Al llegar a casa de mamá para una cena familiar, me encuentro con la sorpresa de que las únicas presentes son mi abuela y la perra. Mamá aún espera en la terminal de Retiro el arribo del micro en el que mi hermana llegará desde Santa Clara del Mar, y mi hermano llamó para avisar que no consigue colectivo y que llegará con retraso.
Empezamos a cenar recién a las diez. A las once y cuarto, luego del café, me colocp la campera de jean para irme cuando la voz de mi madre me detiene.
-Sentate, tenemos que hablar.
El hecho de que afirme “tenemos que hablar” no es novedoso: cualquier motivo es, según ella, una buena excusa para el diálogo. Sin embargo, la frase incluye el consejo -¿la orden?- “sentate”, lo cual indica que el asunto es importante. Por otro lado, lo dejó para el final, como si hasta ahora no hubiese encontrado las palabras adecuadas.
-Tengo una mala noticia –dice, para disipar dudas.
Me siento. La abuela está a punto de llorar. Mis hermanos, compungidos, regresan del comedor. Mamá mira el piso. La única en la cocina que –además de mí- parece no estar al tanto de la noticia es Malena, que continúa en sus intentos por treparse a la mesa para robar los restos de las masas que acompañaron al café.
-Hoy me llamó Vilma -dice mamá.
Vilma es la segunda esposa de mi viejo, con la que tuvo otros dos hijos. El “hoy me llamó Vilma” significa que a papá le pasó algo.
“Se murió”, pienso.
No. En verdad pienso: “al fin se murió”.
-Tu papá está internado –dice mamá-. Está muy mal.
Silencio.
-Tiene lo que se merece –digo.
Los cuatro me miran con una combinación de sorpresa y espanto. La voz de mi madre contiene sus nervios:
-Tu padre está internado en un psiquiátrico. Tiene depresión. Pero depresión en serio.
-¿Se volvió loco? –pregunto.
-Algo así –dice mamá-. Antes estuvo internado en el Hospital Vicente López, y ahora lo derivaron al psiquiátrico. Está mal. Muy mal.
Hace una pausa escénica. No sé qué respuesta esperaba de mi parte, pero lo que digo la sorprende:
-Aviso que lo de renunciar a su herencia queda sin efecto.
En su momento yo había dicho que, dado que en vida mi padre no me había dado nada, tampoco deseaba nada suyo cuando muriese. Me parecía una postura digna. Hoy me resulta una estupidez, pero era lo que había dicho en varias oportunidades antes de esta noche, y si papá está por morirse no me restan demasiadas chances para modificarlo.
-No digas eso –grita mamá.
-¿Por qué? Si es lo que pienso…
-Está muy mal, Elemental.
-¿Está muy mal él, o está muy mal lo que dije?
-Las dos cosas.