Tal como lo había previsto Juan era un chico cheto de esos que hablan como si tuvieran una papa en la boca, al escucharlo me lamenté mucho no haber hablado por teléfono con él previo al encuentro (paso muy importante en una cita a ciegas). Al principio de la conversación entramos más en detalle sobre nuestra ocupación; él trabajaba en una productora de televisión muy conocida, había estudiado periodismo en una escuela privada, todo esto lo acreditaba a decir que era periodista; y según él esto hacía que nosotros tuviéramos cosas en común, dado que yo estaba estudiando Comunicación. Todo esto podría haber sido solo un detalle sino hubiera sido por la manera en la que él lo mencionaba; trabajar en
Era claro que a mí Juan no me gustaba ni cómo hablaba ni lo que hablaba ni siquiera cómo era físicamente, en definitiva no me gustaba. Y hasta el día de hoy sigo preguntándome cómo y porqué después de todo acepté dar una vuelta en su auto con la excusa de ir a otro bar. Cuando subí a su auto supuse que la cosa iba a terminar mal. Puso un compilado de rock nacional, lo que le dio pie para que me hablara de su fanatismo por Calamaro. Bueno que le guste Calamaro es normal, a mí no me desagrada, pensaba yo; que sea fanático es otra cosa, pero hay fanáticos de cosas peores, me convencía yo. Mientras en su compilado sonaba Rata Blanca y él me hablaba boludeces importantes, que en este momento no recuerdo, yo seguía preguntándome “qué estaba haciendo ahí” y seguido a esto meditaba sobre si era posible tener un amante con las características de Juan. Parecía como si yo no estuviera en el auto sino completamente zambullida en pensamientos neuróticos sobre porqué estaba ahí y lo que seguiría después, hasta incluso en un momento sólo escuchaba “bla, bla, bla” pensando en la posibilidad salvadora (¿) de que a lo mejor Juan besaba bien. Sabía que se aproximaba el MOMENTO del beso y yo era bastante culpable de que ese momento se efectuara.