Lunes.
El fin de mis vacaciones me deja una sensación dual. Primero, la satisfacción de no haber pisado la oficina durante una semana, alejarme de tanta mediocridad y tareas inconducentes. Luego, la ansiedad por volver a la oficina luego de una semana sin ver a Sonia 00, a lo inconducente que podría ser mi acercamiento a ella.
En el colectivo, mientras viajo hacia el trabajo, repaso frases. ¿Cómo decirle que le hice un regalo? ¿Cómo hacerlo sin quedar como un baboso, o como un imbécil que se la pasó pensando en ella durante una semana? ¿Hago hincapié en que me costó mucho conseguir la película, que primero la bajé entera pero resultó estar doblada al español, por lo que tuve que eliminar el archivo punto avi y ponerme a bajar otra versión que, sí, estaba en su idioma original? ¿Hago hincapié en la odisea de dar con los subtítulos en español que estuvieran coordinados con los diálogos? No, no debería, sería enrostrarle mi esfuerzo, y se supone que uno no hace esa cosas, no en un principio, al menos. ¿Entonces qué hago, le dejo el CD sobre el escritorio y que ella averigüe quién se tomó el trabajo? No, porque ahí seguro que los conchudos de los Hermanos Maravilla, el Mandril o la Masa, siempre dispuestos al safari, mienten y tratan de llevar agua parasu molino. ¿Qué digo? ¿Te grabé esto? ¿Te quería hacer un regalo? ¿Justo lo tenía de más así que te lo traje? ¿Por qué hacer un regalo se convierte en algo tan difícil, cuando hay una mujer de por medio?
Llego a la oficina, temprano como de costumbre. Tenemos un sistema de promedio de horas mensuales, lo que implica que uno puede hacer el horario que le plazca siempre y cuando ese promedio dé correcto. Como suelo preferir el nado contra la corriente, siempre es más cómodo, llego temprano y me voy temprano. Hoy el inconveniente que plantea mi costumbre es que, desde que llego, me pregunto a qué hora arribará Sonia 00. Me asomo a su oficina, aún vacía, intento deducir cuál es su escritorio. Lo detecto. Estoy tentado a dejarle el CD y luego, si pregunta, restarle importancia. No. Sería cobarde. Y soy cobarde, pero también conciente de que no es una buena imagen.
El primero en llegar, después que yo, es el Flaco. Pregunta cómo pasé la semana, le digo que bien, que dormí mucho.
-Qué lindo poder dormir la siesta -dice él, con ojos soñadores o somnolientos, no sé, cada vez que terminamos de almorzar enuncia "cómo se puso para dormir la siesta", y de hecho a veces lo hace, cruzado de brazos ante el monitor.
-¡Volviste! ¿Bajás?
Me quito los auriculares con felicidad, aunque intento que mi sonrisa no se note. O que no se note tanto.
Escondo el CD en el bolsillo de la campera. Estamos en mayo (2006), y el frío colabora como excusa para mi sorpresa.
Nos sentamos en uno de los maceteros.
Sonia 00 me pregunta por mi semana. Invento tareas. Digo que escribí mucho, lo cual es cierto, aunque más lo es que corregí la novela acerca de mi padre. Digo que vi muchos amigos, lo cual es falso. Mi semana se circunscribió a un departamento, con las persianas bajas, saliendo sólo lo indispensable, inmerso en escritura y ver series y películas. En un momento estuve tentado de llamar a uno de los servicios prostibularios, el de escorts más finas -¿cuánto hace que no la pongo? ¿ya un mes?-, pero me dije que estando Sonia 00 en el horizonte era poco delicado, por así decirlo. Durante un instante, barajo la posibilidad de confesarle eso, como si fuera una galantería, aunque, por suerte, la idiotez desaparece con piadosa velocidad.
-Qué bueno que escribís -dice Sonia 00, y enseguida-. ¿Y? ¿Me vas a incorporar a tu taller?
Trago saliva. Digo:
-Sí, pero con una condición. Bah, un par de condiciones.
Ella me mira, con sus inmensos ojos almendrados, expectante.
-Primera condición, no te voy a cobrar.
(traducción: si te cobro, me incomodaría besarte)
-Pero Elemental, no podés...
-Puedo. Y es una condición.
-Ufa.
-La otra condición es que el grupo que tengo ya está avanzado, y vos nunca escribiste, por lo que empezaría por darte clases privadas y luego, cuando sea el momento, te incorporás al grupo.
(traducción: los dos solos en mi departamento, el resto es imaginable)
-Me parece bien -dice enseguida.
Y yo vuelvo a suspirar.
Sonia 00 me cuenta de su semana. Parece que ella tenía una pasantía en otra dirección, y cuando la trasladaron a la nuestra empezaron los naturales problemas burocráticos -naturales porque de no existir esto sería un trabajo tranquilo y serio, cosa que evidentemente está en contra de quienes dirigen semejante mierda-, por lo que hace un tiempo que debería haber cobrado el sueldo pero aún no le hicieron la transferencia.
Está por terminar nuestra visita al jardín, meto las manos en los bolsillos de la campera de cuero, acaricio el CD, estoy a punto de sacarlo para dárselo. Me freno. No me animo.
Lo hago, sí, en nuestra segunda incursión. Promedia la charla, ella ha regresado a sus habituales quejas en relación a su ex novio, y yo saco el CD en su caja de Verbatim. Se lo tiendo, y ella no entiende nada.
-Es para ver en la compu -digo.
Ella me mira, sin entender.
-Fijate en el título -indico.
Abre la caja, lee "Signs", me mira entusiasmada.
-¡Gracias!
-Por favor... -digo, incómodo.
Ella me mira con algo que, creo, es felicidad. Yo me quedo quieto. Se supone que ella debería agradecerme con un beso, que yo debería acercar mi cara, inclinar mi cuerpo hacia ella de forma tal de darle un beso en la mejilla.
Sin embargo, me quedo quieto.
Y no hay beso.
En nuestra tercera incursión al jardín en toda la jornada laboral, y en la cuarta, y en la quinta, ella no deja de agradecerme por la película.
Igual, no hay beso.
jueves, 14 de junio de 2007
Sonia 00: Reencuentro
Etiquetas: El Flaco, El Mandril, La Masa, Los Hermanos Maravilla, Sonia 00