Con cierta dubitación, dimos el primer paso, que fue el intercambio de fotos. En cuanto a la foto que recibí de él pude advertir que no se trataba de alguien feo, pero tampoco lindo, era común. En cuanto a mí, Juan se quejó del tamaño del popurrí de fotos que yo le mandé (eran pequeñas) pero dijo que podía dilucidar que yo era una linda chica. Yo no supe como devolverle el cumplido, no quería adelantarme y tampoco quería mentirle así que respondí con un gracias seco. Sinceramente a mí Juan no me llamaba la atención en lo más mínimo, pero yo insistía en que tenía que existir algo que me motivara a continuar con esa “relación” sino interrumpía todo mandándolo a los desechos de la cpu. Ya que para mí una relación virtual no tiene ni pies ni cabeza.
Así fue como una tarde tuvimos una charla en la que di lugar a que nos sinceráramos un poco más y habláramos de nuestras propias inseguridades, nuestros intereses, nuestros miedos generales a la vida, nuestros egoísmos y generosidades, y, la verdad no me acuerdo qué hablamos, pero a partir de esa vez empecé a sentir curiosidad, y a convencerme que a lo mejor sí teníamos algo en común con Juan que por chat no lo podíamos develar. Viéndolo a la distancia de los hechos, lo cierto era que yo quería conocer a alguien, cualquier medio para hacerlo me cerraba y no tenía miedo a la decepción porque en definitiva no estaba ilusionada. Así que me convencí de mil formas que no estaba mal conocer a Juan y acepté tomar un café con él.
Fue así como un día, después de un mes de charlas esporádicas por el msn, nos citamos en Plaza Serrano a las 21hs. Llegué unos 10 minutos antes de la hora acordada, como él no estaba y dado que estaba un poco nerviosa fui al quiosco a comprarme unos chicles. Cuando regresé Juan ya estaba en la puerta. Al verlo yo ya sabía que no me gustaba, primero por su estatura, era bastante más petiso que yo, y segundo porque tenía pinta de cheto, pero no era feo y yo ya estaba ahí y Juan me había visto acercarme hacia el lugar, por lo tanto no podía huir, la cosa debía continuar.
Nos saludamos con un beso en la mejilla y entramos al bar, un poco nerviosos, él sugirió que nos sentáramos en el rincón donde estaban las mesas con silloncitos en vez de donde estaban las mesas con sillas comunes. Era claro, seguía con intenciones de levantarme. Así que nos sentamos ahí, pedimos una cerveza, yo elegí la bebida, necesitaba un poco de alcohol por si la situación se ponía tensa o aburrida. Era claro, yo estaba dispuesta a que pasara lo que pasara.