martes, 27 de febrero de 2007

Sonia 04: La tercera cita

Nos vemos el sábado siguiente.
Como Sonia 04 no quiere malacostumbrarme con eso de pasarme a buscar en coche por casa, quedamos directamente en el shopping del Abasto. Llego antes que ella, recibo al rato un mensaje de texto que indica que ya arriba. Vamos a ver "El camino de San Diego". Antes, un café (ya habrá cena después de la película); ella se sienta del otro lado de la mesa, por lo que los besos están dificultados. Algo me dice que hoy no habrá sexo. No, no puede ser, tiene 36 años, ya nos acostamos las dos veces que nos vimos, y al principio de cualquier relación existe lo que mi amigo el Preceptor define como "etapa del conejo": cualquier excusa es buena para ir a la catrera, como por ejemplo preguntarle a la contraparte qué hora es. Durante el café, me pregunta por las novedades editoriales. Yo, canchero, le explico con falsa humildad.
Cuando estamos yendo para el cine la tomo de la mano en el pasillo del shopping, la freno y le meto un beso. Al separarse, sonríe.
-Mirá que sos, eh -dice.
La película no está mal. Hacía mucho que no iba al cine en pareja, y al principio no sé si abrazarla, qué hacer, pero ella enseguida se acurruca contra mi cuerpo. Paso el brazo, entonces, mientras el misionero hace su recorrido hacia la mansión de Maradona. La película no está mal, en serio. Ella, por suerte, es de las que casi no hablan en el cine, o quizás sea sólo que está tímida porque le dije que me molesta mucho que interrumpan la película. Tanto es así, que en el transcurso de la obra de Sorín ni siquiera trato de besarla.
Más tarde, en la cena (patio de comidas del shopping, ella algo de legumbres, yo un lomo con papas fritas), Sonia 04 comienza a hacer preguntas supuestamente incisivas acerca de mi pasado amoroso que eludo elípticamente, acerca de mi presente económico que agrando sabiamente, etc. Al terminar, le propongo ir a tomar algo: el clima aún no da como para ir a mi casa o la de ella.
Vamos al coche, y ella comienza un recorrido por Palermo Hollywood en busca de un bar que, según ella, tiene una terraza preciosa. A mí las terrazas me importan realmente poco, pero bueno, nunca está mal dar los gustos, que ella vea mi buena predisposición, aunque a los cuarenta minutos de buscar con el coche un dichoso bar con terraza termino por decirle:
-Lo importante es que estamos juntos, ¿no?
Parece que no, porque la búsqueda continúa otros veinte minutos, y a medida que pasa el tiempo veo más difícil que nos vayamos a casa o la de ella. ¿Qué le pasa, a esta chica, que busca un bar con terraza como si en ello se le fuese la vida?
Al final entramos en un bar cualunque (planta baja, no tiene terraza), nos besamos un poco, hablamos otro poco, y en un momento ella me dice:
-Mirá que hoy no va a pasar nada.
-Bueno, estamos acá, ya está pasando algo -intento hacerme el positivo.
-Sabés de lo que hablo.
Claro que sé de lo que habla. Tanto es así que me siento incómodo, como si me hubiesen puesto un bozal, como si desearan mantenerme a distancia, como si una mujer de 36 años intentase decirme que "lo nuestro" (si es que puede hablarse de algo semejante) no es sólo sexo, como si yo no hubiese dado sobradas muestras de eso.
-¿Por qué? -pregunto, en un momento.
-Quiero que nos conozcamos.
-Nos estamos conociendo, y conocernos es de muchas maneras.
Cuando salimos del bar y nos subimos al coche, hago otro intento.
-No, Elemental, hoy no.
Siento que leyó un manual de autoayuda que le indica que la tercera cita, si hubo sexo en las dos anteriores, es impropia para acostarse. Quizás está con el período, pienso.
-Y no porque esté con el período -dice.
Ah, pienso, está intentando ver cuánto respeto su "no", cuánto la respeto. Mientras maneja, me mantengo mudo. Pienso en que me tuve que bancar su sensación de ahogo, y ahora esto, que es demasiado para lo poco que nos vimos. En un momento, le digo.
-Pará el coche.
Y, cuando para, digo.
-Somos dos adultos, no hagamos chiquilinadas.
-Quiero conocerte -repite.
-¿Y el sábado y domingo pasado me conocías más que ahora? ¿Y el lunes te olvidaste de todo porque te sentías ahogada? Estás tratando de medirme, y la verdad me parece una pelotudez.
Abro la puerta del coche, la saludo con un beso en la mejilla.
-Mucha suerte -le digo.
Y así termina la tercera cita.