Venía de bajón. Quiero decir, venía en una etapa oscura, de fracasos varios en lo referido al amor, pero con un cierto éxito en lo referido a lo laboral que provocaba que durante el día corriera de un lado a otro haciendo malabares para cuadrar todos los deberes.
Justamente cuando me encontraba en uno de esos trayectos, de la nada apareció un tipo y me dió una tarjeta.
-Tomá.
-¿Qué? –le pregunté completamente azorada.
-Tomá, es mi tarjeta. Para vos.
-Pero...
-Agarrala, llamame.
-¿Qué?
-Que me llames, quiero conocerte. ¿Cómo te llamás?
-No, no, dejá –me sentía completamente descolocada.
-Dale, ¿cómo te llamás?
-Violeta.
-Ah, yo soy Leopoldo. Llamame, me gustaría conocerte.
Me reí tímidamente, un poco por los nervios de la situación, por lo que yo interpreté como un halago. Sin más el tipo se fue complacido, la frente alta, y yo me quedé en la esquina confundida (incluso me había olvidado de qué me había llevado hasta allí). Tenía la sensación de que me estaban haciendo una cámara oculta o algo así. Guardé rápido la tarjeta en el bolsillo trasero del pantalón y traté con toda mi voluntad de desdibujar mi sonrisa tonta.
¿Con tan poco me conformaba? Y sí. Si esto se trataba de un abordaje, debo decir que celebré su osadía. Una no se encuentra con este tipo de comportamientos todos los días, y la verdad es que si este sujeto no me había entregado la tarjeta para sumarme a una publicidad de Llame-ya para hacerme hacer abdominales con cara de depresión, este chabón había logrado levantar un poco mi autoestima (al menos ese miércoles a las tres de la tarde).
El asunto es que minutos después volví a la tarjeta y me sorprendí. “Leopoldo Kovacik”. Leopoldo Kovacik, pensé, repensé. Ele-Ca. “¡LK!”. Lo que resonaba era el nombre. “¡Es una señal!”.
Flashback: tuve un novio que se llamaba Leopoldo Kovaks. El tipo me gustaba, pero me dejó por su ex. Dos años más tarde me llamó, y yo estaba de novia. En ese momento creo que le devolví un poco del malestar que yo sentí cuando él me dejó (del modo en que sólo las mujeres entendemos las pequeñas venganzas) pero no tengo garantías. Dos años más tarde me volvió a llamar y mantuvimos una relación sin compromiso por unos meses, una especie de entretiempo sin sentido. No funcionó.
“¡Es una señal!”, me convencí. Eran demasiadas coincidencias. Primero, el nombre; segundo, los parecidos entre los dos apellidos; tercero, si estaba en lo cierto, los dos tenían la misma edad.
Los datos que completaban la tarjeta eran menores: Leopoldo Kovacik. Relaciones Institucionales. Ministerio de Economía y Producción. República Argentina, y todo lo demás: dirección, teléfonos, mail institucional.