miércoles, 18 de julio de 2007

Sonia 00: Coronados de gloria

Hay momentos que se relacionan íntimamente con la gloria.

Suele afirmarse que alguien es feliz o infeliz. Es una deformación del idioma inglés, de las malas traducciones de los manuales de autoayuda. En el idioma inglés no hay diferencia entre ser y estar, todo se remite al to be. Para alguien cuya lógica se rige por una estructura lingüística semejante, quien está es. Un momento es síntoma de un contínuo espacial. Un segundo es igual a una vida. De la misma forma, un segundo de infelicidad es una amenaza para toda la existencia de una persona, de su ser, pues ese segundo de infelicidad implica, lingüisticamente, que el período que va desde su nacimiento a la muerte es la infelicidad. Por eso, creo, tanta insistencia enser ganadores, en esa clase de culturas, por eso la espada de Damocles ante un fracaso. Quien gana es un ganador, quien pierde es un perdedor. Su vida se jugó en un instante -por lo general, en la adolescencia, ahí se determina, en ese momento, en ese suspiro, si esa persona es ganadora o perdedora, es decir si la sociedad se brindará a hacerla feliz o infeliz-. Nosotros, los latinos, tenemos una lógica distinta: ante lo mismo, decimos que alguien está en una racha ganadora o perdedora, no que es un ganador o un perdedor. Hay situaciones diferenciadas de esencias. Alguien que está triste una semana no es, necesariamente, un infeliz. Lo cual implica, por suerte, que podemos permitirnos no exhibir felicidad en forma constante. Son, lo sabemos por estructura del lenguaje, momentos. Y, por lo tanto, momentos en que no.

Algunos momentos que uno identifica con la gloria.

Maradona la recibe en la mitad de la cancha, domina la pelota, gira, esquiva a un jugador inglés, cambia la velocidad, esquiva a otro jugador inglés, zigzaguea, esquiva a otro jugador, y a otro, ya avanza a toda velocidad, el arquero sale como puede -el arquero es, por su lengua, en esa escena, un perdedor-, y es gol. Y es la gloria.
Los extranjeros -en especial los no latinos- no captan nuestra pasión por algo como los deportes. No captan nuestros mayores apasionamientos, nuestros fervores desmedidos. No comprenden que el fervor, la gloria, se relaciona íntimamente con que se trata de un momento, que lo identificamos como momento, que lo sabemos efímero y por eso nos aferramos a él, lo degustamos.

Una persona que nos interesa nos devuelve la mirada. Esa mirada. Eso, es un momento de gloria.

Vamos a comprar algo para lo que ahorramos durante tiempo, vamos a disfrutar de un sueño -pequeño, empírico, electrónico- luego de pasar privaciones. Eso, es un momento de gloria.

Los momentos de gloria suelen estar acompañados de silencio, a nuestro alrededor. O, mejor dicho, de sonidos intrascendentes. Intrascendentes porque, para nosotros, ante la gloria, suenan violines, fanfarrias. Y vuelan palomas, y el sol sonríe, y el cielo se limpia, y la noche se tiñe de suavidad. Eso, es un momento de gloria.

Me estoy bañando.
La ducha, el agua débil de la ducha -poca fuerza, poca contundencia porque se trata de un último piso-, choca contra mi cabeza.
Me entra shampoo en los ojos.
Inclino la cabeza hacia abajo, restriego los ojos.
Al abrirlos, miro para abajo.
Miro, para abajo, mi cuerpo desnudo.
Y veo los pies.
Y la panza se ha reducido de forma tal que vuelvo a verme la pija.
Luego de semana y pico de dieta, vuelvo a verme la pija sin tener que meter panza.
Veo, entonces: los dos pies y, en el centro, más cercana, la pija dormida.

Eso, es un momento de gloria.