sábado, 21 de abril de 2007

Sonia 04: Cómo me cuida

Miércoles 10 de enero de 2007.

Tengo que ir a hacerme el análisis de sangre de rutina. Se supone que me sacan sangre, se fijan cuán líquida está y ahí me dicen si tengo que mantener, aumentar o reducir la dosis diaria de Sintrom. El problema, en general, es que mi condición se da -en una mayoría abrumadora- en las personas mayores. No me molesta porque me sienta el único tipo joven que asiste -que, de hecho, no lo soy: el Músico Más Admirado Que Formaba Parte De Un Trío Y Ahora Es Solista Y Le Va Muy Bien también lo padece, y a veces coincidimos en la sala de espera-, sino porque los viejos tienen la costumbre de llegar muy temprano a todas partes. Eso implica que, si no deseo esperar de más y llegar en hora al trabajo, tengo que salir de casa, como mucho, a las 7 y media.

Le dije a Sonia 04 que me gustaría que me acompañase. Digo, es una parte importante de mí, mi condición de anticoagulado -una especie de hemofílico provocado-, y me gustaría que ella estuviese a mi lado al menos una vez para que vea cómo es. Ella dijo que sí.

Me despierto a las 7 menos cuarto. Preparo el desayuno -una de las ventajas del análisis de sangre que me hacen es que no es necesario el ayuno previo-, lo llevo al dormitorio y le tiendo la bandeja a Sonia 04, que aún duerme. Remolonea. Desayuna. Salimos a las 8. Es decir, el horario de apertura del laboratorio. Es decir que ya debe estar lleno de gente.

Apenas llegamos al 8vo. piso, veo que hay gente en las sillas que se ven desde la puerta. Mala señal. Me asomo: muchísima gente. Giro, y digo:
-Mi amor, hay mucha gente, si querés podés irte.
-No, me quedo con vos.
Entro. Saco número. La cosa avanza lento. Muy lento.
Sonia 04, sentada junto a mí, comienza a moverse, a comodarse.
-Yo no te puedo creer -dice.
-¿Qué cosa?
-Con lo que pagás de Swiss Medical, que tengan este servicio de mierda.
Una de las secretarias alza la vista. La escuchó, es evidente.
-Bueno -digo-, pero ya te dije. Es el mejor laboratorio y el mejor especialista. Prefiero quedarme acá esperando y no que un pelotudo me indique mal la dosis y me provoque un derrame cerebral.
-Ah -dice Sonia 04.
La secretaria que la escuchó se acerca al teléfono. Presiona un botón, y comienzan a escucharse los mensajes que dejaron durante la noche. Hay un paciente nuevo en la Suizo Argentina -yo ya estuve internado ahí-, hay otro en el Agote -yo ya estuve internado ahí-, otro en el Gúemes -yo no estuve ahí-.
-Yo no te puedo creer -dice Sonia 04.
-¿Qué cosa?
-Que se pongan a escuchar los mensajes así, delante de toda la gente. Es una falta de respeto, de profesionalismo.
Durante un segundo tengo ganas de decirle que, si de profesionalidad y silencio se trata, ella no es un buen ejemplo. Sin embargo, le digo.
-Mi amor, por favor, estoy nervioso. Me van a pinchar el brazo, lo cual es una pelotudez pero no me gusta. ¿Podemos bajar el nivel de tensión?
-Ah -dice Sonia 04. Ni sí ni no. Ah.
Minutos más tarde, dice:
-Y vos querías que me pase a Swiss Medical. Esto es un desastre. Mirá lo que están tardando.
Estoy nervioso. El análisis. La mudanza en el horizonte. La aparición del pelotudo de Humberto. Necesito que Sonia 04 me aplaque, no que me incentive.
Me quedo callado.
-Un desastre, eso es lo que es esto -dice Sonia 04.
Lo repite dos, tres veces.
-Yo nunca tengo que esperar tanto -dice-. Si hay algo que no me gusta es esperar.
Me pongo de pie, y camino hacia la puerta de salida.
-¿Qué hacés? -pregunta Sonia 04.
-Dejá, vamos. Vengo otro día. Solo.
Ella se queda sentada. No me cree que me voy. Salgo. Espero el ascensor. Ella sale, con sus labios torcidos.
-¿Por qué te ponés así? -pregunta.
No digo nada. Llega el ascensor. La dejo pasar primero -soy de hacer esas cosas-, luego subo yo. Bajamos. Una vez que estamos en la calle, Sonia 04 dice:
-Para mí, te tendrías que haber quedado a esperar.
No digo nada. Camino, aunque no sé bien hacia dónde estoy yendo.
-Vos te calentás por cualquier cosa -dice.
Me freno. La miro.
-A ver, Sonia 04. Te dije que teníamos que llegar temprano y te quedaste pelotudeando. Por eso, llegamos tarde. Y encima te quejás. Y encima en vez de tranquilizarme, le ponés más leña al fuego.
Ella me mira, parece no entender.
-A ver si te queda claro -digo-. No me gusta, tener lo que tengo. Quería que me acompañases porque vamos a vivir juntos, porque fantaseamos con formar una familia, porque quiero que conozcas todo de mí. Y también, para qué negarlo, porque no me gusta venir acá solo, a veces estoy nervioso antes de que me den el resultado y necesito contención. No estoy en pareja desde que me agarró la primera trombosis por lo que siempre vine solo. Hacerte venir era importante, para mí. Pero así no, Sonia 04. Rompiéndome los huevos, no. Si yo te tengo que cuidar a vos, incluso acá, no.
Camino. Caminamos en silencio. Llegamos a la esquina. Sonia 04 me toma del brazo.
-Volvamos allá -dice.
Primero me resisto, luego vamos de regreso. Cuando entramos de nuevo al laboratorio, no avanzaron demasiados números. Todavía falta.

Cuando me ve el médico, dice que está todo bárbaro, como de costumbre. Siento alivio: no sé por qué, sé que estoy fuera de peligro, que tengo la misma esperanza de vida que el resto de los mortales, pero el hecho de que me pinchen el brazo, saquen sangre y esperar el resultado me tensiona.

Una vez que estamos en la calle, vamos a desayunar. Sonia 04 ni habla de la visita al médico. Se dedica a contarme los trámites que tiene que hacer.

Y el lunes que viene firmamos contrato de alquiler para irnos a vivir juntos.