viernes, 3 de agosto de 2007

Sonia 00: La construcción del héroe

Lunes: jardín, qué bueno que seamos amigos.


Martes: jardín, qué bueno que seamos amigos.


Miércoles, la construcción de un héroe.


Jardín, qué bueno que seamos amigos.
En un momento, Sonia 00 dice:
-¿Y si hoy voy a tu casa a ver Lost?
-No -digo.
Me mira, boquiabierta.
-¿Por?
-Tengo la presentación de un libro.
En verdad, es una antología medio pedorra que se hizo con mis amigos y compañeros de taller literario. Una forma del Profesor de publicitar su taller, para ser sinceros. Claro que no le voy a aclarar eso a Sonia 00.
-Ah -dice.
Yo disfruto el silencio. Un minuto, dos. Luego, digo:
-También tengo otros amigos, vos viste.
Y luego, sí, el estiletazo final:
-Qué bueno que seamos amigos -digo.
Ella me mira, en silencio.

Voy a la nutricionista. No la veo desde que me indicó la dieta. Otra vez, me hace esperar como una hora. La puta que las parió, a las nutricionistas y sus sobreturnos y la reconcha de sus madres. De repente, escucho:
-Elemental...
Me pongo de pie. Voy hasta ella. Es flaquita, es linda, del tipo que me gusta a mi: tetas como manzanas, culo como pera -o al menos eso es lo que deja adivinar su delantal-. Pasamos al consultorio. Se sienta del otro lado del escritorio, toma una ficha en blanco.
-Primera vez, ¿no? -dice.
-No, vine hace tres semanas...
Vuelve a mirarme. A los ojos, ahora. Mis ojos, lo sé, son punto fuerte. ¿Cómo será levantarse a una nutricionista? Pero no, no me mira con esos ojos, sino con otros. Me mira a los ojos como si buscara reconocerme. Sus pupilas se achican -tiene ojos oscuros, ojos y pelo oscuro, el pelo lacio y largo, petisita, le llega casi a la cintura-, abre la boca.
-Ahora me acuerdo -dice-. ¿Qué pasó?
-No entiendo.
-¿Estuviste enfermo?
-¿Qué?
-Estás seguro que ya viniste, ¿no?
-Sí, estoy seguro...
-Bueno, desvestite.
Podría hacer algún chiste de doble sentido, pero suceden dos cosas: a) es linda, por lo que creo que no me va a dar pelota; b) soy tímido hasta que entro en confianza. Me quito el pullover, los zapatos. Voy a la balanza. Antes de subir, me pregunta:
-¿En cuánto estabas?
-88, 89 kilos...
-Ajá.
Subo. Es una de esas balanzas con la barrita de metal y las pesitas. Ella la lleva hasta 85, y la barrita se mantiene inmóvil abajo. La lleva a 83, y la barrita se mantiene inmóvil abajo.
Me mira.
Sonrío.
Lleva la barrita a 81, y la barrita amaga con subir, pero no. 80, nada. 79, la barrita sube hasta la mitad, y se queda quieta en su dictámen preciso: sí, soy otro, por eso no me reconoció la nutricionista.
-Bajaste -dice, confundida-... ¿diez kilos en tres semanas?
-Así parece.
-¿Vos seguiste mis indicaciones?
-Me fijé en lo que me habías marcado día por día, y comí la mitad.
-Pero eso no se hace.
Las pelotas, no se hace.
Mi sonrisa se ensancha.

Voy a la presentación. Hay varios amigos que no me ven desde hace bastante. La Niña Bonita, por ejemplo, se me queda mirando y me dice:
-¡Cómo adelgazaste, Elemental!
Yo sonrío.
La frase se repite, los signos de admiración se multiplican. La Trotamundos, la Cuyana, el Libanés y el Tarta se maravillan ante la sentencia de la balanza: diez kilos en tres semanas.
-Ahora estoy como para que Sonia 00 me dé pelota, ¿no? -digo.
-Ahora estás como para que cualquiera te dé pelota, tonto -dice la Trotamundos.
-Igual quiero llegar a 75 -digo.
La conquista del Polo Norte sólo es el primer paso para acercarnos al infinito, siento.
Un héroe ha nacido.
Preparate, Sonia 00.