Prepararse para una cita no es simple. Y menos aún si se trata de una primera. Y menos aún si uno no experimenta una primera cita desde hace demasiado tiempo. Y menos aún si lo que tiene que poner en regla es demasiado.
Poco después del mediodía me llama Sonia 02. Hablamos, detecto algunas coincidencias (somos del mismo equipo de fútbol, le gustan los perros), pero hoy no hay demasiado espacio para otra cosa que no sea Sonia 01.
Voy a la peluquería. La de siempre, en la misma cuadra del departamento. Juancito -setenta años- me corta el pelo y no dice nada de mi catarro, aunque habla sin parar. Juancito, al hablar, pronuncia las palabras que tienen por última vocal "e" reemplazándolas por una "i". ¿Tenís que cortarti el pelo así?, me dice en un momento. Me encojo de hombros, y una mata de cabellos cae al piso. Lo bueno de Juancito es que ya casi no puede caminar, entonces va rotando la silla giratoria a medida que el corte avanza, con lo cual no veo el resultado hasta último momento. Y el resultado, descubro a último momento, no está mal.
La Petisa me aconsejó que me comprara un saco. Tengo 35 años, las camperas de cuero ya no son lo más recomendable. El problema es que salen caras, aún no me depositaron el sueldo, por lo que le pido a mi vieja que me acompañe al shopping -en realidad, le pido a su tarjeta de crédito que me acompañe al shopping- y, previa advertencia de que no tiene derecho a opinar sobre la ropa, termino por comprarme un saco de corderoy -el vendedor dice que es marrón oscuro, yo lo veo verde, y no soy daltónico, pero me gusta-. La sensación ante el espejo es extraña: sé que en un día de buen humor me voy a ver elegante y en uno de bajón me veré viejo, aburguesado. Hoy, de momento, me veo elegante.
Cumplo todas las cábalas que conozco: baño de inmersión mientras en la computadora suena Diana Krall, ducharme dos veces de corrido, utilizar shampoo nuevo, maquinita de afeitar nueva. Hasta me compré una colonia -el perfume, luego de la devaluación, está vedado: tampoco puedo abusar de la tarjeta de crédito de mamá, pues cuando llega el resumen me pedirá el monto-. Antes de vestirme, otra cábala: pongo el CD con los nuevos temas de Calamaro, de homenaje, y -persianas bajas, tengo piedad por los vecinos- bailo solo, en calzoncillos, en el comedor. Cada una de estas cábalas me brindó una alegría diferente, en su momento. Hoy, todas juntas, deberían tener resultado explosivo. Cuando la hora se acerca, sigo las cábalas: me lavo los dientes dos veces, dos buches con líquido para la boca.
Y la última cábala: llegar temprano. Salgo con mucha anticipación, y sé que daré varias vueltas por ahí hasta aguardar las 22.30, hora en que me encontraré con Sonia 01.
Mañana, la cita y sus detalles.