viernes, 15 de septiembre de 2006

Sonia 03: La peor cita de mi vida

Quedamos en encontrarnos en Aráoz y Corrientes. Por Aráoz, llegando a Cabrera, hay una pizzería en la que me encontré con amigos y está muy bien decorada, además de que la pizza es riquísima. Cuando llego a la esquina aún faltan diez minutos para la hora del encuentro. Miro vidrieras de segunda selección, cuando reparo en un detalle: dejé los preservativos en casa. Si por ningún motivo vamos a ir a casa, tengo que actuar rápido: voy al kiosco, compro un paquete (ya no tengo tantas esperanzas de usarlos todos), y luego vuelvo a la esquina. En una de esas, me digo, quizás se da.

Mientras espero en la esquina, vibra el celular. Llamado de Sonia 03.
-¿Nervioso? -pregunta.
Luego, me dice que viene en un coche blanco, y me dice la marca. No sé de coches, no sé manejar, explico.
-Bueno -dice-, blanco -y luego el número de la chapa.
Cada coche blanco que pasa pienso que puede ser ella. Ya vi fotos, pero no sé. De a ratos, me fijo hasta en los coches donde hay más de una persona -¿y si trajo a la amiga que le prohibió venir a casa? ¿y si la amiga me considera peligroso hasta para ir a comprar una pizza?-. Luego, un coche se detiene a pocos metros, sobre Córdoba. Entrecierro los ojos, miro.
Sí, es ella.

-¡No me mires! -dice cuando me acabo de subir al coche.
Antes, durante la charla telefónica, me explicó que es fóbica, que al principio le cuesta mirar y hablar. Yo dije no importa, pero la verdad que supuse que no sería para tanto. Digo, que no merecería un grito dentro del coche porque la miré para saludarla.
La cuestión, entonces, es cómo saludarla sin mirarla. Cierro los ojos, digo hola y acerco mi rostro al asiento del conductor -o, mejor dicho, a lo que supongo el asiento del conductor-. En un momento, siento un beso en la mejilla. No dijo hola, pero recuerdo que también le cuesta hablar, al principio.
La única pregunta, entonces, es cuánto dura el principio.

En la pizzería no hay lugar. Sólo una mesa junto al baño. La miro -con mucho cuidado para que no grite en la pizzería- y le hago un gesto. ¿Vamos a otro lado? Ella asiente. Vamos hasta el coche. Imagino qué señas hacer, sin mirarla, para preguntarle a dónde prefiere ir. No doy con ninguna. Cuatro años de teatro, y no doy con ninguna. No me queda otra que hablar. Mirando hacia otro lado. Le pregunto a dónde podemos ir. Ella dice:
-Palermo Hollywood.
Y arranca.

En el coche, me dice:
-No me mires, ya te dije que es peor.
-Bueno, pero yo no pensé que...
-No me hagas ningún comentario acerca de que no te miro ni te hablo, porque es peor.
Asiento -con los ojos que apuntan a otro lado, por supuesto- y sólo hablo para decirle que tenga cuidado con un coche.
-Aprendí a manejar a los catorce años, nene -me dice.
Y luego no dice más nada.

El restaurante se llama El último beso. De acuerdo a lo que me advirtió, no habrá ni siquiera un primero. De todas formas, no me resulta muy propicio un sitio con este nombre, para una primera cita. Pedimos lugar, sólo hay al aire libre. El clima es templado, así que todo bien. Lo que no calculamos es que al estar en el patio interno las camareras demoran más en acercarnos el menú que si estuviéramos adentro. Y ese rato ella mira en dirección al cielo, aunque no se ve por el toldo que pusieron por si llueve.
-Linda noche, ¿no? -digo, por decir.

Comienzo a sentirme incómodo. Lo que en un principio era sorpresa, ahora es otra cosa. Ella no es así siempre, pienso, ella es así por cómo soy yo. Me vio desde el coche, le parecí horrible, y por eso no me habla o dice oraciones unimembres ante mis preguntas. No, no, no me tengo que poner así, quizás ella aún está tensa. Hago un chiste, ni siquiera sé lo que digo, pero de seguro es un chiste malo, porque no se ríe. No sé contar chistes, pienso, todos los que se rieron hasta ahora de mis chistes fue de lástima, pero ahora descubro que no sé contar chistes, que soy horrendo, un monstruo.
Por suerte, traen el menú.

Creo que no dije cómo es Sonia 03. Bueno, hasta ahora no lo sé bien, porque cada vez que trato de mirarla descubro su gesto agrio. Pero no, no es fea.

El menú está decorado. No me gustan los menús decorados. Me gustan los menús en los que los platos ofrecidos me gustan. Y acá no hay ninguno. Para peor, hay poca variedad: si el listado llega a seis (incluyendo las pastas... ¡no hay minutas!), es mucho. Me pregunta qué voy a querer. Bueno, al menos me habla, al menos soy un ser horrendo al que es justo dirigirle la palabra.
El problema es que no encuentro ningún plato que me guste, como para responderle.

