Era la época en la que todavía se podía fumar en los bares, así que apenas me senté, saqué un cigarrillo. Estaba a punto de prenderlo cuando Fernando, desde el otro lado de la mesa, me lo sacó de la mano.
- Perdón… ¿qué hacés? -pregunté, sorprendida.
- Odio el cigarrillo. No podría soportar que una chica que esté conmigo fume.
- Bueno, pero yo no soy una chica que está con vos, así que dame el cigarrillo.
- Es que soy asmático, me hace mal.
Ok, era asmático, no se podía fumar en su presencia.
Era eso, lo que el destino me había querido decir desde un principio. Por eso el desencuentro: era un asmático que no me iba a dejar fumar.
Lo que vino después fue un monólogo acerca de su profesión, editar videos. Videos de casamientos, comuniones y cumpleaños de 15, esos videos. Cómo es que alguien puede adornar tanto algo tan chato, no lo sé, pero él se regocijaba en su relato. Si yo quería hacer alguna intervención, no me escuchaba, se limitaba a parar de hablar durante unos segundos para después seguir con su cháchara del negocio propio, las señoras que festejan los 40 años de casados y los ritos religiosos semitas. Y todo eso sin poder fumar.
En ningún momento me preguntó sobre mí, sobre mi trabajo o mi carrera o lo que hacía cuando tenía tiempo libre, nada de nada.
Me estaba pegando el embole de mi vida y ni siquiera lo podía aplacar un poco con un pucho.
Lo peor de todo es que la conversación podría haber sido una de esas divertidas, él podría haber contado anécdotas de pibitas festejando sus 15 años, recién casados a los que se les cae la torta al piso, no sé, algo.
Pero no, Fernando era aburrido como un potus marchito.
(continuará)