En el verano del 2003 mi mejor amiga se fue a vivir a España. Hasta ese momento yo no sabía ni cómo se prendía una computadora, pero considerando que Internet iba a ser el medio más simple y rápido para comunicarnos, dejé de lado todos mis prejuicios adolescentes de “odio la globalización” y me abrí una cuenta de mail que usaba para chequear los mensajes que ella me mandaba y para conectarme al Messenger. Más allá de eso, mi contacto con la web era prácticamente nulo.
Al principio chateábamos por msn todos los domingos. Quedábamos en un horario vía mail algún día de la semana y al domingo siguiente nos despachábamos con horas y horas de “te extraño”, “Pirula se levantó a Fulano”, “me transé a Mengano” y esas cosas que a los 20 años una habla con las amigas sin importar en qué parte del mundo estén.
Un día Andrea (mi amiga) no apareció, no se conectó. Y ahí estaba yo, sentada, con el monitor enfrente. Que clic de acá, clic de allá y terminé en un chat. La vorágine del chat. El pajero (“¿tenés tetas grandes?”), el romántico (“hola, soy el príncipe azul que estabas esperando”), el que vende dvd’s (“todas las películas, el mejor precio”), el que ofrece dinero a cambio de sexo oral (“me harías un pete por 100 $$$”), el que pide alguien con lindos pies (sí, eso). El que escribe SOLO con mayúsculas, el que AlTeRnA mayúsculas con minúsculas, el que llena de colores y adornos cada frase, el ke eskribe con “k”. El que de nick sólo pone su nombre o apodo (Martin – Martu), el que pone su banda preferida (A77aque), el que claramente se siente identificado con su barrio (Urquiza24), el que directamente se presenta con sus preferencias (SoloGorditas). Cientos de hombres con ganas de levantarme. A mí. Bueno, estaba claro que no sólo querían levantarme a mí… y también estaba claro que no sabía si quería que me levantaran, pero de todos modos la situación me resultaba muy divertida.
Como era de esperarse, me volví completamente adicta a eso de hablar con desconocidos. Podía charlar sobre lo que se me cantara, terminar un diálogo sin tener que dar explicaciones, inventar personalidades maravillosas. Estupideces, sí, pero era Febrero y yo estaba de vacaciones, en algo tenía que ocupar el tiempo. Durante una de esas maratones del chat, empecé a hablar con Fernando. El tenía 25 años, no estudiaba y trabajaba editando videos. A los dos días de haber empezado a hablar ya me proponía que nos encontráramos, según él íbamos a llevarnos genial, yo era el tipo de mujer que él andaba buscando. Y yo… Yo no entendía cómo alguien podía decir que un ente cibernético era su “tipo de mujer”, ni siquiera me consideraba una mujer, todavía era una chica.
(continuará)