Con la excusa de “mira que linda noche”, “mira las estrellas como brillan, bla bla bla” Juan estacionó el auto y se arrimó a mí para besarme. Yo, que estaba decididamente fuera de mi cordura, no rechacé el beso, no sólo que no lo rechacé sino que yo también lo besé, o sea, nos besamos. Tal como lo había pensado, Juan no besaba mal, por lo tanto la posibilidad de que se convirtiera en mi amante por una noche seguía en pie. Acto seguido sucedió lo que se imaginan. No pregunten cómo alguien puede terminar de esa manera con la otra persona sin que la persona le guste, porque yo aún sigo sin encontrar respuestas a ese interrogante. Fuimos a un hotel y cuando nos estábamos besando y Juan se saca la remera yo descubro que tiene colgada una medallita religiosa. Aclaro que yo soy una persona respetuosa de las religiones ajenas pero, dadas las circunstancias, una medallita en el pecho de J. era lo que menos me esperaba. Por suerte él atinó a sacársela antes que yo lo propusiera, pero para ese momento la situación era irremediable.
Cuando salimos del hotel le pregunté a Juan qué significado tenía la medalla que tenía puesta, él me preguntó si yo era creyente, a lo que yo respondí “no, no soy agnóstica” “ah porque yo sí y tengo algo especial con las vírgenes”-comentó él. Era algo así como devoto de unas cuantas. Hice que la conversación derivara en religión y la verdad teníamos concepciones muy diferentes, todo bien con su fetichismo por las vírgenes, pero no quise saber más, ya tenía suficiente para charlar en terapia de porqué había llegado a ese punto con Juan cuando no me gustaba ni un poco. Me alcanzó a tomarme el colectivo y yo huí antes de que me pidiera mi teléfono. Después de esa vez lo encontré en el msn una vez e inventé alguna excusa para no volver a verlo. Luego lo eliminé de mis contactos, él me mandó mails a los que respondí diciendo que había vuelto con M., totalmente mentira. Y hace un par de meses, DOS años después, sí dos años, de nuestra única cita, recibí un mail de él en el que me decía que quería saber de mí. Esta vez no respondí.
Después de este episodio no volví a entrar nunca más a un Chat y aprendí que por más desesperada en conocer a alguien que esté no podría jamás tener un amante con características tan disímiles a mí. Y, pese a que esto no me sirvió como escarmiento, hoy en día tengo terror a las citas a ciegas.