martes, 12 de junio de 2007

Sonia 00: El jardín como excusa

Viernes.

Al despertar, pienso en Sonia 00. ¿Fue verdad, lo que ocurrió ayer? ¿Es cierto que una rubia monumental con boca de petera prodigiosa se me acercó para decirme que había cortado con su novio? ¿Es cierto que explicitó su admiración por "todos los que escriben", lo cual, evidentemente, me incluye? Desayuno y viajo en el 24 pensando en eso. En algún momento, me digo que ella debía estar aburrida, y que incluso hablar con un gordito desagradable era mejor que cagarse de embole en un seminario internacional.

En donde trabajo, nos está permitido, cada tanto, pasearnos por el jardín para despejar la cabeza. La mayoría de quienes lo hacen son los fumadores, quienes con absoluta razón putean porque los marginan de las oficinas. La dictadura de lo saludable es así: delimita espacios, diría Foucault, no para cuidar la salud de los demás sino para ejercer poder, control. Esto los fumadores no lo saben, supongo, pero estoy seguro de que lo intuyen. De todas formas, como decía, quienes van al jardín no son sólo los que necesitan bajar su ansiedad con el cigarrillo.

Estoy concentrado en una de mis habituales intrascedencias laborales -exportaciones, consumo, esas pelotudeces- cuando se abre la puerta de la oficina. El Flaco y el Chancho alzan las cabezas y se sorprenden al descubrir a Sonia 00, quien, evidentemente, me busca. Yo tengo puestos los auriculares, escucho R.E.M., y no reparo en lo que sucede hasta que el Flaco, atónito, me toca el brazo. Lo miro sobresaltado, y él señala hacia la puerta. La veo. Me quito los auriculares. Sonia 00 dice:
-¿No bajás al jardín?

Bajamos.

Mientras conversamos en el jardín de la Secretaría, apenas la escucho. Le miro la boca. Intento no pasar por pajero, y desvío la mirada, pero caigo en sus tetas. Desvío aún más la vista, y no me queda otra alternativa que mirar los gatos que pueblan el edificio con la esperanza de que algún día aminore la cantidad de ratas. Mientras los miro, ruego que Sonia 00 no haga la extrapolación malintencionada de "gato" a "sexo pago", lo cual me delataría. Pero estoy jugado, ya no puedo mirar hacia otro lado.

Sonia 00 dice que ayer le encantó charlar conmigo.

Sonia 00 dice que soy un tipo muy divertido.

Sonia 00 dice que estuvo pensando en lo del taller, y que tiene muchas ganas de empezarlo.

A lo largo del día, me pasa a buscar en tres oportunidades. Cada ocasión en que bajamos nos demoramos unos cuarenta y cinco minutos. Mejor dicho: ella no para de hablar (el trabajo y la cagada que es, su ex novio y lo mierda que fue, mis supuestas dotes literarias y lo mucho que me admira aunque no leyó nada de lo que escribí, su fascinación por el cine, lo mucho que le molesta quedarse en su casa un viernes o un sábado a la noche ahora que está soltera). Yo hablo poco. Trago mucha saliva, eso sí. Evalúo si lo que ella dice son señales. Evalúo si alguien como yo, que ha desbarrancado a un estado físico de absoluta decadencia, está en condiciones de recibir señales de una mina como ella. Me digo que no. Pero, a medida que ella habla, me digo que no puedo ser tan cagón, que ella me está tirando onda.
Hay un momento en que me siento en un capítulo de "Clave de Sol". ¿Ella gusta de mí? ¿Yo de ella? ¿Y Leonardo Sbaraglia, de quién gusta, de Cecilia Dopazo? ¿Y Pablo Rago es buen actor?

Cuando termina la jornada, reparo en un detalle: comienza mi semana de vacaciones. En el trabajo me dan tres semanas al año, y como la gente no me gusta cuando se aglomera nunca utilizo esas tres semanas de corrido. Una semana en verano, otra cerca de las vacaciones de invierno, otra para la primavera. Ir a contramano no siempre es lo correcto, pero siempre nos deja el suave consuelo de la soledad.
El detalle del inicio de mis vacaciones deriva en otro dato: no veré a Sonia 00 durante una semana. Justo cuando empezamos a conocernos. La última ocasión en que bajamos al jardín, me pregunto si decirle de mi futura ausencia.
No, me digo, mejor mantener la intriga.
Y eso si llega a importarle, cosa que dudo.