lunes, 4 de junio de 2007

Sonia 00: Prólogo 24: Inconciente Nacional (2)

Uno de los que me va a visitar al sanatorio es Satanovsky. Buena onda. Charla con mi hermano, me pregunta si necesito algo. Lo dicho: buena onda.

Luego de la internación, me tomo unos días de descanso de la Secretaría. Voy, sí, a la redacción de Inconciente Nacional. Satanovsky escucha mis ideas y aportes para la revista y, sorpresa, suele incorporarlos a la revista. Es decir, comienzo a ganar poder casi a mi pesar en la estrcutura editorial de seis personas. Me encargo de reseñas de libros y películas, creo una sección que, a partir del tema central de ese número, relacionará cómo se desarrollaron esos conceptos en literatura, cine y TV. Y edito. Y escribo una novela por episodios.

Un día, me entero que el otro editor no contó con la aprobación de Satanovsky. Comienza a enviarme, también, las notas de psicología más técnica, las mismas para las que dije no estar capacitado.

Un día, llego a la redacción y Satanovsky me dice que tiene que hablar de dinero conmigo. Me duplica el sueldo.

A la semana, me doy cuenta de que me duplicaron el sueldo pero cuadruplicaron las responsabilidades. La regla de tres simple, inaplicable en este caso.

Un día, le comento a Satanovsky que el Editor Más Fachero me pidió que comience a colaborar en el suplemento del diario con reseñas de libros. Satanovsky me mira, dice que no comente nada de Inconciente Nacional (que aún no salió) en la editorial, no sea cosa que le afanen la idea. Primero pienso que me habla en joda.

Según Satanovsky, todas las editoriales tienen un proyecto de sacar revistas de psicología para personas comunes. Todas.

Según Satanovsky, hay filtraciones. Dice que el otro día se cruzó con un psicólogo que sabía de que iba a salir una revista de características similares a Inconciente Nacional. No lo pregunta, Satanovsky, pero creo que teme que la filtración sea yo.

Sale la revista. Según Satanovsky, un éxito de ventas.

Llega una carta al correo de lectores. Una mujer que felicita por la publicación, pero dice vivir en Ramos Mejía, donde no se distribuyó Inconciente Nacional, y la compró en Flores en una incursión a la Capital; pide que se distribuya también en el GBA. Satanovsky me la lee, le digo que está muy bien, que eso indica el grado de interés de los lectores, al menos en primera instancia. Satanovsky abre mucho los ojos, y dice:
-¿Pero no te das cuenta? Esto lo mandaron de la competencia para que nos equivoquemos en la distribución...

Pasan las semanas. Ninguna editorial saca otra revista de psicología.

La cantidad de notas a editar es cada vez mayor.

Tengo poco tiempo para mí mismo. No es que tenga mucho que hacer, en ese supuesto tiempo, pero bueno, ésa no es la cuestión. En los pocos ratos libres, llamo prostitutas de cada vez mejor nivel. Una vez, viene una modelo de esas tipo tapa de revista. Impresionante. Lo juro. Hasta me besa. La siguiente ocasión redoblo la apuesta: dos modelos, menage a trois que me deja exhausto, recordatorio de los dos menage a trois que hice tiempo atrás sin pagar.

Satanovsky cada vez tarda más en enviarme las notas para editar, por lo que cuando las recibo cada vez tengo menos tiempo. Cada vez, también, vienen peor los originales. Comienzo a cansarme.

Satanovsky cree que participo de un complot. No lo dice en forma directa, pero es evidente: para él, todos los que participan de la revista participan, además, de un complot distinto. El mío, si no me equivoco, se relaciona con el Editor Más Fachero, quien recibiría información de mi parte para ser brindada al dueño de la editorial quien, demoníaco, estaría planificando cómo destronar a Inconciente Nacional del podio de las numerosas (1) revistas de psicología para público en general.

Un viernes. Cierre de edición en el fin de semana. Aún no recibí las notas para editar. Tengo que trabajar tres semanas en dos días. Satanovsky me envía un reportaje que le hizo a un psicólogo acerca de la importancia de Freud -tema central en el número-, con las siguientes consignas:
a) Tiene unos 40.000 caracteres y debo reducirlo a 5.000.
b) No puedo quitar nada importante.
c) No puedo censurar lo que dice el psicólogo.
d) Tengo que conseguirlo en unas tres horas.
Encima, el reportaje está mal desgrabado.

Ante la pantalla de la computadora, en casa, me digo si vale la pena todo esto a cambio de consumir a modelos como la del otro día. Lo de la modelo fue impresionante, pero no sé.
La tarea es imposible.
Hago lo que puedo.
Envío los resultados.

Minutos más tarde, llamado de Satanovsky.
-Me lo estás haciendo a propósito, ¿no? -grita.
-¿Qué?
-Esto. Me lo estás haciendo a propósito, ¿no?
-¿Qué cosa, te estoy haciendo a propósito?
-Esta cagada que me mandaste. Ahora lo tengo que hacer yo. Todo, lo tengo que hacer yo. Y yo no doy más. Y vos me lo estás haciendo a propósito.
-Satanovsky, la consigna era imposible de cumplir, y menos en ese tiempo.
-¡Entonces no me mandes nada!
-Te mandé lo que pude hacer, que es por lo que cobro.
-¡Ahora lo tengo que hacer todo yo! ¡Todo yo, no puedo confiar en nadie! ¡Están todos contra mí!
-Hasta el lunes, Satanovsky.
-Vos no podés...
-Hasta el lunes, Satanovsky.
Corto.

El lunes visito la redacción.
Mi renuncia no es en buenos términos.
Satanovsky pensaba que yo iba a hacer que me despida para cobrar la indemnización, creía en otro de sus complots. Se sorprende.

Dato importante: las supuestas competencias de Inconciente Nacional no aparecen jamás.

Dato importante II: Inconciente Nacional deja de salir luego de unos meses.

Vaya uno a saber qué le depara el destino a Satanovsky.