lunes, 28 de mayo de 2007

Sonia 00: Prólogo 05: El oficio más viejo (y 2)

La metodología es la misma. Selecciono avisos del diario Clarín -versión web- tratando de que sean números de teléfono próximos al departamento. Con el paso de las semanas voy acumulando tarjetitas que guardo en la billetera. Cada prostituta, cuando se va de mi domicilio, deja una tarjetita. Las tarjetitas son todas iguales. "Servicios empresariales", "regalos empresarios", indican.

Por lo general, me tratan bien.

Hay una pregunta que se reitera en todas las oportunidades, entre la primera y la segunda "participación". Preguntan, ellas, desnudas junto a mí en la cama, si soy casado o estoy de novio. Respondo, siempre, lo mismo.
-No. Sino no llamaría, ¿no?
-La mayoría de los que llaman son casados, o están de novios.
-¿En serio? No entiendo, ¿y para qué llaman?
Ellas, todas, se encogen de hombros. Las respuestas, a partir de este punto, son divergentes:
a) Algunas sostienen que los hombres son así (así, dicen, como si así implicara algo que desconozco);
b) Otra esgrimen que con ellas pueden hacer cosas que con sus parejas no (me pregunto qué, lo que yo hago con prostitutas es menos que lo que hago con una pareja, si tengo en cuenta que ni mamado les haría sexo oral y ni intento besarlas);
c) Otras dicen que en la variedad está el gusto;
d) Varias dicen que esos tipos casados o de novio les cuentan que sus parejas los engañan y que el llamarlas es una especie de venganza.
Me pregunto por qué estos últimos directamente no cortan la relación. En realidad, me lo pregunto en relación a todos.

Todas, absolutamente, luego de que les digo que no estoy en pareja, dicen lo mismo:
-¿Pero cómo, si sos un lindo tipo?
Creo que algunas lo dicen en serio.

Una de las ventajas de acostarme con prostitutas es que me desentiendo de sus placeres. Si lo hago con alguien que me une el afecto, o que estuvo implicado un juego de seducción, me preocupa darles placer. Con las prostitutas, en cambio, si bien las trato con amabilidad -ya bastante deben tener con laburar de esto como para que encima las traten como el culo, pienso-, su goce me lleva sin cuidado.
Uno sabe, cuando se acuesta con una prostituta, que no les dará placer. Que el sexo, para ellas, es algo distinto que para uno.
Por eso me asombra, a veces descubrir humedad donde no debería haberla.
Por eso me asombra, entre tantos gemidos fingidos con mayor o menor talento, varios que son ciertos.
Por eso me asombra, en las miradas finales, agradecimiento por algo más que los pesos que ya entregué.

Hay algunas a las que identifico por el nombre, a las que, cuando llamo a la agencia, pido por ellas.
Una, por ejemplo, es estudiante de farmacia y bioquímica.
Otra, en las pausas entre una y otra participación, me muestra, en su billetera, las fotos de sus hijos.

Hay una ocasión en que la prostituta interrumpe el acto. Suena su celular. Es joven, no creo que tenga más de veintitrés años (ella, no el celular). Se levanta, me pide disculpas, me pide silencio. Atiende. Dice que está haciendo unos trámites. Dice que también lo quiere. Dice que ya se van a ver.
Antes de retomar el sexo oral, antes de acomodar el preservativo, dice, con los ojos desviados hacia la cartera en la que estaba el celular:
-Pobre, no sabe nada...