Camino por Corrientes, y cuando me detengo ante un kiosco me enfrento a una de las primeras disyuntivas: ¿qué comprar? Chicles de mentol implica buen aliento por si se da un beso, preservativos implica... bueno, eso es evidente. Como estoy con el pelo recién cortado, saco de corderoy nuevo y me siento realmente lindo, compro chicles de mentol y una caja de preservativos.
Llego temprano a "La casa del queso". Entro, pido mesa para dos en sector fumadores (ella fuma, es un detalle que sabrá apreciar), y me siento en la sala de espera. Descubro que hay dos chicas, solteras, que me miran con insistencia. Hincho el pecho. Lo siento, señoritas, no hay espacio para más Sonias. Mientras espero, recuerdo la fotografía, y recuerdo que no me gustaba tanto lo que vi. No me importa. A Sonia 01 le gusta lo que escribo, me hace sniff si no recibe mail mío, me llama por teléfono, casi me invita a salir de prepo. Es el tipo de mujer que me gusta. Casi escribo: es el tipo de mujer que necesito. Y sí.
Puntual, a las 22:30, las puertas se abren. Entra ella. Más linda que en la foto. O eso creo, no veo muy bien, los nervios me lo impiden. Nos reconocemos enseguida -al fin y al cabo, soy el único en la sala de espera: las dos chicas solteras, bastante bonitas, se resignaron a no seducir a un latin lover como yo-, nos saludamos con un beso -apoyo mano en su espalda- y enseguida me dirijo a la encargada para que nos ubique. Subimos escaleras en silencio, y mientras nos ubicamos le digo que pedí mesa de fumadores. Ella me mira, sonríe.
-Qué momento, ¿no? -digo.
Ella vuelve a sonreír.
Tiene un pullover negro, y un jean. Contra lo que podía suponer, no es tan cheta. Es más, a su lado el careta soy yo. Quizás no tendría que haber comprado el saco. Bueno, pero desde las otras mesas las mujeres me miran. Y en esos ojos hay interés. Esta noche puedo seducir a cualquier mujer. Esta noche, remarco. Y tengo que aprovecharla.
Pedimos una tabla de picada para compartir. Yo elijo bondiola serrana, parmesano y crudo español. Ella: salmón ahumado y queso blando griego. Cuando estuve en Grecia no podía parar de comerlos, dice, y se acomoda el pullover para dejar sus hombros al desnudo (¿no tiene corpiño?). ¿Grecia? ¿Ya empezamos a dejar a la vista cuánto conocemos del mundo? Ella saborea el queso, y dice:
-Mmmmm, tal como en la isla.
Sí, empezamos.
Pedimos varias cervezas artesanales (a mi me gusta la cerveza roja, dice ella y deja entrever una vez más sus gustos refinados; yo esa variedad ni siquiera la conocía, y en el trabajo me dedico al análisis de bebidas).
En un momento ella dice:
-Empecé tu novela.
(Aclaración: se la mandé por mail, luego de que el cuento gustase tanto)
Sus ojos me taladran. Supongo que estoy nervioso, que me pongo colorado, que el pianista dejó de tocar para que el silencio empuje a todo el mundo en "La casa del queso" a escuchar la sentencia.
-Fluye -dice, y mueve las manos en el aire, imitando el ondular de las olas-. No tengo dudas de que Clelia tenía razón y vas a ganar ese concurso.
Sonrío.
¿Muevo mucho las manos al hablar? ¿Estoy hablando demasiado? ¿Llevo bien la cita?
Cuando terminamos de comer -ambos comimos poco, en mi caso porque no quiero dejar a la vista mis dotes porcinas para la ingesta-, ella me dice:
-¿Por qué no vamos a otro bar a tomar el café con Bayleys que te debo como premio?
Eso implica dos cosas: a) si el premio viene en el otro bar, acá deberé pagar yo; b) la cosa va bien.
Otro bar, en Corrientes y Salguero. No hay mucha gente. Nos sentamos. Ella pide Bayleys, yo café con Bayleys. Los irlandeses, agradecidos.
Me dedico a escucharla. Hablo poco. En un momento, ella, que sabe que soy más bien cuantitativista, me pone a prueba, me pregunta acerca de qué pienso de las técnicas cualitativistas. Debería decir que las considero maravillosas, caerle en gracias, pero si esta cita se convirtiese en relación -y, tal como viene, ese parece ser el destino final- en algún momento ella descubrirá lo que pienso.
-Las técnicas cuantitativas nunca descubren demasiado, pero cualquier mediocre metódico las puede llevar adelante -digo-. Las cualitativas pueden explicar el origen del universo, si las interpreta un genio. El problema es que no conozco ningún genio vivo.
Ella sonríe.
Terminamos nuestros tragos, son más de las 3 de la mañana, supongo que estamos llegando al final. De hecho, los mozos ya acomodan las sillas del bar. Es entonces que ella dice:
-Quisiera tomar un té. ¿Vamos a otro bar?
