Julio del 2005. Visito al médico. He pasado un año anticoagulado, desde que tuve la primera trombosis. Un año tomando Sintrom todos los días. El médico indica que interrumpa la medicación. Me hacen estudios, descubren que tengo una anomalía genética muy infrecuente: deficiencia de proteína S. Mi sangre, por así decirlo, tiende a formar coágulos.
-De todas formas -dice el médico-, estadísticamente es casi imposible que se repita. Vas a seguir sin tomar la medicación.
Diciembre del 2005.
Un lunes, me duele la pantorrilla -donde tuve la primera trombosis-. Desde que me interrumpieron el Sintrom, ya me sucedió en varias ocasiones en que fui en taxi a la guardia de Swiss Medical con mochila cargada de ropa por si llego a quedar internado. En todos los casos, falsas alarmas: una médica de guardia insinuó que estoy sugestionado. Entonces: un lunes, me duele la pantorrilla. Es un dolor leve, un pinchazo diría. Desaparece a las pocas horas. Debo haberme torcido el pie caminando, pienso.
Sábado. Me despierto inusualmente cansado. Cargo el bolso para llevar ropa a lavar a lo de los chinos. Cuando bajo la escalera del décimo piso donde vivo al noveno a donde llega el ascensor, descubro que estoy agitado. Muy agitado. El recorrido hasta la lavandería china es una odisea, cada paso es quimérico. Al regresar me siento, y la respiración vuelve a la normalidad. Hay mucha humedad, pienso. Además, estoy muy gordo. Debería adelgazar.
Martes. La fatiga continúa. Cuando voy hacia el cine a encontrarme con el Preceptor, en la calle, comienza a faltarme el aire. Tengo que apoyarme contra la pared, y apenas me quedo quieto la respiración vuelve a la normalidad. Viajo en subte. Llego al cine. La fatiga continúa, ahora acompañada de un dolor punzante en la espalda. Cada vez que inspiro, los pinchazos alrededor de los pulmones se reproducen. El Preceptor me mira preocupado, le digo que debo tener muchos gases. Vemos King Kong. Veo poco, debo concentrarme en respirar. Luego se me pasa.
Miércoles. Mientras salgo del subte por la escalera, otra vez me falta el aire. Voy a la guardia de Swiss Medical, al nuevo centro médico que hay sobre San Martín. Me dicen que quizás sea una neumonía, que me fije si tengo fiebre. Voy al trabajo. Cuando camino me falta el aire, si estoy sentado no. Regreso a casa. Le comento la situación a mamá. Me dice que vayamos a la guardia, que de seguro me recetarán algo para la naumonía. Me pregunta si tengo fiebre: 38 y medio, y tiemblo. Y hace un calor de novela. En la guardia del centro Swiss Medical de Pueyrredón y Santa Fe, digo lo mismo que al mediodía. Agrego, por consejo de mi vieja, que tengo antecedente en trombosis. El rostro de la médica se transforma. Me mandan a hacer una tomografía. Me inyectan yodo. Mi cuerpo tiembla. El tomógrafo comienza a hacer tac, tac, tac. Cuando me retiran en silla de ruedas me acuerdo de Locke, me pregunto cuánto me parezco a él. Esperamos, con mi vieja, en un pasillo. La médica se acerca con rostro grave. La tomografía indica que tengo dos coágulos en los pulmones, uno en cada uno, y que éso es lo que dificulta la respiración. Quedo internado. Me trasladan al Sanatorio Agote en ambulancia, por suerte sin sirena. La médica que me acompaña tiene el rostro preocupado, casi diría que tiene pánico, yo le digo que me siento bien, si estoy quieto, que no se preocupe. Cuando veo que los médicos de terapia intensiva me miran con pánico, comprendo que las cosas están mucho peor que lo deseable.
Jueves. Me anticoagulan. Viene mi médico. Dice que soy un caso absolutamente atípico: dos trombosis, ambas en edades infrecuentes por lo joven, que nunca vio algo igual. Le digo:
-Se ve que no conoce a mi viejo, él tuvo también dos trombosis, exactamente a la misma edad que yo.
Paso Nochebuena en el sanatorio. Estoy de muy mal humor. Me peleo con la nutricionista, todos los días. Le digo que de acuerdo a mi cuadro lo único que tengo prohibido son la acelga, la espinaca, los porotos y esas cosas. Que no tengo por qué comer las mierdas que sirven acá. Que dejen entrar a mi hermano con la bolsa de Mac Donald´s -finalmente logra colarla, escondida en su mochila, y disfruto de la hamburguesa con panceta-, que dejen entrar a mi vieja con el lechón que preparó para la cena de Nochebuena -ella lo traía en tremenda bandeja, la frenaron en el estacionamiento-. Toda mi familia viene al hospital a pasar la Nochebuena en mi habitación, aprovechando que ya no estoy en terapia intensiva.
Estoy internado cerca de ocho días. Me quiero ir a casa, quiero estar encerrado, quiero no ver a nadie.
Cuando visito al médico, ya fuera del hospital, me informa que estaré anticoagulado por el resto de mi vida.
viernes, 1 de junio de 2007
Sonia 00: Prólogo 23: Mala sangre
Etiquetas: El Preceptor, Mamá, Mi hermano, Papá