Lo que me empuja al consumo de prostitutas es un conjunto de factores.
El primero y principal, me siento apartado de la humanidad. Desilusionado, por así decirlo. Deslealtades de seres cercanos, compañeros de trabajo, me llevan, por método inductivo mal aplicado, a suponer que todo es una mierda, que todos son una mierda.
El segundo, es que soy tímido. Digo, nunca le voy a hablar a una mujer en la calle. Y, si se diese el milagro de que me hablasen, me pondría colorado y no sabría qué responder. Supondría que hay un equívoco, un error.
El tercero, no poseo grupo de pertenencia. Mis salidas se reducen al Preceptor -que es casado y con hijo, por lo que nos vemos sólo los martes para ir al cine y comer- y al Alemán -que es compañero de trabajo y aún más tímido que yo, tiene casi cuarenta años y, por lo que cuenta, nunca tuvo sexo con una mujer sin que mediara un acuerdo monetario-. El Preceptor colaboró para presentarme, hace unos años, a la mejor amiga de la que en aquel entonces era su novia y hoy es su mujer. Salimos, nos besamos, nos acostamos, los resultados fueron nulos. No quedaron amigas de su señora por presentarme. El Alemán, bueno, ya lo dije.
El cuarto, no hay mujeres a las que seducir ni siquiera en mi trabajo. Las que me resultan atractivas e inteligentes -la Blonda, fundamentalmente- están metidas en otra historia. Las disponibles -Voz Nasal, por ejemplo- reúnen todas las características que detesto en una mujer: arribistas, les interesan los tipos porque tienen coche o porque las llevan a comer a un lugar determinado -no tengo coche, y si bien me gusta ir a comer a buenos lugares e invitar, me repele la sensación de que si no pago sería algo así como poco hombre; además, si voy a salir con alguien con quien dé luego para salir, espero que la mujer, al menos, haga el gesto de amagar a la hora de pagar; voy a pagar yo, claro, pero que al menos quede claro que es una elección y no una imposición-.
El quinto, no hago cursos de ningún tipo. Hay quienes hacen eso, para conocer personas del otro género. Ya hice teatro -con resultados promisorios, en ese sentido-, talleres literarios -ídem-, facultad - creo que soy el único tipo que completó sociología sin siquiera besar a una compañera-, posgrado -una, pero lamentable-. Ya hice lo que va con mis gustos, digamos. De seguir, debería encarar hacia el lado de la danza, y de sólo imaginarme imponiéndome el dos por cuatro tanguero o los brazos en trencito de la salsa, me doy asco a mí mismo. Aún más asco.
Dado ese conjunto de posibilidades, y dado que luego de un par de meses la masturbación, por astronómica que sea la cantidad, me resulta insuficiente, recurro, sí, a prostitutas.
No por nada es el oficio más viejo del mundo. Porque es la demanda más arraigada en la humanidad.
lunes, 28 de mayo de 2007
Sonia 00: Prólogo 04: El oficio más viejo (1)
Etiquetas: El Alemán, El Preceptor, La Blonda, Voz nasal