jueves, 12 de julio de 2007

Sonia 00: Un boludo en terapia

Junio de 2006.

Primera sesión de terapia.

Ya lo dije: elegí la analista de acuerdo al menú de Swiss Medical y, dentro de él, por la proximidad a mi depto. Es decir: no tengo la más remota idea de con quién o qué me voy a encontrar. Encima, me citó a la mañana temprano, por lo que creo que quien hablará no seré yo sino mi inconciente que aún domina el cuerpo.

Toco el timbre. La voz, por el portero eléctrico, se hace esperar. Llegué puntual, es decir: tenía turno a las 9, a las 9 menos tres minutos estaba en la puerta del edificio, y para que se diera esa coordinación di un par de vueltas a la manzana. Es temprano. Supongo que la desperté. Supongo que le robé minutos de sueño y por eso me odiará, me tratará con displicencia o, peor aún, con mala voluntad. ¿Puede una analista enloquecer a su paciente? Mejor dicho: ¿puede hacerlo aún más?
(nota al margen: aún no conozco a Sonia 04, quien responderá esa pregunta con la experiencia, con observarla, y la respuesta será un SI mayúsculo)
Llega, finalmente, la voz por el portero eléctrico:
-¿Holaaaaaa?
-Hola, soy Elemental.
-Ya bajo a abrirte.
Espero, entonces. Hago un cálculo: las sesiones de terapia se estiman en unos cincuenta minutos, pero si tomamos en cuenta las nuevas pautas de seguridad en Buenos Aires debe contabilizarse el tiempo en que bajan a abrir, abren, se sube por el ascenor y, al finalizar, se baja y abren. ¿Cuánto serán? ¿Cinco minutos? ¿Y cuánto significan, en términos psicoanalíticos, cinco minutos?
Escucho, a mis espaldas, la llave en la cerradura. Giro. Una mujer. Mi nueva analista, adivino.
Es flaca, esmirriada. Tiene un aire psicobolche -ropa artesanal, los colores pelean en sus prendas por ocupar un poco más de espacio que el multitudinario resto-, es rubia -ondulado pelo despeinado, pero supongo que limpio-, ojos muy grandes y claros. No es linda. Para nada. Le calculo un par de años más que yo. Desde hace un tiempo, he comprobado con tristeza el avance del tiempo: los médicos que me atienden son, en algunos casos, más jóvenes que yo.
Hay un instante de duda. El saludo. ¿Cómo se saluda a una analista? ¿Cómo se saluda a una analista del sexo opuesto? ¿Cómo se saluda a una analista del sexo opuesto que tiene casi la edad de uno?
Nos saludamos con un beso en la mejilla.
Subimos en el ascensor, que es diminuto. Encima, vive en el último piso. Momento incómodo. No, incómodo no: incomodísimo.
-Bueeeeeeeeenooooooooo -dice, cada tanto, mi nueva analista.
Yo me encojo de hombros. De hecho, le doy la espalda: estoy frente a las rejas del ascensor, veo los pisos que descienden ante mí. Por suerte, llegamos.

El consultorio es, evidentemente, parte de su departamento. Miro de reojo la biblioteca: hay Borges, hay Cortázar, están los tomitos verdes de las obras completas de Freud -la traducción buena, la de Amorrortu, recuerdo-. Ok, orientación intelectal aceptable. Hay un telar medio incaica que no me gusta, pero bueno, no se le puede pedir todo a una analista.

-¿Por qué venís?
-Quiero analizarme.
-Mhm.
Ok, arrancamos con el mhm. Estoy oxidado, me choca. Me analicé mucho con anterioridad, ya lo había interiorizado, pero hoy me choca. Supongo que deberé acostumbrarme.
-O sea, el año pasado estuve en terapia intensiva y ahora estoy anticoagulado para toda la vida, y me cuesta aceptarlo... Bueno, además está el tema de que mi viejo el año pasado se pegó un tiro y quedó tarambana... -acá la analista se lleva una mano a la boca, sorprendida-... Me siento solo, quiero trabajar sobre eso. Me siento solo y no quiero estarlo más.
-Bien.
¿Bien? No, no está bien. Supongo que, para esta analista, el bien es equivalente al mhm, por lo que continúo.
-Me gustaría formar pareja, pero la verdad no sé cómo encarar el tema. O sea, me siento feo, que no le voy a gustar a nadie...
-Elemental -lee mi nombre de la planilla que firmé al inicio de la entrevista (porque, remarcó, hoy es una entrevista).
-¿Sí?
-Vos ya te analizaste, antes, ¿no?
-Sí, con tres analistas distintas.
-O sea, vos conocés la dinámica de esto, ¿no?
-Sí, además mi vieja es psicoanalista, y su ex marido, mi padre putativo, también lo era...
-Bueno, vos sabés que la honestidad con vos mismo es fundamental, en esto.
-Sí, claro.
-Bueno. Entonces te voy a pedir que hablemos en serio. No me digas más que te sentís feo, o que sos feo, porque objetivamente sos todo lo contrario.
La miro, en silencio.
-Mhm -digo, por decir.

Por la tarde, en el jardín, con Sonia 00.
-¿Y cómo vas con la dieta?
-Cuesta, todavía, pero me siento más deshinchado.
-Estás más desinchado.
-Puede ser. Hoy empecé terapia.
-¿En serio? Qué bueno. ¿Y qué te dijo, la psicóloga?
-Que soy lindo, me dijo.