, sé detectar las debilidades de las personas casi con tanta certeza como las mías, que conozco y revuelvo a mansalva. Mi cabeza parece a punto de estallar. Las papas están sobre el aceite, las milanesas en el horno. Apago el fuego de la hornalla, y el del horno. Veo cómo el aceite comienza a penetrar en las papas, en vez de freírlas. La cena está arruinada.
Voy hasta el comedor.
-Bueno, Sonia 04, basta.
-¿Basta qué?
-Basta. Me llenaste los huevos. Basta.
Me mira, en silencio.
Me siento del otro lado de la mesa.
-Yo no sé qué es lo que vos considerás que es una relación de pareja, pero yo me siento para la mierda. Llegaste acá una hora más tarde de lo que dijiste, ni siquiera me preguntaste cómo estoy, cómo me fue, nada. Me dejaste cocinando y vos te ibas a poner a hablar con una amiga. Y como te digo que me parece mal, te quedás ahí sentada como una nena caprichosa. Basta.
-Tenemos toda la noche para nosotros, podíamos hablar después.
-¿Por qué carajo vos tenés que determinar siempre cuándo podemos hablar, cuándo nos podemos ver? -mi tono de voz comienza a elevarse-. ¿Sabés qué es lo que siento? Siento que acá yo soy la mina y vos el tipo. Yo cocino, te reclamo afecto, y vos venís del trabajo fusilada y te ponés a hablar con tus amigas. Acá hay algo que está muy mal, Sonia 04. Muy mal. Yo no quiero ser tu ama de casa desesperada.
-Vos no entendés.
-Desde ya que no entiendo. No entiendo cómo podés ser tan fría, tan distante, cómo hay momentos en que me decís que me querés y después te asombra que yo esté esperando muestras de afecto. Yo me entrego, loco, te quiero y me entrego. Y sé que es un error, que si sos una histérica de mierda lo que debería hacer es dármelas de interesante, ponerte distancia para que te acerques. ¿Pero sabés una cosa? No tengo ganas, de hacer eso. No quiero interpretar un papel, quiero ser tal como soy, delante de la persona que quiero. Y si soy tal como soy a vos te jode.
Sonia 04 se levanta de la silla, yo también. Ella toma los bolsos que había dejado junto a la computadora, y los apoya junto a la puerta. Yo, desde la cocina -donde acabo de tirar las papas aceitosas a la basura-, lo veo.
-¿Tengo que bajar a abrirte? -digo.
Ella me mira. Vuelve a sentarse.
-No, nena, no -digo-. Llevaste los bolsos a la puerta para amenazarme de que te vas, de que no te gusta lo que te digo. Si hiciste toda esa puesta en escena, lo menos que podés hacer es irte, ¿no?
-¿Me estás echando?
-No, no te estoy echando. Estoy impidiendo que me chantajees con que si no aflojo vos te vas. Te quisiste hacer la gallita, ahora ponete los pantalones largos y picatelás -sí, dije picatelás y dije gallita, soy un extemporáneo.
Ella se pone de pie. Va hasta sus bolsos y los toma. Abro la puerta. Bajamos en el ascensor. Abro la puerta de calle. La acompaño hasta el coche -ella insiste en que no hace falta, yo me mantengo mudo y sigo-. Entra en el coche. Baja la ventanilla.
-Vos sabés lo que significa esto, ¿no? -dice.
-Claro que lo sé -digo.
Y arranca. Se va.