Antes de la cita, hablamos por teléfono. Su voz era, cómo decirlo, decidida. Parecía una mujer decidida, que sabía lo que quería. He aquí una prueba de que las primeras impresiones, la supuesta sagacidad que creemos tener para con los demás, es una soberana estupidez.
Le pregunté qué prefería hacer. Me dijo que por la tarde tenía buceo -ahí descubrí que, al igual que en la película de Szifron, hay gente que hace buceo en piletas-, aunque luego dijo que no, que mejor nos encontrábamos tipo 10. Le pregunté dónde, y me respondió que, como ella tenía coche y yo no -siempre aviso que no sé manejar, es una especie de declaración de honestidad de mi parte, dado que hay mujeres que consideran que eso es similar a la peste-, me podía pasar a buscar por casa. Me sorprendió, quedé mudo unos instantes. Como dije, parecía una mujer decidida. Según el perfil de la página de internet, tenía 36 años. Sí, decidida. Tan decidida como para decirme:
-Vamos a comer, ¿no?
Yo, que aún tenía frescas en la memoria las veladas con Sonia 01 y 03, dudé. Pero, como dije, ella parecía decidida. Y yo soy un tipo fácil.
Temí por mi economía, le pregunté dónde deseaba comer (Palermo Hollywood, Palermo Soho eran combinaciones que me resultaban aterradoras), y dijo:
-No sé, en cualquier lado. A mí no me gustan esos lugares chetos.
¡Bien!, pensé.
Quedamos, entonces, en que iba a pasar a las 10 de la noche por casa. En su coche. Y pensé: como si ella fuese el hombre y yo la mujer. Aunque, claro, ese pensamiento desapareció pronto. Lamentablemente.
miércoles, 21 de febrero de 2007
Sonia 04: La primera cita (primera parte)
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