Al rato de haber llegado a mi casa, prendí la Pc. Me conecté al Msn y me sorprendió ver a Fernando en línea, pensé que me iba a bloquear, pero no, ahí estaba, mandándome un mensaje que decía “me dejaste plantado!!!!”.
Al parecer, los dos habíamos estado en el mismo lugar, a la misma hora y no habíamos sido capaces de reconocernos. Después de tranquilizar mi paranoia y la suya con todo tipo de interrogatorios (“¿y de qué color estaban vestidas las promotoras de Cablevisión?”) me propuso que nos viéramos ese mismo día pero en otro lugar menos transitado. Como él había venido hasta mi barrio para el encuentro desencontrado, según su lógica ahora yo tenía que ir para el lado de su casa, Chacarita.
La verdad es que si bien por un lado estaba tranquila (él no me había visto, cabía la posibilidad de que todavía le gustara), por el otro no estaba tan segura de querer conocerlo. Primero porque habíamos chateado sólo por un par de días , segundo porque en esas conversaciones que habíamos tenido no me había sorprendido con nada, tercero porque el suceso del desencuentro tenía toda la pinta de señal (señal de que si el destino no había querido que nos viéramos, para qué andar contradiciéndolo).
De todas maneras, acepté tomarme el subte hasta Federico Lacroze.
Quería sacarme el tema Fernando de encima, saliera para donde saliese.
Me retoqué un poco el maquillaje y fui hasta el subte, ya no llovía. Me tenía que estar esperando en una esquina que ahora no recuerdo cuál es.
Lo vi desde la vereda de enfrente, estaba apoyado sobre el poste de un semáforo. Nunca pude sacar conclusiones a la distancia, por algún motivo me niego a usar lentes (salvo cuando iba a la facultad y no llegaba a ver el pizarrón) y si algo está lejos, para mí es sólo una masa informe y coloreada, así que no podía saber si Fernando me gustaba o no con toda una avenida de por medio.
Eso sí, se notaba que no era alto, apenas unos centímetros más que yo. No me gustan los hombres bajos, no me gustan ni un poco.
El semáforo se puso en rojo y pude cruzar. Mientras me iba acercando, las facciones de su cara se me iban haciendo cada vez más claras. Ni lindo ni feo, normal. Normal pero con una expresión rara, como de derrota, de resignación.
Nos saludamos y nos metimos en un bar que estaba en esa misma esquina.
(continuará)