Lo que sucedió con mi viejo se hace carne. Digo, me siento mal. Hay momentos en que creo que me voy a volver loco. Tengo que hacer algo o, sí, enloqueceré.
Lo que sucedió, lo sé, pertenece al plano de lo increíble. Cada tanto nos ocurren, ese tipo de cosas, más propias de la ficción que de la realidad. Esa clase de cosas que cuando las contamos resultan inverosímiles. Pero ya lo decía el gran Mark Twain: "la diferencia entre realidad y ficción es que ésta última debe resultar verosímil".
Debería escribir sobre mi padre. La cuestión es cómo, qué. Cómo: humor, no podría otra cosa. Humor negro, primordialmente, supongo. Qué: solucionar, desde la ficción, aquello que en la realidad es, a esta altura, irreparable.
Una mañana, en colectivo rumbo al trabajo, llega la primera escena. A veces pasa así. A veces es una escena la que me indica que, sí, ahí hay una historia para contar. La escena es conmigo manejando un coche -es ficción, puedo-, papá en el asiento de acompañante. Nos estamos fugando, aún no sé por qué. Yo lo secuestré, a mi viejo. Y manejo, y él es mi acompañante. Suena mi celular. Lo tomo, pero como soy primerizo en el volante -la ficción tampoco permite tanto- no puedo hablar y manejar a la vez. Es mamá. Le paso el celular a mi viejo, él no entiende qué sucede. Le grito a mi madre que hable, que papá igual repite todo. Le grito también que no pregunte nada -por ejemplo, los motivos de la fuga- porque entonces papá no repetiría sino diría sólo "shi".
Con esa escena en mente descubro que, sí, puedo escribir una novela.
La novela se centra en la relación con mi viejo. El capítulo 1 -del cual se desperdigan varios fragmentos que colgaré en el blog entre los prólogos, bajo el título "Ni el tiro del final"- narra los hechos reales, y a partir del segundo el protagonista -o sea, yo- secuestra a su padre con el objetivo de poder hablar con él todo aquello que quedó pendiente entre ambos. Es una novela de carretera, donde cada capítulo funciona también como cuento separado.
Termino la primera versión de la novela en tres meses. Doscientas cincuenta páginas escritas, en algunos tramos, en un estado similar al trance.
La releo y la releeré con el tiempo, y siempre me diré lo mismo: es lo mejor que escribí en mi puta vida.
Casi sin saberlo, he dado con un nuevo recurso: transformar el dolor, aquello que me resulte lacerante, en otra cosa.
Algo así como el blog.
O como la historia con Sonia 00, que ahora, sí, procederé a contar.
lunes, 4 de junio de 2007
Sonia 00: Prólogo 25 (último): En busca de palabras
Etiquetas: Papá