Durante el trayecto, él me iba regalando cada caracol, almejas, piedras, restos de huevos de “tartaruga”, peces que iba encontrando hasta que ya no tenía donde llevarlos. Ya casi de noche, me acompañó hasta la posada y como al día siguiente yo me iba hacia otras islas, quedamos en volver a vernos cuando yo estuviera en Salvador de Bahia para el Carnaval. Me dio su teléfono y me pidió que lo llamara, que aunque él estuviera lejos de la ciudad, se trasladaría hasta donde estaba yo para volver a verme y que me regalaría cada caracol que encontrara al bucear. Y que si Iemanjá era generosa con él, tal vez una estrella de mar
Pasaron los días y las playas. Ya en Salvador de Bahía, la noche anterior al comienzo del Carnaval, llamo a Marquinhos, ansiosa por volver a verlo. Como no estaba en su casa, le dejé un mensaje al hermano que hablaba algo de español.
Siete de la mañana del día siguiente, el encargado del hostel me grita que tengo un llamado: Marquinhos. En camisón, intento hablar bajo para que el encargado, casi al pegado a mi auricular, escuche lo menos posible. Dormida y todo, entendí que se día nos veríamos para pasar juntos el Carnaval.
Como los festejos comenzaban con la caída del sol, decidí ir con Amelia a investigar una playa con nombre de canción de Caetano Veloso y volver con suficiente tiempo para prepararme para la cita. Pasar carnaval con un auténtico lugareño escultural, sambar y cantar toda la noche con Marquinhos era para mí uno de los mejores recuerdos que podía llevarme de esas vacaciones.