Los dos sentados en el piso (huelo su perfume, a veces toco su rodilla) abrimos la compu y empezamos un cadáver exquisito. Chopin me inspira, hago frases muy buenas. Ahora entiendo por qué puso Chopin. Ella se deja llevar por su talento innato y la cosa fluye. Nos reímos bastante. El porro era bueno. Pero en la poesía surge el tema de la familia (mi padre muerto, el suyo ausente) y ella se pone triste. Me culpo por haberla entristecido, aunque el momento es sincero, me gusta. Siento
Cama king side con sábanas rojas. La habitación me intimida. Selene, recostada de espaldas a mí, se hunde en el silencio de la marihuana y en el piano de Chopin (puedo ver el elástico de su bombacha de encaje, también roja). Me acerco y ocupo un lugar en la cama, junto a ella, que ahora se da vuelta y me mira a los ojos:
-¿Y?
-¿Y qué?
-¿Y, Libanés?
-Selene… yo…
-¿Entonces?
-…
-Al final sos puro punto suspensivo, Libanés.
Pensá Libanés, pensá: tenés que decir algo bueno, algo muy bueno, somos poetas, estamos acá, en la cama, estás en la cama con ella, las cosas fluyeron, todo va bien. A veces uno fluye como un río de montaña; otras, la cosa es más parecida a un tsunami:
-Creo que estoy un poquito enamorado.
-¿Qué?
-Digo… yo…
Sharon Stone de “Bajos instintos” se transforma en
-Es mejor que te vayas, tengo una fiesta y quiero cambiarme. Sola, tranquila.
No recuerdo que Selene hubiese mencionado ninguna fiesta. Como todavía no me voy, ella, con su voz más amable, explica algo acerca del amor y la amistad, que ella también a veces “se enamora” de sus amigos, pero que… El resto podría haberlo dicho cualquiera de mis amigas: Selene es
En la calle, el Paul Giamatti de “Entre Copas” busca un teléfono público, yo busco otro:
-Perdoname, Selene, no quise decir eso, somos amigos, me equivoqué, vos sabés, disculpame, de verdad, te quiero mucho…
Su voz dulce me hunde aún más en las tinieblas:
-Obvio, Libanés, yo también te quiero.
El resto es lluvia, frío, un bolsillo sin monedas, y más de cincuenta cuadras para llegar a casa.