(entender qué sucedió y por qué con Sonia 00 -y, ahora que lo pienso, también en buena medida con Sonia 01, 02, 03 y 04- implica conocer qué ocurrió antes; sin embargo, ¿cómo relatar un año y medio en el que no ocurrió nada?; la serie de prólogos es exactamente eso, una intención de describir la nada).
Corto con Sonia -01, los motivos no vienen al caso. Corto, y me dedico de lleno a escribir. No es que hasta ahora no lo hiciese, pero ahora lo hago de lleno. Me despierto, voy al trabajo, regreso y escribo. Cuando no escribo, miro películas o series de televisión. O me masturbo, también. Bastante. Una cantidad, digamos, piadosamente imprecisa, apoyada en la pornografía que descargo con el Emule.
Hay una fotógrafa especializada en pornografía, Suze Randall, que realiza verdaderas piezas maestras. No se trata de obras de arte, no me engaño, no intento engañarme. No intento disimular el consumo de pornografía con vetas artísticas -creo que una de mis pocas virtudes es ésa: no trato de engañarme, o al menos no por mucho tiempo-. Pero la belleza de las modelos, la nitidez de las imágenes, lo imponente de las producciones, la llevan a convertirse en una de mis preferidas.
Llega un momento en que conozco a las actrices porno por el nombre. Aimee Sweet, Jenna Jameson, Anais Alexander, Aria Giovanni, Jassie... Hay una, la más bella de todas, que sólo hace fotografías, no encuentro ninguna película: Veronika Zemanova.
Entonces: escribo mucho, miro muchas películas y series, consumo altas dosis de pornografía.
Vivo en el barrio de Once. Un ambiente. Calle Matheu. Contrafrente. Extremadamente ruidoso. Me mudé acá en agosto. En noviembre, corté con Sonia -01. En marzo, me canso del departamento y de los ruidos que éste implica. Abandonar el departamento implica una discusión con la dueña, amiga de mi madre, que había ocultado el batifondo que significa vivir en esta pocilga. Odio el departamento, a esta altura. Supongo que lo odio porque no tengo demasiadas cosas por odiar. Lo cierto es que lo dejo.
El primer día en que salgo a buscar departamento nuevo que alquilar, el primer departamento que veo, un milagro. Soy el décimo, undécimo de la fila. La gente entra, lo mira y se va. Les pregunto si es malo, hacen gestos de desdén, alguien explica que es un último piso por escalera. Las embarazadas, las futuras embarazadas, las que sueñan con quedar embarazadas, desisten. Y la gente sigue pasando. Cuando llega mi turno, el encargado del alquiler -que es quien administra el edificio- tiene gesto hastiado. Después que yo, en la fila, hay más de cuarenta personas. Subo las escaleras, supongo que será horrible. Sin embargo, y me lo repito en forma constante, no tengo que dejarme llevar por el impulso de comparar con el depto de la calle Matheu: todo sería bello, entonces.
El tipo abre la puerta, entro. Es el único departamento del piso, lo cual es todo un milagro para un dos ambientes. Es el último piso, también. Desde la ventana, se ve el patio del noveno, donde toda la gente del edificio va a colgar su ropa lavada. No está plastificado. Es, sí, silencioso. Se nota. Del otro lado de la calle, una fábrica. Los horarios de fábrica no me molestan, por lo general en ese tiempo trabajo. En el jardín de la fábrica, árboles inmensos, desde el depto se ven las copas con nitidez apaciguadora. Es un depto viejo, se nota. Pregunto por las expensas, son baratas. Pregunto por qué ninguno de los que pasó alquiló, el tipo se encoge de hombros. Pregunto las condiciones del alquiler, él pregunta mis condiciones laborales. Cuando digo profesional, soltero, ministerio de economía, sus ojos brillan. Alguien me dijo, alguna vez, que poseo alto puntaje entre postulantes a alquileres. Aparentemente, carecer de afectos y vida social es un bien valorado en el ámbito inmobiliario.
Saco dos billetes de cien pesos del bolsillo, y cuando le doy la seña al tipo me digo que éste es un buen departamento para alguien que desea ser escritor. Un departamento que me aisla del mundo.
Estamos en marzo del 2005.
lunes, 28 de mayo de 2007
Sonia 00: Prólogo 01: Pensar en nada
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