viernes, 18 de mayo de 2007

La peor cita de tu vida: Lolamaar (1)

A mediados del año 2000, yo tenía dieciocho años y hacía un par de meses salía con A., un hombre veinte años mayor. Cuando mi mamá se enteró del asunto puso el grito en cielo, tuvo miedo y me invitó a Israel para que juntas visitemos a mi hermano que vivía allí desde hacía seis meses.

Cuando regresábamos del viaje que yo disfruté poco porque en esa época sólo me dedicaba a extrañar a A. (que además de ser veinte años mayor, vive en Neuquen), en el avión, mi mamá advirtió que un chico me miraba. Me lo hizo notar pero no me importó. Ella opinaba que era lindo y no lo dijo pero sé que pensó que era judío. Volvíamos de Israel por la línea aérea El Al, así que las probabilidades eran altas. Además, la verdad, llevaba portación de cara (no me vengan a decir que eso no existe): era una especie de Adrián Suar, petacón castaño claro, ojos celestes y sonrisa cálida capaz de conquistar a cualquier madre.

Ya en Ezeiza, mi mamá seguía insistiendo en cómo me miraba ese chico hasta que él mismo, mientras yo esperaba mi equipaje, se acercó para comentar algo que ya no recuerdo y pedirme (sí, lo juro) el número de teléfono. Giré para mirar a mi madre que desde lejos supervisaba la situación (ahora pienso que todo parecía armado por ella) y que asentía como para decir dáselo, dale, total qué te cuesta.

Tampoco recuerdo qué pensé yo entonces, pero sí que pese a estar muy enamorada de A. sabía que la relación era difícil, casi imposible, que por momentos confiaba en su fidelidad y en nuestro amor, pero que en otros no, y que en todo caso todavía no llevábamos mucho tiempo de estar juntos y que los problemas habían sido demasiados, y que quizá conocer a alguien no me venía mal...

Sí, me estoy justificando para decir: le di el teléfono al chico judío del aeropuerto.

(continuará)