Durante dos semanas me llama día por medio para ver cómo estoy y para arreglar una salida, esta vez solos. Mi excusa es que no puedo porque tengo que estudiar (en parte es cierto, aunque siempre se puede encontrar un huequito...). Entonces me sigue llamando para preguntarme cómo me fue en los exámenes. Otro día más vuelve a llamar, y ya se me acabaron las excusas. Entonces le digo que si, que acepto salir el viernes. Corto. Me reprocho ser tan débil y tan estúpida para manejar este tipo de situaciones. Supongo que con mis ya 19 años me falta mucha experiencia, y además me siento culpable si hago sentir mal a otra persona. En definitiva es peor, pero no logro evitarlo, prolongo situaciones sin sentido.
Llega el viernes. Estoy realmente cansada (me levanto todos los días a las 6:30) y el poco entusiasmo no ayuda. Mejor dicho todo lo contrario. Resta. Quedamos a las 10 de la noche, pero toca timbre 9:20. Yo todavía me estoy bañando. Que espere, pienso. Le abro la puerta media hora más tarde. Mi mal humor aumenta.
- Te voy a sorprender - dice, apenas subimos al auto.
- ¿Ah si? ¿Por qué?
- Porque ni te imaginás a dónde te voy a llevar...
- A dónde?
- No, no te voy a decir, es una sorpresa, Lo único que te puedo adelantar es que es un bar que tiene juegos de mesa.
- Ya sé, Acabar. Sí, ya lo conozco.
- Ay, siempre hago lo mismo, no puede ser!