Al final, pido unos ñoquis con salsa de no sé qué. De última, pienso, me pongo a apartar los ingredientes que no me gustan. Ella pide un wok de pollo.
-Me encantan las verduras -dice, se ve que se le está pasando el principio de mutismo, aunque aún evita mirarme.
No le contesto, porque yo las detesto.

-¿Te pasa algo? -pregunta.
-Y, la verdad...
¿Cómo decirlo? ¿Cómo expresarlo sin utilizar ningún improperio? ¿Por qué le dije que cuando me enojo me levanto y me voy? ¿Por qué le prometí que con ella nunca haría una cosa semejante, que sería un perfecto caballero?
El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, recuerdo.
Y todavía no traen la comida.

Hablamos de viajes. Como con Sonia 01, sólo que sin la onda que había en esa charla. Ella me cuenta que viajó con un pibe a Marruecos, que tuvieron sexo pero después no, después sólo amigos, y después se hizo amiga de un grupo de japoneses. Claro, pienso, con ellos no tenía que hablar.
Yo enumero ciudades y digo si me gustó o no:
-Madrid, muy linda; París, no era lo que pensaba; Londres, muy linda; Roma, muy sucia; Florencia, muy linda; Venecia, la primera vez que fui estaba nublado y no me gustó, pero después sí -esto, para lo que es mi discurso en este momento, es un borbotón de palabras.

Traen la comida. Debe haber catorce, quince ñoquis como máximo. Grandes. Con forma rara. La salsa me resulta indescriptible. Sé que no me particularizo por escribir con las mejores palabras, por la riqueza del lenguaje, pero creo que ni el mejor poeta podría describir lo que cubre esos ñoquis. Llevo uno a la boca.
-Rico, ¿no? -pregunta ella.
-Mmmmmmm -digo yo, como si estuviese entusiasmado.

Intento remontar la situación. Le pregunto algo, no sé qué. Se supone que si uno pregunta, ellas responden. Bueno, Sonia 03 no. A veces responde, pero a veces no. Y mira hacia otros lados, supongo que a esta altura ya conoce todos los secretos del patio interno de este restaurante de mierda.

-¿No comés más?
Probé sólo tres ñoquis. No eran feos, pero no tengo hambre.
-Soy de poco comer -digo, y recuerdo al mitómano con el que Sonia 03 salía antes.

Quizás es el lugar, pienso. La verdad, con ese angelito ahí, las enredaderas, la humedad, el público decadente en su riqueza... Sí, quizás es el lugar.
-¿Por qué no vamos a tomar algo a un bar? -propongo.
Y, cuando lo digo, noto que ella aún no terminó su wok de pollo.
-Disculpá, comé tranquila.

-¿Pero te pasa algo? -pregunta.
-La verdad, estoy muy incómodo.
-¿Por?

Pido la cuenta, Sonia 03 va al baño. Tengo que remarla, pienso. El problema es que yo soy fóbico, no que ella no me habla ni me mira. El problema es que yo soy feo, me convenzo. Y tardan en traer la cuenta, y Sonia 03 hace fila para entrar al baño. Luego, cuando vuelve, me dice:
-Es divino, pusieron flores en la bañadera.
-Mirá qué bueno -digo, mientras busco la camarera.

Un plato de ñoquis con salsa de no sé qué, un wok de pollo, un agua mineral sin gas -ella dijo que bebía poco, que compartiéramos-, igual a $61. Entrego la tarjeta de débito, Sonia 03 ni amaga con pagar, y cuando firmo pienso que con esa plata podría haber ido de putas. Putas feas, con esa plata, recuerdo.

Salimos de El último beso. Comprendo que nunca habrá primero. Caminamos en dirección a su coche, lo dejó a una cuadra y media. Al cruzar la calle, las luces y música de un bar.
-Ahí hay un bar, ¿vamos? -dice.
Me hago el sordo y sigo caminando. Mi perra hace algo parecido, cuando le gritamos que no se meta en los charcos de barro de la plaza.

-¿Vos querés ir a tomar algo? -dice cuando llegamos al coche.
-Y, me parece que vos muchas ganas no tenés.
-Yo estoy tensionada, tengo todo duro, pero bueno, ¿vos querés ir o no?
Surge la idea. Lo sé, no debería decirlo.
-¿Vos querés ir o no? -su voz eleva el tono.
Y entonces no lo puedo evitar.
-Mirá, la verdad que quiero estar en cualquier parte del planeta menos acá con vos.
-Ah bueno...
Se sube al coche. Cierra de un portazo. Golpeo el vidrio, lo baja.
-Disculpame, este no soy yo, no sé qué me pasó. Si querés, vamos a tomar algo.
Y entonces arranca. La cita ha terminado.