Sonrío.
El otro bar, en Acuña de Figueroa y Corrientes, es la materialización de la decadencia. No es casual que quede a pocas cuadras de mi casa. En las mesas, borrachos. El mozo mira extrañado a Sonia 01 cuando ella pregunta por qué variedades de té tiene.
-Bueno -dice el mozo, y se rasca la cabeza-. Boldo, manzanilla, cachamai...
Ella pide uno de menta. No hay. Se resigna por uno de manzanilla. Yo, cortado.
En la mesa de al lado, un borracho le dice a otro que descubrió cuál es el sentido de la vida. En ese instante, miro a Sonia 01, que observa la calle y sonríe, y se acomoda una vez más el pullover para que sus hombros estén al desnudo, y pienso que quizás yo también haya descubierto el mío.
Surge el tema Clelia. Sonia 01 me pregunta si creo en la tarotista, y le explico que hasta visitarla no creía, pero me dijo una serie de cosas totalmente secretas acerca de mi pasado que me llevaron a creer. Le pregunto por su curso de tarot, si me utilizará como conejillo de indias (utilizame para lo que quieras, pienso), y ella dice por supuesto. Sonríe. Sonrío.
Me dice que sabe leer las manos, y antes de que le responda toma las mías. Siento tibieza, y electricidad. No me dice lo que lee. Luego de unos segundos, aparto las manos. Ella me mira a los ojos, ¿seductora?, y yo digo:
-Pago por saber lo que estás pensando.
Otra sonrisa. Sus labios, finos.
-A penny for your thoughts -dice, y no entiendo, y no me importa-. En Inglaterra se dice así.
-Bueno, eso.
-Bueno, te lo digo si vos me decís.
Y no le digo nada.
El beso. No, no se entusiasmen. El beso como tema, no el beso como hecho. ¿Corresponde besar en una primera cita? No lo sé. Por lo general, no beso hasta sentirme muy seguro. Eso puede implicar dos o tres citas. Si bien soy inseguro, siento que Sonia 01 está preparada. Sin embargo, mañana tengo que ver a Sonia 02. Pueden llamarme imbécil, pero me parece de poco hombre besarla si mañana veré a otra mujer. ¿Y si Sonia 01 me descubre? Sé que con Sonia 02 no pasará nada, pero igual. Igual no beso a Sonia 01.
-Estuve hablando todo el tiempo yo -me dice-. ¿Por qué no me contás de vos?
-¿Qué querés saber?
-Todo.
Le cuento de mi enfermedad. En verdad, no es una patología sino una deficiencia genética. Mi sangre tiene una tendencia a coagularse mayor que el promedio, razón por la que estoy anticoagulado por medio de medicamentos. Vengo a ser una especie de hemofílico. No puedo hacer deportes que impliquen contacto, no puedo comer verduras verdes (gracias al cielo, nunca me gustaron), ni lentejas, ni mate. Lo digo, y me doy cuenta que el dato quizás la espante. Bueno, si empezó a leer mi novela Sonia 01 también sabe que mi viejo el año pasado se pegó un tiro y no se murió sino que quedó estúpido, y ése sí es un dato que espantaría. Y, sin embargo, acá está. Y me sonríe.
Me hace preguntas como las que hace en las entrevistas cualitativas. ¿Cuál es tu color preferido? Azul Francia. ¿Cuál es tu animal preferido? El perro, o el delfín. Si fueras un animal, ¿cuál serías? Pienso, primero supongo un delfín, pero me parece demasiado obvio: digo un ave, casi de seguro un águila. Sonia 01 sonríe satisfecha, abre su celular y me muestra el salvapantallas: un águila que vuela.
-Yo siempre quise ser un águila -dice.
Las águilas, contentas.
Me anota sus datos de nacimiento en una servilleta. ¿Me lo mandás?, pregunta. Tengo que hacerle su carta natal en el programa que me bajé con el Emule. Lo primero que haré es fijarnos nuestra compatibilidad. Dará por las nubes, supongo.
Cuando salimos del bar -6 de la mañana, hace un frío que atraviesa mi saco-, ella se queda de pie frente a mi. Momento de beso, supongo. Me dice que se tomará un taxi.
-Te acompaño -le digo.
-No hace falta -dice.
-Te acompaño -repito, y freno un taxi.
En el taxi estamos sentados de costado. Yo tengo un poco de tortícolis, casi no me puedo mover. Hablamos, pero más nos miramos. Al llegar, ella me pregunta si sigo de largo o me tomaré otro taxi de regreso. Bajo. Se detiene ante la puerta de su edificio. Me abraza. Un verdadero gusto, dice. Lo mismo digo, digo.
En el taxi de regreso, descubro que la niebla cubre Buenos Aires. Una imagen deprimente, que no me afecta en lo más mínimo.
sábado, 2 de septiembre de 2006
Sonia 01: La cita
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