Más o menos a las diez cuadras de haberme subido al auto, el tipo me preguntó qué hacía de mi vida. Puedo resumir (conflicto interno mediante) mi actividad en un minuto como mucho. Es así, trato de resumir para no abrumar al otro y también porque muchas veces no tengo claro ni yo lo que realmente hago, así que trato siempre de ser sintética.
Un minuto después el tipo expuso qué hacía de su vida. Trabajaba como asesor en comunicación en el Ministerio de Economía, su rol era una especie de enlace comunicacional entre el ministerio y otras instituciones oficiales. También me dijo que se desempeñaba como secretario de algún que otro diputado kirchnerista (actividad presuntamente sospechosa si las hay). El tipo resumió bastante por suerte, no se detuvo en nimiedades y luego comenzó a detallarme en qué otra actividad dedicaba su tiempo: petardos. Sí, el tipo quería hacerse rico con el negocio de los petardos. “Cuetes” para ser más exacta. Desde ese momento (Bernardo de Irigoyen y Rivadavia) hasta Figueroa Alcorta y
En fin. Del absurdo de los petardos a la situación actual de Argentina. Remató su percepción acerca de los grandes problemas que tiene el país en un tajante “en este país no labura el que no quiere”. Más tarde insistió con un “acá el problema son las villas”. Habrá notado mi estupor, porque inmediatamente me preguntó “¿Que, vos sos marxista?”. No conforme con mi segundo gesto de estupor en la noche (y debo decir que no será el último) arremetió con un “no me digas que sos zurdita”.
Auxilio. Estaba en un auto polarizado con un psicótico y de fondo sonaba Alphaville. Calma. Me convencí pensando en que sólo se trataba de una cita con un desconocido, una cita a ciegas. No tenía más que tomar algo y chau, me tomo el olivo. Respondí lo que respondo ante esas preguntas. Le dije que seguramente sería “zurdita” para aquellas personas que hicieran esa pregunta en esos términos. Él se rió sarcásticamente, como quien piensa que pronto me convencerá con sus argumentos irrefutables.