-¿De qué se ríen? -pregunta Sonia 00.
Manotas y yo nos miramos. Él por joven-casi-adolescente y yo por treintañero oxidado, no sabemos cómo reaccionar. Digo lo primero que se me viene a la cabeza:
-Motivos para reírse sobran, en un lugar como este.
En general, hago este tipo de comentarios para demarcar territorio. Establezco que no me tomo demasiado en serio mi trabajo, aunque hago todo lo que me piden. Podrá sonar estúpido, pero el inventarme tareas que no me solicitan pero sé que pueden ser útiles calma mi conciencia cuando, una vez por mes, me toca cobrar.
-Igual, no respondiste mi pregunta -dice Sonia 00-. ¿De qué se reían?
Apoya las manos en el stand ya vacío de revistas. Se inclina hacia nosotros. Alta como es, resulta un obelisco que intenta imitar a la torre de Pisa.
No puedo decirle de qué nos reíamos, entre otras cosas porque no lo sé bien. Con Manotas suele sucedernos, que hablamos de cualquier cosa, nos reimos, y la cosa va encadenando con otras sin mayor sentido que el de seguir burlándonos.
-Nada -digo-, que te vestiste como para una fiesta y terminaste por venir a un velorio.
Ella sonríe. Apenas termino la frase, comprendo que no puede ser incluida fácilmente en el conjunto de piropos, pero tampoco de insultos, y definitivamente tampoco en el conjunto de frases insulsas que los tipos de medio pelo utilizan para acercarse a las mujeres. La frase podría ser interpretada como que le dije "boluda, mirá cómo te viniste a esta poronga" pero también está el detalle de que nos fijamos cómo está vestida, y eso con las mujeres siempre queda bien. En ese sentido, al estar con una mujer uno, para ejercer su rol masculino, debe decir siempre "qué linda que estás", por más que no lo considere, por más que la dama de turno tenga puestas una camisa y una minifalda de imitación piel de cebra y zapatos rojos de taco aguja. Lo más difícil, en casos así, es cuando la mujer sonríe satisfecha y guarda silencio para que uno profundice en el elogio, para que se haga más concreto, y uno ya no tiene nada para decir.
Pero, como dije, Sonia 00 sonríe, ante mi frase poco afortunada.
-Sí -dice-, hijos de puta. Como soy alta y vistosa me pusieron a recibir a esos viejos babosos.
-¿Te tocaron? ¿Alguno te dio su tarjeta? -pregunto.
-No, pero te das cuenta por cómo te miran.
-Por suerte nosotros somos miopes, y no vemos mucho -digo, intentando hacerme el ingenioso y demostrando por segunda vez en menos de diez segundos que soy un pelotudo de marca mayor.
Manotas se ríe, festeja mi ocurrencia, pero creo que lo hace más que nada para abrirme camino con Sonia 00. Manotas es así.
El diálogo continúa. Sonia 00 comienza a quejarse del trabajo, lo cual me llama la atención: entró hace poco más de un mes, y por lo general el desencantamiento con las promesas de "esto no es una oficina estatal más sino que hacemos cosas útiles" se produce a los tres meses, cuando todas las propuestas -"traigan ideas que siempre serán bienvenidas", suele decirse cuando uno recién ingresa- fueron rechazadas o directamente cayeron en saco roto. De hecho, le pregunto cómo dice algo así si es nueva.
-No -niega con la cabeza-, yo antes trabajaba en el mismo piso que vos, pero en otra dirección.
El edificio donde me desempeño, como la mayoría de los reductos estatales, cobija en sus oficinas las direcciones de la más variada estirpe y disfuncionalidad. Por lo general, uno se queda recluido en su oficina y, salvo cuando tiene reuniones generales de la propia dirección, no entra en contacto con el resto. Sin embargo, en este caso, me llama la atención no haberla visto antes. Y más aún me llama la atención que ella sí me había visto antes. O sea, ella se había fijado en mí. Una mina con pinta de perra y petera se había fijado en mí, un gordito desagradable que está anticoagulado y que siente lástima de sí mismo.
Sonia 00 cuenta dónde trabajaba, y que sus tareas eran por demás rutinarias, y que como se recibió de economista consideró oportuno pasarse a la dirección donde estamos Manotas y yo.
-¿Hay lugares peores que este? -pregunta Manotas, sinceramente asombrado.
Ella se ríe.
La conversación transita los lugares comunes del tedio y el hastío en relación a nuestros trabajos, y en un momento ella dice, desconozco el motivo, no tiene razón alguna para decirlo:
-Yo corté con mi novio hace tres meses, y desde entonces estoy sola.
Miro de reojo a Manotas, quien me mira de reojo. Poco después, Sonia 00 regresa a la puerta del salón de conferencias, pues está por terminar la primera tanda de charlas y tiene que volver a los "babosos", según ella.
-Sos grosso, Elemental -dice Manotas, cuando ya estamos solos.
-¿Por?
-Te tiró todos los galgos.
-¿Cuáles? ¿Cuándo?
-Boludo, se acercó a hablar sin que la llamemos. Se apoyó en el stand y nos mostró el escote. Y sin que le preguntáramos dijo que está sin novio.
Pienso unos segundos, y luego digo:
-Ok, puede ser. Pero eso indica que está interesada en uno de nosotros, y no necesariamente en mí. Soy un tipo desagradable, ¿lo olvidás?
-Te miraba a vos, loco. Te lo digo en serio.
-Me estás forreando.
-Ni en pedo. Te miraba a vos. Te digo una cosa: cuando llegue la hora del almuerzo decile de ir a comer juntos. Si te dice que no, me puteás y hasta pago yo la comida. ¿Te parece?
Pienso unos segundos.
Y acepto su propuesta, claro. Al fin y al cabo, será la única forma de pasar con cierto divertimento este día de mierda.