La primera sensación es angustia: si mi madre no hubiera dicho que ese hombre es él, yo no lo habría reconocido.
Tras el vidrio manchado de grasa, al fondo del jardín, un hombre acaricia de pie las altas plantas descuidadas. El pelo largo, sus rulos le cubren la nuca, y las entradas que le conocí en la frente se transformaron en una calvicie definitiva.
Está flaco. Peor, cadavérico. Supongo que la depresión previa a su intento de suicidio lo había llevado a no comer, y eso se agravó con el paso por terapia intensiva y la internación. Perdió no menos de treinta kilos, y lo que antes fue un hombre alto con la panza leve que genera la falta de ejercicio, ahora se convirtió en un fantasma. Ese hombre de jean, chomba naranja y zapatillas, ese hombre que de repente mira en nuestra dirección y se acerca rápido aunque arrastra los pies, es una sombra del que fue. No se trata ya sólo de que él sea un fantasma en mi vida, sino que consiguió serlo también en la suya.
Se queda de pie ante mi madre.
-Cómo te va –le dice mamá con una sonrisa, y lo abraza.
Están así cerca de un minuto y, al separarse, mamá me señala.
-¿Viste quién vino? –pregunta.
Sus ojos se detienen en mi hermano, y luego en mí. Su rostro se mantiene inmutable, mientras me mira. Supongo que es menos de un minuto, pero siento que el sol continúa su elipsis, que anochece y vuelve a amanecer, hasta que papá gira su rostro hacia mi madre, sin emitir palabra alguna.
-Vino Elemental –dice mamá, en un tono de voz fuerte, como si papá en vez de haberse pegado un tiro se hubiese quedado sordo.
-Elemmmentaaaaaal –la “a” de mi padre se estira tanto como el tiempo.
Me besa . Un beso extraño: en vez de sacar los labios, para hacerlo los mete hacia dentro de su boca, y cuando las mejillas entran en contacto hace un sonido similar al de una sopapa. Mamá nota mi incomodidad, y comienza con las aclaraciones con las que plagará todo el encuentro.
-No tiene dominio de todos los músculos de la cara, como cuando te agarra una parálisis facial luego de un pico de estrés –dice-. ¿Pero viste lo bien que camina?
Como si papá deseara confirmar el dato, gira y va hasta un banco de piedra que hay en el jardín posterior, a pocos metros. Lo seguimos. Me siento a su derecha. Una vez que estoy acomodado, noto en sus ojos marrones, otra vez fijos en mí, algo que me resulta familiar.
Sólo algo. El resto, lo que recordaba de él, se ha perdido.