Susana
Susana era sin dudas la más interesante del trío. En sucesivas reuniones, me di cuenta de al menos dos cosas: de primera intención me mentía, para posteriormente rectificarse. Parecía como si su intención fuera no develar la verdad de entrada -quizá le fuera doloroso hacerlo- sino llegar por fin a ella a través de sucesivas aproximaciones. Era una cebolla a la que había que ir despojando de las sucesivas capas, hasta llegar a la sustancia. En segundo lugar, planteada frente a una pregunta que le resultaba difícil contestar, se escapaba, bifurcando los temas casi hasta el infinito. Era muy difícil seguirla, y sobre todo reconstruir un relato a través de los sucesivos e intrincados meandros por los que se internaba. Era, sin duda, el jardín de los infinitos senderos borgeanos. A pesar de su actitud autoindulgente y autoexculpatoria (como la de todos los demás, por otra parte) parecía sin duda la más honesta de todos.
Eso que me contás de que yo te haya dicho que estaba enamorada de vos, ¿sabés que no lo recuerdo para nada? En realidad yo era una chiquilina alocada y no recuerdo demasiado de las locuras que hacía en esa época.
Volví de mi luna de miel virgen, como había salido. Todos los esfuerzos que hicimos para que dejara de serlo fueron vanos. Al parecer había algo raro en mí. Lo cierto es que todo ese tiempo, que para mucha gente es motivo de regocijo y agradables recuerdos, fue para nosotros un tiempo que pasamos bastante desconcertados y aburridos. Al regreso consulté un médico y me diagnosticó una vagina flexible. Pero en forma inversa, en vez de abrirse, se cerraba. Recién después de un prolongado tratamiento pude llegar a la normalidad y a un normal disfrute de la relación sexual, pero ya para entonces, nuestras relaciones con Ricardo estaban infestadas por esta iniciación antinatural y que tanta culpabilidad de ambas partes ocasionó.
Por otra parte, tené en cuenta, yo provenía de un hogar religioso, donde la sola mención de la palabra sexo era pecaminosa, y donde no se me habían impartido ni las menores instrucciones con respecto a lo que debía esperar al respecto.
Gracias al tratamiento que seguí, a un médico que me comprendió y trató con mucha paciencia, pude llegar a tener hijos, aunque el primero con serias dificultades.
A todo esto, pensando quién sabe qué cosas respecto de nuestro matrimonio, aparece tiempo después el médico que me había tratado. Comienza a visitarnos, como amigo. Yo, que no entendía mucho lo que estaba pasando, lo dejaba conversando con Ricardo y me iba a dormir. Hasta que un día, a solas, me contó que en realidad él no estaba interesada en Ricardo, sino en mí. Le contesté que yo le agradecía todo lo que había hecho por mí, y que le tenía verdadero aprecio, pero que más allá de eso, nada. Que era casada, con tres hijos, y por el momento no me interesaba nada más, y ahí terminó la cosa.
Pero un tiempo después, no sé que me agarra, todavía no lo entiendo bien, y comienzo a sentir un resentimiento con Ricardo, a tratarlo mal, y termino pidiéndole el divorcio.
Ricardo no entendía nada, ya que me seguía queriendo y no sabía qué es lo que él había hecho, de qué debía sentirse culpable. Lo cierto es que la única culpable de todo era yo y mi locura. Tratá de comprenderme: yo era todavía una chiquilina.
Así que finalmente me salí con la mía y me separé. No quise llevarme nada, Ricardo se quedó con el departamento, y yo con los chicos, naturalmente.
Cada tanto, cuando venía los fines de semana a mi casa para llevárselos, hacía tentativas para recuperarme, pero yo seguía en las mías, loca.
De todo lo que vos me contás sobre mis infidelidades nada te puedo decir, excepto que Ricardo encuentra primero a esa mujer, Matilde, la borracha, ¡pobre Ricardo!, y se casa con ella. De modo que es él quien tiene primero una pareja y se casa.
Un buen día recibo una llamada del abogado de Ricardo diciéndome que me mandaba, para que los firmara, los papeles para el divorcio. Recuerdo que ese sábado, cuando vino a buscar a los chicos, le dije de todo. Estaba furiosa. Le dije que porqué me había tenido que mandar los papeles por medio del abogado, que si él no tenía las suficientes pelotas como para traerlos personalmente. Y otras consideraciones que bien te podés imaginar sobre Matilde y sobre ambos. ¡Estaba realmente furiosa con todo el asunto!
En realidad no entendía bien qué es lo que me pasaba. Por un lado, yo era la que me había separado de él, por mi propia voluntad y decisión, sin que el pobre tuviera nada que ver ni hubiera hecho nada para merecer tal trato. Y ahora que él pretendía buscar la felicidad con otra persona, yo me sentía furiosa. Pienso que en todo esto estaban un poco mezclados los celos, la certeza de que ahora sí lo perdía para siempre, y el saber, recién ahora, que en el fondo todavía lo seguía queriendo.
Pero vos fijate, con respecto a todo esto que me estás contando respecto a mi supuesta infidelidad, recién dos o tres años después que Ricardo se casa, conozco a este gordo infame, grandísimo hijo de puta que me cagó la vida, Andrés, gerente de un establecimiento avícola, y conocido de una amiga, y me caso con él.
Luego vino lo de Guillermo. Largos meses en el sanatorio primero, y luego, cuando no pudimos más, en el hospital. Ahí nos encontrábamos todos. Yo a veces iba con Andrés, y Ricardo iba con Matilde. A veces la conducta de Matilde era tan desubicada que le tenía que pedir a Andrés que se la llevase a algún lado para de ese modo quedarnos solos con Ricardo. Recuerdo que una vez que se habían ido ambos, me dijo: "Ya ves, otra vez estamos juntos los dos".
Sí, Matilde es una borracha de esas. Y además una sucia. El departamento de ambos es un desastre, y a uno le cuesta entrar. Había veces, en el período final de Guillermo en el que nos lo tuvimos que llevar a casa, que por mayor comodidad era la de Ricardo, daba vergüenza entrar: su ropa usada por los sillones, sobre la mesa sobras de comidas anteriores, papeles, revistas diseminados por todas partes, en fin: un lastimoso desastre. Ella es consciente, y por eso raras veces te invita.
Remigio me contó que la ceremonia de las cenizas de Ricardo fue para él una cosa lamentable. Matilde y González hablaban de negocios, como si nada importante sucediera. Y estaban arrojando al río las cenizas del marido de una y del mejor amigo del otro. Él parecía ser el único que se sentía realmente conmovido por lo que estaba viviendo.
Sí, una sola vez Remigio fue a ver una ópera con Matilde. Pero después fueron a tomar algo en el bar del Colón, y como ya es habitual en ella, Matilde, después de tomar un par de copas, hizo una escena a propósito de cualquier cosa, así que Remigio se fue y la dejó sola. Debut y despedida: fue la única y última que fueron juntos a una ópera.
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Algunos se preguntarán qué pasó en realidad con Susana, por qué su interés por recuperar su amistad conmigo después de cuarenta años. Y si consiguió, después de tanto tiempo, lo que se había propuesto conseguir. Si, pero fue una conquista con sabor amargo. Para ambos, creo.