jueves, 31 de mayo de 2007

Sonia 00: Prólogo 22: Inconciente Nacional (1)

Un día, recibo mail del Profesor. Indica que lo tentaron para editar una revista nueva, pero que no dispone de tiempo, por lo que recomendó a sus alumnos más destacados, entre quienes me incluye. Me pasa el mail del dueño de la publicación, me pongo en contacto: le escribo que me enteré, que bla, bla, bla, le adjunto mi currículum. Su respuesta no se hace esperar: llega menos de una hora después. El tipo, a quien llamaremos Satanovsky, dice estar muy impresionado con mi currículum, y propone una entrevista.

El punto de encuentro es la heladería Pérsicco que está sobre Salguero, a una cuadra de avenida Las Heras. Yo llego primero -en verdad no lo sé, pero como soy tímido me siento y aguardo a que me reconozca-, él me reconoce apenas entra -vaya uno a saber cómo, quizás respondo al tipo físico de lo que es un editor-, me saluda.
Satanovsky pregunta, yo respondo. Digo que no sé mucho de psicología, que no estudié eso, aunque mi vieja es psicoanalista y me analicé varios años. No, no tengo disponibilidad horaria, aunque puedo trabajar por mail. Puedo destinarle bastante tiempo, si me lo manda por mail. No, no tengo pensado renunciar a mi trabajo.
Él dice que desea hacer una revista de psicología para público general, para los que tienen intención de resolver sus problemas. La idea no me gusta, pero es un trabajo. Le digo qué bueno, qué original.

Hay una segunda entrevista, también en Persicco. Ahí, Satanovsky dice que está interesado en mi perfil, que la revista tendrá varias secciones y una de ellas no será técnica, que yo podría editar eso, a distancia. Me pregunta cuánto quiero, esquivo la respuesta como si fuese una pelota en llamas. Lo dejo hablar. Me dice $800. Yo había pensado $400. Digo que está bien, claro. Me tiende la mano, me tiende su tarjeta.
-Ahí está el nombre de la revista, que no te lo había dicho -dice Satanovsky con suficiencia.
Miro el nombre: Inconciente Nacional.
El diseño es lindo.
Mientras guardo la tarjeta en el bolsillo, me pregunto para qué me había ocultado el nombre de la revista -detalle que, confieso, ni había notado-. ¿Este tipo se pensará que en el ámbito editorial, donde reinan los pelagatos, hay espionaje?
Salimos, caminamos en dirección a Las Heras. Él se frena ante un edificio a pocos metros. Se despide, dice que ahí es la redacción. Entra.
Mientras veo su cuerpo esmirriado, de un alfeñique, coronado de una calvicie abonada por un rapado voluntario -aunque dudo que quedase mucho por rapar-, me pregunto para qué me entrevistó en la heladería, si la redacción está ahí nomás. ¿Le gustarán los helados?, pienso.

Claro: aún no sé que voy a trabajar para un paranoico que desea hacer una revista sobre psicología. La vida tiene esas vueltas, eso que podríamos llamar ironías del destino.