Un día recibo un llamado. Es inusual, que reciba llamados. Por lo general, si suena el teléfono y atiendo resulta ser una promoción de internet que desean ofrecerme, un servicio de salud que desean ofrecerme, incluso me llaman una vez para preguntarme qué veo por televisión y me doy el gusto de la semana -de la quincena, me atrevería- de decir "Venus", y la chica del otro lado de la línea me pregunta si hablo en serio y yo le digo sí claro y comienzo a contarle la última película que pornográfica que me bajé con el emule hasta que ella dice que me cree, hay un segundo de silencio, quizás duda si soy un mitómano un idiota o un enfermo, y luego se despide no sin antes agradecer. Cuando uno está solo mucho tiempo comienza a encontrar divertidas esas estupideces. Quizás cuando no está solo también.
Pero estábamos en que un día recibo un llamado. Más inusual aún, lo hacen al trabajo. Es Nélida, una mujer que estudió conmigo guión cinematográfico. Como estudiantes, compatibilizamos enseguida: ambos estábamos desempleados, ambos éramos delirantes -no sé por qué, el desempleo lleva a eso, quizás porque el tiempo sobra en dosis generosas-. Desde que encontré trabajo en la Secretaría comencé a distanciarme de ella, sus ideas empezaron a sonar cada vez más disparatadas, sus promesas de hablar con grandes empresarios de la televisión para que hagan un piloto de uno de los unitarios que escribí mientras no tenía otra cosa que hacer -escribí cinco, los trece capítulos completos de cada uno sin que nadie los leyese: dos de terror (milagrosamente, aunque pase el tiempo seguiré creyendo que están muy pero muy bien), uno de ciencia ficción, otro de amor y otro erótico (este último, un verdadero bodrio, digno de estar en las pantallas locales a continuación de, por ejemplo, "Mujeres asesinas", sin desentonar)- fueron cada vez más lejanas a mis oídos. Digamos que dejé de creerle, dejé de engancharme en su juego de desesperación. Por eso no creo lo primero que me dice:
-Elemental, ¿cómo te ves para escribir una película?
Y, sin embargo, habla en serio. Y, pese a que suena un delirio por más que su voz sea convincente, nos contratarán para escribir una película.
Nos reunimos con Nélida y Gerardo. Nélida ronda los cincuenta, yo aún no cumplí treinta y cuatro y Gerardo anda por los veinticinco. Lo que se dice un grupo heterogéneo. De los tres, el único que tiene cierta experiencia escribiendo soy yo. Todo un dato.
Me cuentan cómo viene la mano: una ex compañera del curso de guión a quien no recuerdo desea, junto a su marido que es director de publicidades, hacer una película romántica.
-Y pagan -aclara Nélida.
-¿Pagan? ¿Nos van a pagar por escribir? -pregunto, sinceramente asombrado.
Nélida dice la cifra. Me suena a otro de sus delirios.
Y, sin embargo, nos van a pagar por escribir uno de los mayores bodrios de la historia del cine argentino.