Asisto al taller del profesor. Me asignó el grupo de los miércoles a la noche. Argumentó que es el grupo en el que hay gente más afín a mí. Conozco al Profesor, y sé que debe ser el grupo en el que tiene menos alumnos.
No me equivoco.
Asistir a un taller luego de tanto tiempo, al mismo tiempo que tengo alumnos en casa, es extraño. Me digo que los analistas supervisan sus casos y deben, a su vez, analizarse. La frase me resulta tranquilizadora.
La metodología del taller es clásica -nada que ver con la que aplico en mis clases-: se lleva algo escrito, el Profesor lo lee y va corrigiendo puntos, comas, sinónimos, rimas involuntarias, repeticiones inconducentes. No se habla de teoría, ni de estructura del relato. No me jode, eso sí lo sé. Justamente, lo que me viene bien en estos momentos es que me corrijan puntos, comas, sinónimos, rimas involuntarias. Me pregunto si el resto de quienes escriben son tan malos como yo a la hora de corregirse a sí mismos.
En el grupo hay varios adolescentes que, a medida que escucho, adolecen de talento. Está el Libanés, también, a quien el Profesor está terminando de corregirle una novela premiada, que no se lee en clase. Tarde, llega la Trotamundos. La miro: me parece linda. En ese mismo instante, miro mi barriga que amenaza desbordar la camisa. Soy un asco, pienso.
Llevo un cuento serio, nada de humor. Me gustaría que la gente sepa que no hago sólo humor. ¿Tengo el complejo del payaso, que hace reír pero sufre? Puede ser.
El cuento que llevo es bastante choto: es una larga descripción de una imagen de dos viejas cenando sopa, y voy descomponiendo esa imagen, resaltando detalles para ir reconstruyendo las vidas de esas dos viejas y cómo llegaron a esta situación. Se va deduciendo, también, que se trata de dos asesinas. Al final, la imagen se resignifica: las dos viejas que cenan temen que la otra la esté envenenando.
Al Profesor le gusta. El resto de los alumnos no opina. Este taller no tiene muy en cuenta esa parte de los talleres.
Al salir, camino junto al Libanés. Charlamos.
La primera opinión que me formo de él es pésima.
El Libanés se dedica a mandarse la parte de que le premiaron su novela, que la presentó a un concurso pese a que el Profesor le había dicho que aún no estaba lista, pero que se la premiaron. A lo largo de su monólogo, creo que repite la palabra premio en una cantidad inabarcable por la matemática moderna. Introduce con fórceps una anécdota del acto de premiación, su encuentro con Ernesto Sábato -uno de los jurados-. Palabra tras palabra, se manda la parte. Yo lo miro de reojo, no puedo creer que haya tanta soberbia en un cuerpo tan diminuto. Por sus palabras, se desprende que escribió una obra maestra, y que él le hizo el favor a los organizadores del concurso al presentarla. Dice que se la van a publicar. No, miento, dice:
-Me la van a publicar pese a que en las bases del concurso no estaba especificado que lo harían.
-¿Cómo que no? Según recuerdo, las bases decían que la novela ganadora iba a ser publicada.
-Sí, pero no lo aclaraban para el segundo premio. Luego de leerla, hicieron la excepción.
Lo miro de reojo. La verdad, su soberbia me enferma. Me recuerdo a su edad -tiene 28-, me pregunto si era así. Me digo que mientras me creí un genio escribí las peores páginas que podía generar. Digo, entonces:
-Ah, pero entonces no ganaste.
Él me mira, desubicado, y alcanzo a distinguir el odio en sus pupilas.
Luego, comienza a hablar acerca de la antología en la que incluyeron mi cuento. Lo hace de forma tal de dejar claro que mi cuento no le gustó por humorístico. Lo hace de forma tal que lo que creo distinguir es que lo que dice, en verdad, es que la antología tuvo la mala suerte de que a él aún no lo hubiesen publicado, porque sino sería mejor libro. Digo, habla bastante mal de la antología.
Nos despedimos en la parada de su colectivo.
A esa altura, ya lo detesto.
Y creo que el sentimiento es recíproco.
jueves, 31 de mayo de 2007
Sonia 00: Prólogo 20: El día en que conocí al Libanés y a la Trotamundos
Etiquetas: El Libanés, La Trotamundos