Un día descubro la primera reseña de la antología, en el blog de un escritor muy copado -tanto, que le hizo juicio a una de las mayores editoriales del país y a uno de los mayores chantas de los estudios literarios locales y cometió el pecado de ganar-. Comienzo a leer y sé que hará mierda mi cuento por ser humorístico, por no tener pretensiones. En su reseña, el escritor muy copado dice que el libro es desparejo. Es verdad, pienso, va a decir que hay diecinueve cuentos buenos y uno que es una bosta. Arranca por el primer grupo, a los que considera los mejores. Para mi sorpresa mayúscula, está mi cuento. Lo califica de divertidísimo o graciocísimo, no sé bien. No puedo saberlo.
Comienzan a llegarme cometarios acerca del cuento: gusta.
Hay una reseña donde lo hacen mierda, en otro blog. Primero me desespero, temo que sea el final de mi corta carrera literaria. Luego miro la firma, reconozco al crítico y, por lo que sé de él, me resulta un tipo por lo menos discutible en sus valores.
Esa misma tarde, me escribe el Profesor, con quien comencé los primeros talleres literarios a los dieciocho años, luego me distancié en mi etapa de rebeldía y me reconcilié mientras vivía en Italia. Me dice que no le haga caso a "ese salame" (sic).
Al sábado siguiente, en el suplemento cultural, la columna del director del suplemento cultural está dedicada a la antología. El título hace referencia a mi cuento. Casi toda la columna, hace referencia a mi cuento. Mi vieja me llama desde Mar del Plata, emocionada porque hablan del nene en los diarios.
Me llaman de la editorial. Es para hacer una nota para la televisión. Un programa cultural para jóvenes hecho por jóvenes en el canal del estado. Los invitados para la nota somos la Escritora Performer y yo.
Nos citan en una librería. La productora es buena mina, pero muy pendeja y aún psicobolche. Me dice que las grandes cadenas de librerías son un monstruo similar a Moby Dick.
-Bueno, Moby Dick no era un monstruo -le digo- sino un animal perseguido por la monstruosa obsesión de un desgraciado.
Lo digo fuera de cámara, pero demarca el itinerario de mi revoltosa incursión televisiva. Para peor, la Escritora Performer empieza a hablar de lo novedoso en literatura y esas cosas que tanto me rompen las pelotas.
-Hoy lo verdaderamente revolucionario es contar una historia con introducción, nudo y desenlace -estoy a punto de decir.
No lo digo, me freno.
La Escritora Performer habla acerca de lo lindo que es que existan editoriales independientes. Yo digo que los escritores que publican esas editoriales es por descarte, por no haber podido hacerlo en las más grandes. La escritura es un acto ególatra, egoísta, un exhibicionismo que entra en su paroxismo cuando se efectúa el contacto con el lector, y por eso mismo un escritor, en general, prefiere ser leído por más personas. Y eso implica buena distribución, etc., etc. Además, un escritor o un actor o un pintor no tienen ideología, como para hacer cooperativas con fines guevaristas. En un ser con pretensiones artísticas lo que prima es el ego, antes que la ideología.
Eso sí lo digo.
Claro que después lo cortan en la sala de edición.
Vuelven a llamarme de la editorial. Otro programa de televisión. Otra vez el canal estatal, aunque en este caso en el programa más tradicional -junto al otro, el que conduce la mujer- dedicado al mundillo literario. Asistimos el Editor Más Fachero, la Escritora Dark, la Escritora Que Escribe Poco y yo. Durante la grabación, descubro que el conductor no leyó los cuentos de las dos escritoras: lo que dice no tiene nada que ver con sus cuentos, hace juegos de palabras con los títulos, la pilotea como puede. Ella responden, divinas ambas, sin molestarse en que sus excelentes cuentos -pero excelentes en serio- no hayan sido leídos. Cuando llega a mí, el conductor confunde mi nombre, enseguida se corrige, pero comienza a alabar mi cuento. Dice que se divirtió mucho, habla del argumento, evidentemente lo leyó. De repente, me descubro en un reportaje explicando los mecanismos de mi escritura como si yo tuviese otro mecanismo que haber renunciado a la vida social.
Cuando salimos de la grabación, vamos al bar de Figueroa Alcorta. La Escritora Que Escribe Poco es simpatiquísima. La Escritora Dark es tan fanática de "Lost" como yo. El Editor Más Fachero pregunta si la serie es tan buena. Me deshago en elogios, la Escritora Dark también. Le digo que lo tengo grabado, que se lo puedo pasar. Él, sorprendido ante el ofrecimiento, dice que sí.
Cuando volvemos a encontrarnos, charlamos, descubrimos más coincidencias.
Cuando nos despedimos, tengo la misma sensación de Bogart al final de Casablanca:
-Creo que éste es el inicio de una bella amistad.
Y, también, el final de mi ostracismo.